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Educar para construir nuestra democracia

Oscar A. Fernández O.

La totalidad del acontecer social se refleja en los contenidos y métodos del que hacer educativo. Sin embargo vale decir que en la realidad actual, ask treatment la evolución del sistema educacional ha obedecido al cambio en las ideologías sociopolíticas y en las concepciones acerca del Estado. Tales concepciones educativas –acuñadas típicamente en Europa y Estados Unidos- tienen una profunda influencia sino dependencia, shop sobre la educación en América Latina y el Caribe. Esta preponderancia de intereses particularistas ha sido una constante en la historia regional, tadalafil que también afecta los actuales proyectos de reforma educativa en prácticamente, todos los países del área.

El proceso educativo salvadoreño, como en el resto de Latinoamérica, está marcado sobretodo por un  proceso de exclusión histórica. El gobierno actual, pretende cambiar esto radicalmente pero cuenta con poco tiempo. Sin embargo, la inadecuada distribución de los recursos públicos, la crisis fiscal provocada por los grandes capitalistas al negarse a pagar sus impuestos, la falta de crecimiento económico en los últimos diez años, la crisis económica mundial y el incremento de la pobreza marginal versus la elevada concentración de la riqueza, en realidad dejan fuera a grandes cantidades de niños y jóvenes, abandonados a su suerte.

Está demostrado que cada avance del pueblo en la participación política, económica, social y cultural, ha sido precedido o acompañado de saltos educativos históricos. Por ello, podemos afirmar que la democracia formal e ineficaz desarrollada por la oligarquía en El Salvador y la decepción de los ciudadanos sobre la desatención de sus necesidades, ha impedido esos saltos.

La educación en nuestro país, ha sido históricamente, transmisor y amplificador de las desigualdades y el mayor obstáculo para la integración social, el crecimiento económico y la superación de la marginación y la exclusión. Nuestra historia educativa comprueba, que a grandes rasgos corresponden al concepto de Estado: el colonial, el liberal-dictatorial y el neoliberal. El momento colonial despreció la riqueza cultural y educativa de  nuestra cultura aborigen, implantando en su lugar una escuela elitista para imponer la religión europea, la moral y la cultura de la conquista y a los campesinos, para aprender nuevas técnicas agrícolas para servir en las grandes haciendas de los colonizadores y criollos.

En las dictaduras, la enseñanza propagó la ideología democrática republicana chauvinista, para las oligarquías terratenientes, la malversación de la historia político-social y el sometimiento total al estado militarizado.

Hoy en el neoliberalismo, un fenómeno mundial asociado con la globalización económica, la presión de la competencia internacional obliga a bajar impuestos al gran capital, a la supresión de aranceles y a la ineficiencia del gasto social (ajuste social). En este contexto el Estado debilitado quizás no haya abandonado por completo la educación, pero ha entregado la administración y los servicios educativos directos, al capital privado, manteniendo una supuesta supervisión y control de la calidad y la cobertura que se necesita.

Igualmente se supone que al Estado se le asignan la definición de prioridades sectoriales, a través de mecanismos de concertación democrática; la evaluación de resultados y la protección especial o compensatoria de los grupos socialmente vulnerables. Sin embargo, la realidad arroja resultados históricos altamente deficitarios en esta materia. Entre la opción social y la opción academicista para la formación de la nueva tecnología y mano de obra, prevalece esta segunda. La globalización de la cultura, dicen algunos, no es más que la “norteamericanización” de la cultura, una forma más sutil de dominación imperialista. Las culturas nacionales se encaminan a convertirse en “piezas de museo” ante el embate de la llamada “cultura global”.

La moderna educación para la paz asume creativamente el conflicto como un proceso natural y consustancial a la existencia humana. La educación para la paz ayuda a la persona a desvelar críticamente la realidad compleja y conflictiva para poder situarse en ella y actuar en consecuencia. Educar para la paz es invitar a actuar en el microcosmos escolar y en el nivel de las estructuras sociales. Los componentes de la educación para la paz son: la comprensión internacional, los derechos humanos, el mundo multicultural, el desarme, el desarrollo del pueblo y el conflicto, entre otros problemas sociales.

El carácter holístico del enfoque social, es un concepto que ayuda a humanizar la acción educativa, procurando una vida más digna para uno mismo y para los demás. Los temas transversales permiten reforzar los contenidos actitudinales, tan necesarios para que el ser humano se adapte a la vida y consiga su equilibrio emocional. Por ello, forman parte de los procesos de enseñanza-aprendizaje de cada área curricular y dinamizan la acción educativa escolar. Se ha de procurar que los alumnos desarrollen proyectos personales dignos, solidarios y esperanzadores, con una proyección social fundamental. Es decir que la formación del pensamiento académico crítico, además de ser el arma con que se combate la tiranía del “pensamiento único”, debe servir solo al progreso social.

El pleno desarrollo de la personalidad de los alumnos, objetivo básico de la educación, transciende con mucho unos objetivos relativos únicamente a la instrucción con los que podría contentarse una concepción convencional de la escolaridad, que tiene por meta única transmitir conocimientos y destrezas, garantizando así el pensamiento dominador de las élites. (J. Vidanes D. 2007)

La preocupación por una educación democrática para todos se centra en el compromiso con la democracia como régimen y como modo de vida de los individuos en la sociedad. En otras palabras la teoría democrática que es el fundamento de la educación democrática, plantea el ideal de la autodeterminación colectiva, un ideal de los ciudadanos que comparten al determinar por medio de la deliberación, la forma futura de su sociedad. Si la sociedad democrática es el “ser”  que los ciudadanos determinan, dentro de ésta son los individuos los mejores jueces de sus propios intereses.

Así, el ideal democrático de autodeterminación colectiva es una reproducción social conciente, que es el mismo ideal que guía la educación democrática. No es coincidencia pues, la convergencia de los ideales democráticos con la educación democrática. La educación democrática nos da los fundamentos sobre los cuales una sociedad democrática puede asegurar el pleno conocimiento de las libertades, derechos y obligaciones políticas y civiles de las personas y los mecanismos para exigirlas y respetarlas.

En ausencia de la educación democrática seguirá siendo para la ciudadanía un gran riesgo, tener conciencia verdadera y exigir sean respetadas, sus verdaderas preferencias. La argumentación y la lucha civilizada a favor de la libertad cívica y política, es muy débil en una sociedad cuyos miembros han sido privados de una educación adecuada.

La democracia por tanto, depende de la educación democrática para alcanzar toda su fuerza moral y consolidación de lo contrario, será un pequeño sector privilegiado el que accese a la educación y el poder económico seguirá siendo el determinante.

Desde los sistemas educativos formales y la educación no formal e informal se deben aunar y coordinar esfuerzos para hacer posible una convivencia pacífica de todos los ciudadanos, que supere todo brote de racismo, xenofobia, delincuencia e injusticia social. El conocimiento e intercambio de experiencias positivas podrá enriquecer y hacer más eficaz el esfuerzo que hagamos para prevenir y erradicar la violencia en la escuela y en la sociedad, promoviendo estímulos materiales y éticos para favorecer la convivencia pacífica que todos deseamos y necesitamos, lo cual pasa por desmontar el fracasado neoliberalismo y construir un Estado fuerte, democrático y con el especial cometido de procurar el desarrollo social.

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