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Edwin Barahona, migrante, quien se ha esforzado durante toda su vida para sacar adelante a sus hijos. Foto Diario Co Latino/Luis Ponce.

Edwin, una vocación innata a ser migrante

Luis Ponce
@DiarioCoLatino

Edwin Barahona nació como un niño más de la década de los 60. En condiciones difíciles, pobreza, con un conflicto entre su país y el natal de sus padres. Dos años después de su nacimiento se libró una guerra que duró 100 horas. Por eso, él y toda su familia se vieron obligados a migrar. Edwin es por vocación innata: un migrante.
En aquellos duros años, vagaron por varios pueblos buscando donde quedarse. La situación económica era tan dura que dos de sus siete hermanos fueron “regalados”, un término que se usa en El Salvador para expresar una adopción fuera del marco legal. Edwin es el segundo hijo de la familia.
Su infancia no fue como la que hoy sueñan los niños influenciados por el consumismo. Su infancia fue trabajar. Creció bajo una disciplina casi militar. Él y sus hermanos cuentan que nadie podía contradecir ni en broma lo que su padre decía. Quien lo hacía sabía que tenía una cita con el conocido: cincho. Su adolescencia tampoco fue como sueñan los jóvenes: estudio, fiesta los fin de semana, salidas de compras. Su adolescencia también fue trabajar, por eso Edwin es experto en las ventas. Ofrecía sandías, naranjas, guineos, mangos, empanadas y cualquier tipo de cosas que pudieran ofrecerle dinero. Así anduvo por varios pueblos en el oriente del país, buscando una fuente para sobrevivir. Reafirmando su vocación innata: un migrante.
Fue así como llegó a un pueblo fronterizo con Honduras. Un lugar que tiene fama porque se vende oro, extraído de unas minas artesanales. Ahí conoció a Sergio Ramos. Este hombre, al ver que Edwin andaba vendiendo frutas le dijo: ¿Qué no te da vergüenza andar vendiendo eso a tu edad? Fue así como aprendió el oficio de su vida: la joyería. Con este hombre aprendió todo lo relacionado al oro, algo que le valió para sobrevivir muchos años.
Años después, como se quedó viviendo en el pueblo del oro del oriente de El Salvador, conoció a quien hoy es su esposa. Madre de sus hijos. Quién le ha dado la oportunidad de ser un padre ejemplar. En esos tiempos, durante la guerra, había un grupo juvenil en la parroquia, él asistía y ahí conoció a Rosa. Anduvo conquistándola hasta que ella aceptó que fueran novios. Tiempo después le propuso matrimonio y se casaron.
Pasaron algunos meses y vino al mundo su primer hijo: Edwin. Pasaron unos años y vino el segundo hijo, José. Más tarde, vino quien hoy es el centro de la vida de Edwin: María. Ella es la que aún vive con ambos padres porque aún no le ha llegado la edad ni siquiera de sacar el DUI.
La historia no es tan simple, aunque en El Salvador la tarea de subsistir, o sobrevivir, luchando a diario es un tarea para todos difícil. Edwin se levantaba cada mañana para trabajar y darles lo mejor que podía a sus hijos. Él es de estatura media, piel blanca y una sonrisa que parece que está pintada en su rostro, hasta en los momentos difíciles parece sostenerla como pilar de la familia.
La situación económica se planteó difícil y tuvo que seguir una vocación que parece innata en él: ser migrante. Un día buscó el sueño americano. No es que quisiera dejarlos pero quería una vida mejor, más oportunidades para sus hijos. Edwin es muy alegre, trabajador, atento, cariñoso y solidario. Rompe con la idea naturalizada en la sociedad salvadoreña de que los papás, como figura masculina, deben ser fríos, toscos y groseros.
Edwin tocó suelo estadounidense pero lo capturaron las autoridades. Después de un juicio y estar preso varias semanas fue deportado. Uno de sus hijos dice que aunque aquí cuesta salir adelante, tenerlo aquí es lo mejor. Sus hijos se han preparado: uno en una carrera técnica, gastronomía, y el otro como profesor. Siempre han contado con esa fuerza que los empuja a luchar por una vida mejor.
Hasta en los momentos más difíciles, él como padre y esposo ha tenido la fuerza para sostener a la familia. Hace unos meses su esposa se enfermó. La ingresaron en un hospital del ISSS, uno que está por la calle Rubén Darío. Edwin viajaba a ver a su esposa. A cuidarla. Sobando suavemente y con delicadas manos su rostro. En su mirada había ternura, amor, comprensión y sobre todo aliento de vida.
Don Edwin, como le conocen, no es un hombre con súper poderes. Mucho menos un héroe de película. Es un padre salvadoreño. Cuyos artificios para llevar el pan de cada día a la casa no están escritos aquí y a veces hasta no se pueden imaginar.
Él puede ser cualquier hombre, que rompe con la idea machista de ser padre y que abre el corazón para dar amor a sus hijos y a su esposa. Él puede ser cualquier hombre migrante que sale buscando un mejor futuro para sus hijos.
El día del padre no sólo deben ser regalos y comidas en restaurantes caros. Es un día para reflexionar y tener en mente todos aquellos hombres que dan la vida por sus hijos.
Que trabajan en los mercados, que venden dulces en los buses, que barren las calles, que reciclan en los basureros, que venden lotería o que simplemente salen a la capital buscando quien los llegue a llevar para trabajar, mientras están sentados frente al palacio. Un día donde no se puede dejar de recordar a todos los padres que ofrendaron su vida por un país más justo: combatientes de la vida.
Miembros de las organizaciones sociales, políticas y militares del pueblo. Así como los que perdieron hijos. Para todos ellos un saludo en este día del padre.

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