Javier Alvarenga,
Escritor y fotógrafo
La tarde caía lentamente. La brisa era un suave susurro que se desliza sobre el blanco espejo de agua cristalina. Las embarcaciones incrustadas en la orilla del lago de Coatepeque, bailaban con el movimiento de la costa, era una tarde de esas que solo se pueden disfrutar alejándose lo más posible de la ciudad, los pocos bañistas se habían retirado del lugar. Era yo y esa pequeña costa, era yo y esas cigarras que no podía observar, pero si escuchar su canto de temporada tan efímera como ese mismo momento, en el que toda la naturaleza cambiaba ante la oscura noche que transfiguraba los colores en una masa poco distinguible, el cielo era un purpura muy tenue, imposible no sentirme feliz, desconectado, activo y muy admirado ante la belleza que día a día, tiene la capacidad de regalarnos grandes sorpresas. Cerré mis ojos recordé aquellos Maquilishuat revestidos de flores rosas que observé en el camino. Abrí de nuevo mis ojos, empuñé mi cámara, capté el momento. Lo más importante no fue la toma ni el encuadre, lo más sublime fui yo viviendo el momento.
Aunque sea un amante de las artes gráficas, puedo decir que una imagen no puede decir más que mil palabras, como muchos lo manejan, la sensibilidad individual si puede decir sin palabras, lo grato que puede ser la experiencia de estar atentos a nuestro entorno.
Mis palabras son cortas ante la vivencia, salgamos a vivir cada momento, desde cualquier lugar.