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Ejemplos eclesiásticos

José M. Tojeira

Los recientes nombramientos de cardenales por parte del Papa Francisco nos muestran cómo elegir con responsabilidad a personas comprometidas en el servicio, más allá de las apariencias, fama o brillo mediático que puedan tener. Es evidentemente una “política” de bien común universal de amplia tradición en la Iglesia, en ocasiones no tan visible, pero siempre permanente en un buen número de cristianos. El cardenal Achille Silvestrini recientemente fallecido es una muestra del buen hacer eclesial, a veces en momentos difíciles. Muchos años en el servicio diplomático vaticano empleó sus habilidades en trabajar, y hacer disminuir las tensiones entre las dos grandes potencias de la segunda mitad del siglo XX. Con respecto a El Salvador jugó un importante papel en tiempos difíciles tanto para la Iglesia como el pueblo salvadoreño.

El cardenal Silvestrini había apoyado la gestión de monseñor Rivera, desde que fue nombrado primero administrador apostólico de la arquidiócesis de San Salvador, y posteriormente arzobispo titular de la misma. Pero en 1989 la Iglesia salvadoreña tuvo una fuerte crisis, que venia presagiándose a lo largo de la guerra civil. Un grupo de obispos no veían bien la posición del arzobispo Rivera en defensa de los derechos humanos, que interpretaban como si fuera una opción política más que evangélica. Al ser asesinados los jesuitas y sus colaboradoras en 1989, algunos obispos y el entonces secretario de la conferencia episcopal acusaban a la guerrilla de haberlos matado, coincidiendo en ello con diversos sectores del gobierno y por supuesto con los militares y su Alto Mando. Monseñor Rivera, en cambio, al igual que los jesuitas insistía en que todos los datos apuntaban a que el ejército era el hechor del crimen, y que había que investigar a los autores del crimen dentro del seno de la Fuerza Armada. Los obispos que acusaban a la guerrilla viajaron a Roma y repartieron por una gran cantidad de oficinas vaticanas un texto en el que claramente atacaban a los jesuitas y a monseñor Rivera como mentirosos y como enemigos de la verdad. Poco antes el entonces fiscal general de la República, de apellido Colorado, escribía una carta pública al papa pidiendo que sacara del país a Mons. Rivera y a su obispo auxiliar, hoy cardenal Gregorio Rosa. Todo sonaba a conspiración contra Mons. Rivera.

Algunos cardenales como Roger Etchegaray y Achille Silvestrini avisaron inmediatamente a Mons. Rivera de lo que hoy llamaríamos juego sucio de sus hermanos. Le insistieron en que viajara a Roma, le consiguieron una entrevista con Juan Pablo II y concelebraron con él la Eucaristía en la Basílica de Santa María en Trastevere. Allí el cardenal Silvestrini dijo con claridad hablando de los jesuitas: “Hay que llamarlos mártires ya. No podemos esperar 50 años”. Y posteriormente insistió en que eran mártires de la Doctrina Social de la Iglesia. Monseñor Rivera regresó a El Salvador respaldado por el Papa y continuó apoyando con fortaleza cristiana los Derechos Humanos, la paz con justicia y la reconciliación de El Salvador.

En estos día el papa Francisco ha nombrado nuevos cardenales. Y ha buscado especialmente a personas del mismo estilo de monseñor Rivera, cercanos a los pobres y constructores de paz edificada sobre la verdad y la justicia. Ya hace dos años nombró cardenal a monseñor Gregorio Rosa. Hoy ha elegido para el cardenalato a monseñor Álvaro Ramazzini, obispo de Huehuetenango, defensor de migrantes, amenazado por mafias de coyotes y narcos cuando era obispo de San Marcos, cercano a los empobrecidos de nuestras tierras, pastor con olor a oveja y hombre sabio e inteligente. Más allá de los aciertos o desaciertos que pueda tener la Iglesia, los ejemplos mencionados nos hablan de la necesidad de impulsar liderazgos sociales, intelectuales y políticos, que caminen con decisión en defensa de los pobres. “La verdad está desnuda”, decían los antiguos santos y pensadores de la Iglesia. Hoy la verdad de nuestra humanidad solo podemos encontrarla en cubrir la desnudez de quienes están marginados, abandonados o despreciados en las sociedades en las que vivimos.

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