Sin lugar a dudas, para los cristianos católicos salvadoreños, en su mayoría, y para la izquierda latinoamericana, conocer la fecha y el lugar de la canonización de Monseñor Romero Oscar Arnulfo Romero, es una gran noticia, y en buena medida una gran satisfacción.
Para quienes ordenaron o financiaron su asesinato será su penitencia en vida, pues, al llegar a los templos los sábados o domingos, como es la costumbre, tendrán que ver la imagen de Romero en los altares, y seguramente recordarán sus palabras, y quizás volverán a sentir ese odio que les laceraba.
Pero lo más importante es que quienes lo quisieron matar no lo lograron, porque inmolaron su carne, no su espíritu, ni mucho menos su compromiso y acercamiento a Jesús Cristo.
Ahora, a esperar ese 14 de octubre, y la hora en que en la emblemática plaza de San Pedro, en Roma, sin vestirse de Gala, será el lugar y momento para el más grande acontecimiento de los cristianos: la santificación de los verdaderos seguidores de Cristo.
Mientras el día llegue, en El Salvador deben ir cambiando las cosas, en primer lugar, comenzar a conocer la vida, obra y pasión de Monseñor Romero, no para persignarse frente a su imagen en los altares, sino para seguir su ejemplo, denunciar las injusticias y luchar por el más desvalido.
Los salvadoreños que se llamen a sí mismos “romerianos” deberán dar un vuelco en sus vidas para contribuir a que en El Salvador reine la paz, se piense y actúe siempre pensando en el bien del otro, de los demás.
Porque el San Romero de América debe ser espíritu y materia, es decir, praxis, como debió ser la vida cristiana desde la enseñanza de Jesucristo.
Porque para los creyentes católicos, Monseñor Romero debe ser el ejemplo de la cotidianidad, el ejemplo del compromiso con los demás, el de lo alcanzable en la tierra.
Seguramente, hoy que se sabe la hora y lugar de la canonización, los verdaderos cristianos y creyentes de Monseñor Romero tienen más que una fecha que esperar, es la hora de iniciar el camino.