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El águila, mostrando sus afiladas garras

Lourdes Argueta
Abogada

El inicio de una “era dorada” para los Estados Unidos ha sido anunciada por el nuevo presidente de esa nación, quien mediante una retahíla de acuerdos ejecutivos firmados en el primer día de su segundo mandato, ha materializado lo que en toda la campaña se dedicó a anunciar y advertir, para recuperar lo que él denomina el orgullo estadounidense, y para lo que iniciara aplicando una política de persecución y deportación masiva de migrantes indocumentados provenientes mayoritariamente de Latinoamérica, lo cual golpeara fuertemente a países como el nuestro, que subsisten por el ingreso de remesas familiares.

Cada uno de los acuerdos ejecutivos firmados por Trump no pasa desapercibidos, ya que marca un nuevo escenario de enfrentamiento con diferentes naciones y organismos internacionales, que a su criterio perjudican su estrategia de desarrollo para mantener su hegemonía como la primera potencia  económica a nivel mundial. El nuevo presidente sabe que debe concentrar sus recursos para fortalecer su nación, consolidar el respaldo de sectores estratégicos para garantizar “gobernabilidad” y capacidad de maniobra en diferentes ámbitos que trastocan el poder parlamentario y judicial. En esa estrategia, le da unas palmaditas a la prensa, que genera constantemente opinión, los necesita como sus principales aliados en virtud de la instrumentalización que históricamente han hecho con uno de los mayores reproductores de su bombardeo ideológico dentro y fuera de la nación norteamericana.

El cambio de representación partidaria en la presidencia de los Estados Unidos no significa un real cambio de gobierno, porque han garantizado mediante el aplastante bipartidismo, que ninguna otra expresión política alterna amenace la concepción y reproducción de un sistema económico explotador de la humanidad y depredador del medio ambiente, impuesto mediante un modelo democracia que ha sumergido a naciones enteras en los abismos más profundos de desigualdad, exclusión, marginación, pobreza, falta de oportunidades, migración, deserción escolar, violencia social y muchos fenómenos sociales más con los que lidiamos en los países subdesarrollados que vivimos en la periferia del imperio.

A ese tipo de democracia funcional al sistema, que con su poder político y financiero se impone de múltiples formas, desde las más sutiles hasta las más agresivas, causante intelectual y materialmente de históricas intervenciones militares, saqueo indiscriminado de recursos, financista de masacres y adiestrador de las academias militares que han parido a los más crueles asesinos de la historia que han perseguido, reprimido, desaparecido y asesinado a poblaciones enteras, y que hasta esta fecha, sigue patrocinando políticos que de forma incondicional se doblegan ante las camisas de fuerza de los organismos internacionales financieros, unos por cobardía, otros por sobrevivencia, pero una gran parte de gobernantes y políticos están ganados a esa mentalidad lacaya, y sirven en charola de plata los recursos naturales y su soberanía nacional a los designios de ese modelo de democracia a la que muy bien el dirigente histórico de la izquierda salvadoreña denominó democracia imperial.

Ciertamente hay matices entre demócratas y republicanos, pero en esencia representan sus intereses de seguir reproduciendo, consolidando y sofisticando su poderío político, militar, financiero y “cultural”. Esto último, es el eslabón más frágil en nuestros procesos alternos a ese tipo de régimen político, y no por gusto en su discurso de toma de posesión se refirió al peso que tiene el sentido común, que es justamente en lo que inciden fuertemente, mediante sus tanques de pensamiento ultra conservadores, y toda la ráfaga de múltiples contenidos ideológicos expuestos en lo que ellos venden como entretenimiento, noticias, etc., como muestra de una especie de libertad, cuando lo que realmente persiguen es desinformar, neutralizar y legitimar una vitrina falsa de democracia, porque mientras la gente se entretiene y divaga sobre el entorno real en el que vive, la agenda imperialista no descansa.

El neocolonialismo es real, existe y se expresa por el imperio cultural con el que logran dominar naciones, mercados y organismos que asumen una posición cómplice que legitima ese modelo económico. En contravención a esa agenda, sabemos que en el mundo también hay otros actores en búsqueda de construir una alternativa a ese modelo hegemónico, y que reconoce la existencia y contribución de otras naciones que juntas abren nuevos escenarios que pueden volcar un cambio en la humanidad. Con la llegada del nuevo mandato de Donald Trump y su posición respecto a los conflictos bélicos en el medio oriente, como el de Rusia y Ucrania, se agrega un elemento más a ese análisis de los escenarios abiertos en el rumbo de los designios de la humanidad.

Mientras tanto, la izquierda en América Latina, por un lado se debate entre el continuismo de un modelo de lucha tradicional, que conserva la riqueza y nobleza de su historia, pero golpeada por una campaña fuerte de ataques a su prestigio, símbolos y métodos de trabajo que ponen entredicho su capacidad para generar un nuevo acumulado social y correlación política; y por otro lado, pone sobre la mesa de debate la necesidad de un replanteamiento autentico, genuino, coherente y consecuente con su misión de transformación social, que pasa por unificar criterios para la definición del rumbo estratégico y saber cómo direccionar en un contexto convulso para la humanidad, como reflejo de la crisis sistémica del modelo de democracia que no le ha servido en nada a los pueblos, y por lo que necesitamos seguir dibujando los trazos de lo que aspiramos construir con el pueblo y para el pueblo.

Y en nuestro país, la izquierda en medio de sus contradicciones propias de un contexto marcado por su historia y por la diversidad de propósitos de los diferentes actores que la componen, tenemos el reto de reencontrarnos y superar cualquier cantidad de subjetivismos y sectarismos que nos distancian de la posibilidad de organizar y desarrollar una alternativa viable a los problemas que enfrenta la sociedad; las condiciones objetivas cada vez se maduran más, falta solo madurar más las condiciones subjetivas que hagan posible asumir responsablemente el papel que la historia nos demanda.

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