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«El aire». Por Mauricio Vallejo Márquez

Mauricio Vallejo Márquez
Bitácora
El viento habla al enfurecerse y besa con delicadeza al estar sereno. Es una marea en tanto recorre el mundo. Incluso agita las aguas del océano y levanta el polvo. Aire calmo y violento, similar a una persona aunque no habla, no tiene cuerpo y es invisible. Por eso en la antigüedad se le dio características divinas. Y cada punto cardinal tenía a su dios: Bóreas, Céfiro, Noto y Euro. Comandados por Eolo en la mitología griega. Así como tenía su propia deidad cada cultura.
La brisa recorrió mi rostro y mis brazos, sentí su mano invisible dibujar mi contorno y empujar con levedad mi camisa hasta ceñirla a mi abdomen y pecho cada vez que las nubes ennegrecían el cielo para anunciar la lluvia. En ese instante me sentí  en una canción de blues con su suavidad  y mística, y cerré mis ojos, y volé. Sólo dejé fluir la sensación, la viví, así como vivo caminar bajo la lluvia y caminar descalzo sobre el pasto o tocar el tronco de un árbol.
En la Torá (el pentateuco) se habla del aliento divino del Creador. Ese sello que imprime Dios en cada cuerpo mortal y se aloja brevemente en nuestros pulmones para ser parte de nuestra sangre, que representa en su aspiración y expiración el nombre del Eterno impreso en ese acto esencial para vivir. Sin aire no hay vida, el aire es vida.
Cuando me apasionó la natación, tenía unos diez años,  puse a prueba mis pulmones y calculaba el tiempo que podía estar  bajo el agua sin respirar. Recuerdo esos instantes con agobio y miedo que cada vez era mayor, primero eran segundos, después logré el minuto y fracción. Ahora no paso de unos 40 segundos. Llegué a sentir.
Me encanta sentir la onda del viento cuando agita la cresta de los árboles y barre la hierba. Aunque no puedo verlo, lo siento y observo su incidencia en el mundo. Por eso esperaba cada año la llegada de octubre, en esa década que fui un niño. Después aprendí que la brisa no esperaba octubre para fluir. Llega cuando quiere y se ausenta de igual forma. Es un romance el viento con la vida, una simbiosis ineludible de la tierra.
Desde la ventana de mi oficina observo la danza de los almendros de río dándole un beso a la distancia del volcán, y añoro volar igual que ave para posarme entre sus ramas. Quiero ser libre, en ese hermoso susurro que el viento emite entre las calles y tejados, mientras apenas sentimos su rumor difuminándose conforme avanza el día.
Y al observarlo pienso en lo hermoso que sería ser parte del aire, sintiendo que no existe frontera ni contención. Sólo fluye y va donde quiere, como el espíritu.

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