Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Este sábado 15 de agosto, nurse día de la Virgen de la Asunción (o de “El Tránsito” como era conocida en el pasado) se conmemora el noventa y ocho aniversario del nacimiento del Beato Monseñor Óscar Arnulfo Romero, cialis sale el salvadoreño más universal, physician sin lugar a dudas. Nadie como él, para el anuncio del Reino de Dios, y para la denuncia de todo aquello que se opone a su construcción.
Y durante este mismo mes, el pasado 5, se llevó a cabo la tradicional “Bajada”, que ahora tiene su momento máximo, frente a Catedral Metropolitana. El acto se revistió de la tradicional solemnidad y de la presencia devota de miles de fieles. Siguiendo la ceremonia, por televisión, me impresionó vivamente, el momento en el cual la feligresía cantó el Himno Nacional y el Himno al Divino Salvador del Mundo, quien en su última túnica blanca, ostentaba el escudo nacional.
Las imágenes de la Plaza Barrios (o Cívica como algún gobierno la rebautizó), con el Palacio Nacional de fondo y el carro del Patrono, me hicieron volver hacia esa alma nacional, que está formada por el corazón de los salvadoreños del ayer, del hoy y del mañana. Por lo que hemos sido, somos y seremos, con nuestras pequeñas glorias, y con nuestras miserias. Abatidos por las fuerzas de la naturaleza, de la injusticia, y del terror, pero siempre levantando la flor bendita de la esperanza contra los más funestos panoramas.
Traigo a la memoria, el fragmento del poema “Homenaje a mi padre” de Roberto Armijo, como un testimonio fiel de esa alma nacional: “…Ay la edad de oro/La edad de los poetas Todo será felicidad/La alegría brotará en las flores La patria/ no será llaga pústula maligna Nos acogerá/con la ternura que acoge un padre/ una madre a un hijo ciego Nos cubrirá/ nos llenará de besos ahora es una madrastra/ una ramera que se entrega que nos martiriza/”.
¿En qué hemos convertido la Patria? ¿En qué monstruosa criatura nos hemos tornado? Lamentablemente hemos desperdiciado momentos claves de nuestra incipiente democracia, para emprender, luego de la cruenta guerra civil, lo que debió ser un amplio acuerdo nacional que colocara la piedra angular de una sociedad justa, tolerante y pacífica.
La sangre de los mártires, y del pueblo impunemente asesinado, en el pasado y en este doloroso presente, no puede seguir corriendo por los campos y ciudades del país. Si bien urgen medidas inmediatas, firmes e inteligentes de parte de las autoridades; también es importantísimo, que sobre los intereses político-partidarios, se alce el bien supremo de la Patria. No es posible que el derecho a la vida, al trabajo, a la tranquilidad, a la libre movilización, continúe siendo vulnerado.
La unidad nacional es decisiva, en esta angustiosa hora, urgida del imperio de los valores familiares, ciudadanos, democráticos, sobre los fanatismos, los egoísmos y la barbarie. Difícilmente se podrá avanzar si el cáncer de la corrupción y la complicidad con el crimen – en todos los niveles- no se combate, y si nos empecinamos en vivir en una casa de sordos. Ninguna época de horror es eterna, y en esto, las palabras del Mahatma Gandhi nos deben promover la necesaria reflexión, y la sabia esperanza, que sabremos sortear positivamente, este dramático trance nacional: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”.