Mario Barahona,
Escritor joven
Un día cuando iniciábamos los juegos acostumbrados a las 5.00 de la tarde jugando a la ronda, bombas y otros juegos de niños. De repente se incorpora un niño que no conocíamos, dijo vivir en las casas vecinas. Armando, dijo llamarse. Tocaba la guitarra, cantó como dos o tres canciones de de Leo Dan, se incorporó al grupo de niños. Éramos como catorce. !Qué bonito cantó¡ parecía que era un amigo que ya conocíamos, pero en realidad nadie sabía de él. Jugamos mucho, el participó de nuestros juegos, todo fue tan fantástico, jugamos como siempre: a la víbora de la mar, arranca cebollas y otros. En las Campanitas San Marcos era común ver a los niños jugar aunque algunos preguntaron ¿Quién es? ¿Dónde vive? Casi paso desapercibido ese niño que se apareció de la nada frente a nosotros.
Empezamos un nuevo día reunidos todos ahí a las 5:00 de la tarde. Iniciamos los juegos de costumbre y pasados unos minutos, como llevado por el viento, se incorporó Armando, empezamos a jugar sin tomar en cuenta todo lo extraño que había en él, pareciese como que ya lo conocíamos desde antes, pero en realidad era la segunda vez que lo veíamos y seguíamos jugando con el muchas noches más, era muy ameno estar juntos, nos gustaba oír como tocaba la guitarra y cantaba canciones de Leo dan.
Recuerdo una que decía pero Raquel no seas mala Raquel , no sea mala Raquel, no seas mala mi Raquelita. Un día quisimos conocer a su familia, la curiosidad nos mataba. Pues, él dijo que vivía cerca, por ahí señalaba como apuntando a la nada, a una pequeña montaña, pero decía que no era importante visitarlo. Parecía que la oscuridad de la noche le emocionaba y desaparecía en la oscuridad como cuando llegaba. Las reuniones continuaban, nos reuníamos todas las tardes a jugar, parecían tardes de encanto, aunque él siempre evadió nuestra visita, algunos nos atrevimos y le preguntamos cómo se llamaba su mamá y papá, pero sus respuestas se escondían entre risas y juegos, solo decía que vivía por aquellos árboles altos cerca del arroyo, por los mangos de leche.
Después de mucho tiempo de querer conocer su casa, unos cuantos de los niños, atrevidos por cierto, nos internamos en la espesa montaña para buscar la casita que mencionaba el amigo y después de caminar tanto, como embrujados por las raras guías de cierto monte y dando muchas vueltas en el mismo lugar, como en un laberinto y perdidos de ubicación, pues, todos los caminitos ya conocidos desaparecieron y unas voces como salidas de los árboles nos confundían más. Caminamos rodeando el área, pero no encontramos ninguna casa, no había nada, buscamos por todos lados, por una montañita cercana pero nada. Nos invadió miedo y quisimos salir del lugar, empezábamos el camino y terminábamos en el mismo lugar. La oscuridad nos atrapó en un instante se escuchaban ruidos muy extraños, aterrados por el miedo y algunos envueltos en llanto, cuando de repente alguien como aparecido de la nada nos empezó a sacar del lugar y nos llevó hasta la calle. ¡Qué alegría sentimos!
Quisimos ver quien nos ayudó pero no había nadie. Los familiares ya nos estaban buscando, cuando nos vieron llegar a todos muy asustados. Entre regaños y preguntas que nadie podía responder llegamos a nuestras casas.
Después de esto, nadie quiso hablar del suceso, aunque esperábamos ver a nuestro amigo, unos decían que pronto vendría. Pensábamos que quizás estaba enfermo. Esperamos un momento más esa tarde para jugar pro no llegó. Ya a las 6:00 de la tarde todos empezamos a jugar esperándolo, mirábamos hacia arriba, pero él no venía. Todos queríamos verlo, queríamos oír la guitarra pero no llegó, la noche había terminado con nuestra esperanzas y nuestro amigo no volvió más, se perdió en la noche y nunca supimos quién era.