El año de la peste

Sergio Inestrosa

 

 

El año de la peste

 

Nadie parece saber, con certeza, cuándo y cómo comenzó la peste; algunos dicen que empezó el último día de diciembre, un mal día ciertamente, otros que desde octubre el virus ya andaba suelto en Wuhan, cuando fueron los juegos militares y que algunos de estos atletas los llevaron a sus países de origen. Incluso algunos investigadores creen haber encontrado el virus en Barcelona desde marzo del 2019, según muestras de aguas negras de la ciudad que dan positivo a la prueba de Covid.

En cuanto a cómo comenzó la cosa es todavía más confuso, que si salto de un animal, en concreto de un murciélago, a un humano, que si es un producto de laboratorio y por tanto, ya sea por un descuido o de forma deliberada, de allí se diseminó en la ciudad de Wuhan.  Vaya usted a saber.

Sea como fuere, tardaremos mucho en saberlo, si es que alguna vez se llega a saber, lo cierto es que, poco a poco, todo comenzó a derrumbarse, la mayoría de gente fue forzada a quedarse en casa, las escuelas, los centros comerciales, los parques, las playas fueron cerrados, al igual que muchas empresas; no pocos han perdido sus trabajos y la posibilidad de proveer para sus familias se ha visto suspendida o limitada.

Los aviones dejaron de volar, los autobuses, taxis y trenes dejaron de circular.

Poco a poco todos fuimos obligados a usar mascarillas para darnos la sensación de seguridad y para que la gente pensara que algo estaban haciendo las autoridades en los distintos lugares.

Los policías se pusieron más agresivos que de costumbre y los soldados volvieron a patrullar las calles. Era un poco, y solo un poco, como vivir de nuevo en estado de sitio, un poco más blando.

En el trabajo, ya les habían advertido que este día estarían los trabajadores del estado para hacerles la prueba del virus a los trabajadores y residentes.

Ante la noticia de que su examen era negativo, Lorenzo pensó, “Estamos sometidos a la lotería del destino”.  “Pero por esta vez no me tocó el número perdedor”, volvió a pensar cuando por la tarde regresó a trabajar al asilo de ancianos, donde laboraba desde hacía quince años. Aunque le habían hecho el examen por la mañana de todos modos le tomaron la temperatura y le midieron los niveles de oxígeno, como todos los días en que llegaba a trabajar.

Mientras se ponía guantes y su mascarilla para empezar su jornada, volvió a pensar que todos vivimos hoy con la vida en un hilo en medio de esta pandemia, y sabemos que en cualquier momento ese hilo, del grosor de un cabello, puede ser cortado por la guadaña selectiva de la parca. Y entonces será hora de decir chau y hacerlo en la más absoluta soledad, pues nadie podrá estar a nuestro lado cuando nos llegue la mala hora.

 

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