José M. Tojeira
La búsqueda de la felicidad es parte de lo que nos constituye como seres humanos. El deseo de tener o el ansia de conocer son también parte de nosotros mismos. Cuando nos deseamos feliz año, independientemente de los nubarrones que se puedan vislumbrar en la historia concreta de nuestros países y en nuestro futuro, estamos respondiendo a ese deseo de felicidad. Incluso buscamos con frecuencia la felicidad donde esta no se encuentra, o se encuentra fugaz y engañosamente. Por eso, al celebrar la venida de un nuevo año, debemos reflexionar sobre todo aquello que puede privarnos de la felicidad o nos puede llevar a ella. Y lo primero con que nos encontramos es que la felicidad individual, buscada así, de un modo individual, no garantiza la felicidad colectiva. Acaparar los medios que con frecuencia usamos para sentirnos felices, privando a otras personas de ellos, genera siempre malestar. La felicidad, como muchos de los medios que creemos que la dan, solo se puede encontrar desde la moderación en el uso de las cosas y en la participación de todos en las mismas.
Pero no son las cosas las que automáticamente dan la felicidad. Al ser la felicidad un sentimiento netamente humano, implica toda una serie de relaciones tanto con la naturaleza como con la sociedad. Un mundo con una ecología destruida, con basura, contaminación, agua y aire dañados produce siempre tensión. Una sociedad insegura, desigual, violenta y que clasifica peyorativamente a los pobres y a las minorías, tampoco es fuente de felicidad. El ser humano tiene capacidad para superar la infelicidad que puede venir desde la naturaleza o desde la sociedad, pero no siempre lo consigue cuando las circunstancias sociales o físico-naturales son adversas. En la sociedad actual, que vende felicidad al identificar felicidad y consumo, la situación es más difícil todavía. Porque el consumo no da felicidad en el largo plazo, ni es una actividad de la que todos puedan disfrutar. Al contrario, en aquellos jóvenes sin capacidad de consumo, la propaganda consumista no hace más que desesperarlos, provocando en ellos diferentes formas de rebeldía y protesta.
La felicidad se encuentra muchas veces escondida en la relación humana generosa. No tanto en adquirir como en compartir, no tanto en acaparar como en intercambiar, no tanto en ser servido como en servir. Lo saben las madres que ven pagados sus desvelos con la sonrisa de un hijo pequeño, o los que han dedicado su vida a hacer el bien y salvar a otros de la enfermedad, la ignorancia o la miseria. Si nuestras acostumbradas frases de deseo de un feliz año, que generalmente distribuimos a diestra y siniestra, nos animaran a buscar la felicidad en una relación humana altruista y generosa, es fácil que lleguemos a finalizar el año satisfechos. De lo contrario, continuaremos mirando al pasado como un tiempo de desgracia y al futuro como un tiempo peor todavía, aunque digamos feliz año, sabiendo que las posibilidades de que no lo sea son bastante grandes.
El deseo humano de felicidad hay que cuidarlo. Y la única manera de hacerlo es poner nuestra alegría allí donde están los verdaderos bienes. Si no buscamos instituciones democráticas serias y decentes preocupadas por el bienestar ciudadano, si no cuidamos la naturaleza y seguimos lotificando sobre reservorios naturales de agua, si no exigimos una mayor justicia social que disminuya las desigualdades y garantice los derechos básicos a una educación de calidad para todos, a una salud digna con un sistema único y universal, y a un salario decente, la felicidad no llegará. Continuaremos con nuestros pleitos políticos, con nuestro individualismo insolidario y con la insatisfacción que nos llevará a decisiones marcadas por el dolor o por el riesgo, llámense migración, violencia o corrupción. Feliz Año Nuevo, y que seamos coherentes con lo que decimos: con el deseo de que la felicidad se construya sobre la generosidad y sobre la relación armónica con la naturaleza y la solidaridad con el prójimo.