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El año que viviremos peligrosamente

Iosu Perales

El mundo está dando un giro a la derecha, más exactamente hacia la extrema derecha. Ahora es más caótico e impredecible. En América Latina la victoria electoral del fascista Jair Bolsonaro, una mezcla de Trump y Pinochet, cambia la correlación de fuerzas y nos advierte, de un lado, de la militarización de Brasil con sus consecuencias en la criminalización de los movimientos sociales y, del otro, de la continuidad de la influencia norteamericana en Nuestra América. El peligro de contagio a otros países es una posibilidad real en nuestro entorno. En el último decenio habíamos avanzando mucho en la lucha contra la pobreza, pero ya comenzamos a observar pasos atrás según la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación).

Vivimos nuevas complicaciones en América Latina que pueden concretarse en intervenciones militares, por ejemplo en Venezuela, que más allá de los colores políticos que podamos tener significaría una desgracia brutal para las soberanías de nuestros países. Por otra parte, los pasos dados por Obama hacia la normalización de relaciones con Cuba sufren ahora un revés de la mano de un presidente norteamericano que según analistas no es equilibrado ni intelectual ni emocionalmente. Pero también Europa vive momentos de crisis de la socialdemocracia –solo Portugal parece librarse de esta maldición-, y el auge de la extrema derecha es una realidad. Hace doce años la Unión Europea era un club para progresistas, hoy hay apenas cinco gobiernos con rasgos de izquierdas. Pero haríamos muy mal haciendo lecturas separadas de lo que está ocurriendo en diferentes partes del planeta. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no hemos vivido un momento más peligroso que el actual, algo que merece una visión global.

¿Saben por qué? Porque nunca como ahora el ambiente general mundial ha sido tan favorable a los ataques a la democracia y a la paz; nunca como ahora habían convergido tantos países con una extrema derecha en auge; nunca como ahora los tambores de guerra han sonado en tantas partes al mismo tiempo. Nunca antes Estados Unidos había tenido un presidente tan excéntrico y provocador que se jacta de tener el botón nuclear en su propia mesa de trabajo.

El mundo está tan globalizado, interconectado, que la suerte de su estabilidad o inestabilidad se está jugando en tableros que aunque nos parezcan lejanos tienen una influencia en nuestras vidas: Medio Oriente y en particular la pugna entre Israel e Irán puede terminar arrastrando a las grandes potencias a una tercera guerra mundial. En 2019 habrá más fuego y sangre. Será un año en el que viviremos peligrosamente.

Como es sabido, el sionismo israelí suspira por lanzar un ataque a Irán, bombardeando primero territorio Sirio y ampliando seguidamente el conflicto a su enemigo principal. Si esto ocurre hay muchas posibilidades que Rusia intervenga militarmente y el Hezbolá libanés abra otro frente con Israel. Queda por saber el juego final de Estados Unidos. Son dos grandes factores los causantes de tanta inestabilidad bélica: el neoliberalismo de guerra que se disputa el control de materias primas, y la geopolítica que busca la dominación de amplias regiones estratégicas, pertrechada de armas nucleares.

Parar algo así no está en la mano de países pequeños, pero estos últimos sufriremos igualmente las consecuencias con menos instrumentos de autodefensa. En realidad, 2019 debiera ser el año de los países medianos y pequeños en la búsqueda de la imposición del multilateralismo y de las negociaciones como herramienta de superación de conflictos. Los grandes países, las grandes potencias si quedan sueltas al libre albedrío son un peligro para la paz mundial.

Por todo esto es importante que nuestro país, El Salvador, se posicione bien en la esfera de las relaciones internacionales y de los organismos inter-gubernamentales. Para ello nuestro país necesita de un presidente que reúna al menos dos condiciones: experiencia y conocimiento de la realidad mundial; y una conciencia, en tanto que artesano de la paz, de que intervenir en la globalización es parte de un compromiso, se tenga detrás un país grande o un país pequeño. Ese presidente no puede ser otro que Hugo Martínez, cuyo recorrido como ministro de Relaciones Exteriores le da una ventaja insuperable sobre Carlos Calleja y Nayib Bukele.

El currículo de Hugo Martínez es de un político prudente, abridor de caminos en el ámbito internacional, gran diplomático, tejedor de esfuerzos multilaterales frente al unilateralismo que tanto gusta a las grandes potencias, un político, defensor de las soberanías de nuestros pueblos y de la idea de Nuestra América. Los gobiernos de nuestro continente en particular, incluyendo a Estados Unidos, conocen a Hugo Martínez y eso es una gran ventaja para el posicionamiento de nuestro país. Hugo Martínez sabe de las oportunidades y de los límites en materia internacional, algo de lo que carecen Calleja y Bukele. En realidad no es posible refutar la afirmación de que Hugo Martínez es una ventaja para El Salvador.

Pero Hugo Martínez tiene en su haber el conocimiento preciso del estado de nuestros migrantes. Sabe de sus dificultades, de la cuerda floja en la que viven en el escenario hostil generado por Trump. Tener un presidente de la República con conocimiento y sensibilidad sobre el estado de la migración es una garantía para una mejor atención de nuestro próximo gobierno en la protección de sus derechos allá donde estén.

Reitero que entramos en un año 2019 peligroso. No podemos confiar nuestro voto y apoyo en candidatos sin experiencia en la esfera internacional. Profundizar en la integración regional centroamericana; ser parte activa de la unión latinoamericana; y posicionarse bien en Naciones Unidas y en las relaciones comerciales con la Unión Europea y países del entorno, son tareas que Hugo Martínez sabrá enfrentar con garantías para todo el país.

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