Santiago Vásquez
Escritor
Aquellos días sofocantes de pleno verano fueron suficientes para que hombres, sovaldi niños, medicine mujeres y ancianos, se sintieran obligados a buscar tan solo un poquito de sombra al nomás salir a la calle; pero la situación se tornó aún más difícil, cuando el alcalde del pueblo mando a talar los únicos árboles que permanecían en pie para dar paso a una enorme construcción de una multinacional que llegaba al país, en nombre del progreso, la libertad y el libre mercado.
La vida transcurre aparentemente en calma, en medio de la incertidumbre que causa pavor por todas partes.
Al terrible calor, producto de las altas temperaturas de los últimos años, debido al calentamiento global por la falta de conciencia y de políticas claras sobre el Medio ambiente, se tiene que sumar otro delicado problema para la población, y es el temor a transitar por aquellas calles de la ciudad.
Los noticiaros por su parte, continúan sumando a sus estadísticas el número de muertos por la delincuencia, mientras el silencio y los pocos y raros comentarios se escuchan en forma de cuchicheo entre el vecindario, nadie quiere hablar en voz alta por miedo a ser la siguiente víctima.
En los programas de Radio y Televisión sobre el análisis de esta situación, los entrevistados toman poses de grandes intelectuales, expertos y verdaderos sabiondos, dando a conocer sus puntos de vista, al calor de una tacita de café, cortesía de la empresa noticiosa y la cosa sigue más peliaguda para el pueblo, más que antes.
La sobrina de don Porfirio toma en sus brazos a Celedonio, el único hijo que dio a luz, por cuestiones del destino, según ella, ya que su padre, un cipote de 16 años lo mataron cuando se disponía a vender pan francés en su bicicleta por aquellas funestas calles del Cantón Los misterios.
Una tarde, Don Porfirio se encamina muy tempranito para evaluar la milpa que había sembrado muy entusiasmado en un pedazo de terreno que su abuelo le había heredado desde que era muy pequeño, el hombre, se despide tan cariñoso como siempre de su mujer y se encamina a la faena.
El viento parece acolochar de incertidumbre el ambiente y por momentos lanza miradas de recelo en su misterioso viaje.
Los minutos van transcurriendo como enjambres de diminutas abejas, haciendo acrecentar la angustia de los familiares cuando alguien ha salido y nunca aparece.
Don Porfirio, siempre acostumbraba regresar lo más tarde a las seis, pero ese día, las horas transcurrieron inexorablemente y no aparecía, el canto de las aves nocturnas hacían su aparición, bajo el claro resplandor de la luna, tejiendo retazos claroscuros con la noche.
Los ojos de la chucha, echada en un rincón de la casa, parecían cuestionar a los presentes con una rara mirada, manchada de tristeza y remojada de agua clara.
El tiempo pasa y todo es pura demencia y desesperación para aquella familia que lo único que quiere es vivir con tranquilidad.
Mientras tanto, los periodistas corren por todos los lugares para capturar la mejor noticia que les puede dar el día.
La sombra del miedo y de la muerte se esparce por todos lados, los análisis continúan, la desesperanza parece cobrar vida, alienando todo el ambiente con situaciones de impacto grotesco y de terror.
A las cinco de la mañana. Don Lalo, hermano de Don Porfirio, sale a buscarlo junto a la familia y todos los vecinos del lugar sin lograr ubicar ningún rastro que dé con su paradero.
Medicina legal informa por su parte que ya no tiene personal para realizar la labor encomendada de identificar a los cadáveres encontrados en el pueblo.
La familia, continúa la búsqueda por todos los rincones del cantón sin respuesta alguna, hasta que por fin, después de ocho días de intensa labor, encuentran a alguien en el terreno de don Porfirio, todo apunta a que el cadáver localizado es precisamente el de él, lo han encontrado semienterrado y totalmente irreconosible, la tristeza parece pintar de luto a los dolientes, de igual manera a todas sus amistades, medicina legal no se hace presente para identificarlo por falta de recursos y de tiempo debido a la saturación de su trabajo y ordena inmediatamente lo levanten y se lo entreguen a los familiares.
Un palo de carey, se dobla meticulosamente al fondo de la curva del camino real.
Acto seguido, deciden hacer el levantamiento del hombre que han encontrado y lo trasladan para la casa en una hamaca construida artesanalmente por los bondadosos residentes del lugar.
La chucha, con un hálito de profunda tristeza por su amo, se levanta sigilosamente y se hecha en otro lugar de la casa, soltando todo aquel sentimiento de soledad frente a aquella inusual escena.
Todo está preparado para la vela de esa noche, los zanates huyen sin rumbo, atados a su destino de deambular por los montes.
Café, pan dulce, cigarros y todo aquello que sea necesario para atender a los asistentes.
En medio de aquel dolor y la desesperación, la chucha comienza a ladrar y en un brusco movimiento, pega un salto moviendo la cola, dando muestras de una gran alegría.
El nieto de don Porfirio pregunta:
-¿Qué le pasa a esa chucha babosa?
La veladoras parecen doblarse de un profundo sueño, el café es repartido por unas cipotas que son objeto de pícaras miradas por los hombres.
De pronto, a punto de comenzar con el cuarto misterio, se escucha una voz en la talanquera, se oye un silbido, a lo que la chucha sale corriendo, moviendo intensamente la cola, llena de total y radiante alegría.
-Buenas noches les de Dios muchá.
¿Qué es lo que pasa aquí?
A la voz de aquel hombre que apareció repentinamente en la talanquera de la casa, todos quedan extrañados, se miran unos a otros, no pueden creer lo que está frente a sus ojos.
-Mirá voz, es el mismísimo Porfirio -Exclama alguien con una voz temblorosa.
Se santigua, toma su corvo y sale huyendo por aquellos inmensos matorrales que circundan el cantón, seguido por otro grupo de asistentes.
-¡Dios Santo, por vida suya niña Nena, este es el mismo demonio -Murmura una de las rezadoras…
-Vámonos muchá por vida suya…
Toman su tapado negro y salen corriendo antes de que otra cosa suceda.
En medio de todo aquel extraño acontecimiento, don Porfirio entra en silencio, su mujer se le queda mirando con un poco de pavor, la chucha le lame las manos y no deja de saltar de pura felicidad.
-Porfirio por Dios Santo, te confundimos con el muerto que hayamos en el terreno en medio de la milpa.
-¡No jodan hombre, este es Ramírez, el esposo de la Silveria!
Ese día que estábamos abonando la milpa, llegaron unos baboso y nos ataron de las manos, a mí me pusieron un mecate de guineo en los ojos y la boca, bien maniatado me llevaron, pero me les solté y me juí huyendo por esas barranca, del tal Ramírez ya no supe nada.
¡Pobre!
Aquel extraño velorio siguió en la soledad de aquella vieja casona, ya que todos los asistentes habían salido huyendo, antes de que el aparecido los tocara y les dejara la marca del muerto.
-¿Querés café vos?
le murmuró su mujer.
-Una taza, pero bien caliente.
Le responde aquel hombre con un raro y extraño sentimiento.
Toda aquella gente dejó de llorar; mientras la familia de la Silveria, retomaba el dolor de aquellos dolientes rompiendo en llanto en medio de aquella terrible situación de delincuencia que azota sin misericordia las más profundas fibras de la sociedad.
Los zanates continúan su huida y los almendros rompen el silencio, para dar paso a otra noticia más de los presentadores de Televisión; mientras los principales periódicos resaltan en primera plana, con una llamativo titular, detalles sobre la extraña aparición de un muerto que resucita en un Cantón de aquella ciudad.
Don Porfirio sale a observar aquella hermosa luna llena que desprende su claridad con timidez en los rincones de la noche, sacude el sombrero para saborear los últimos sorbos de café, en medio de aquella extraña aparición.