Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
¡Ya voy a matar a uno de ustedes! Palabras que rebotaron en un aula del colegio de bachillerato.
En ese colegio trabajaba un profesor de Literatura muy dedicado a sus alumnos, look pero estos lo apodaban Cóndor y antes que él ingresara al aula dibujaban en el pizarrón una nariz curva como el pico de esa ave. No se enojaba puesto que, thumb de veras, for sale tenía una nariz curva. Se mostraba tranquilo, tolerante, y desarrollaba sus clases con eficiencia, aunque en el fondo no le gustaba que le pusieran apodos.
En cambio, el profesor de Matemática se ponía furioso cuando encontraba en el pizarrón el dibujo de una cabeza redonda con calvicie y el rótulo Bola de billar. Daba su clase con manifiesto malestar. Les llamaba la atención, los regañaba y amenazaba con aplazarlos. Cuando escribía en el tablero le tiraban bolitas de papel y con voz fingida, en el silencio del aula, decían Bola de billar, y a veces con cariño: Bolita de billar. Todos reían.
Cierto día se enfureció tanto que se abalanzó sobre un alumno que reía y de inmediato los demás se levantaron para defenderlo. Rodearon al maestro y discutieron acaloradamente, le fueron cerrando el círculo para que retrocediera hasta que se encontró en la puerta y los muchachos la cerraron. Él forcejeó con ellos: empujaba la puerta para entrar y los jóvenes la detenían dentro del aula. Así se mantuvieron largo rato hasta que el profesor decidió retirarse.
En casa meditó sobre este hecho que calificó de máxima indisciplina, algo nunca visto y que no iba a tolerar. No puso la queja al director del centro porque consideró que él mismo podría resolver este problema. Decidió llevar su arma de fuego al aula en su ataché para amedrentarlos o defenderse de alguna agresión. Ya me las van a pagar estos idiotas, se dijo, con evidente rencor.
Mientras tanto el profesor de Literatura solo observaba a su compañero. Él había visto en algunos colegios que ciertos alumnos portaban armas en el aula para darse el taco de tipos o para atemorizar a los docentes aplazadores, pero no sabía de algún maestro que llevara una pistola al aula. No se imaginaba tal conducta.
El maestro Condor entró a su aula, y qué casualidad, los alumnos no habían dibujado su nariz. Pensó que ellos ya se estaban formalizando y no escuchó la palabra Cóndor, nombre de un ave grande que vuela sobre las montañas de los Andes en Sur América. En cierto modo ya le agradaba que así lo apodaran y no con otros nombres como cabra o cheje. Terminó su clase con su autoestima elevada.
La siguiente clase sería la del profesor de Matemáticas y se quedó cerca del aula para cerciorarse del comportamiento de los alumnos. Yo, reflexionó, con mi actitud de tolerancia he contribuido para que estos jóvenes se regeneren. Mientras esperaba escuchó de su radio portátil la melodía «El cóndor pasa» que un grupo interpretaba con flautas de madera, tambores y guitarras. Se identificaba con esa música.
El profesor de Matemáticas ingresó al aula con su ataché que colocó en el escritorio, le quitó llave para poder sacar su pistola con rapidez. Durante los primeros minutos los muchachos estuvieron calmados, el profesor creyó que ya los estaba domesticando, pero de plano se equivocó. Los últimos del aula, tapándose la boca dijeron varias veces Bola de billar, los demás prorrumpieron en carcajadas. Iniciaron un relajito: Se tiraban y cachaban una bola de billar que alguien había llevado.
–Entréguenme esa bola – les dijo el profesor.
–Para qué, si usted carga una – y siguieron con su bullicio.
El profesor se aproximó a este grupo para decomisarles la bola, y volvieron a discutir e intercambiar frases ofensivas. Subió tanto su cólera que les gritó: ¡Ya voy a matar a uno de ustedes!
Corrió para donde tenía su ataché, lo abrió con rapidez generando suspenso, y: ¡Ya le habían robado la pistola! Una carcajada se escapó de ese santuario del saber.