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El arte de simular

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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Las medicinas estaban tan caras que mucha gente no podía comprarlas. Entonces algunos se subían a los buses para escuchar a los vendedores que abordaban estas unidades del transporte, viagra por ejemplo, de Ahuachapán a Santa Ana, y viceversa.

Aquí encontraban un verdadero mercado en movimiento con una variedad de voces y productos. Se ofrecían pastillas, cápsulas, jarabes, ungüentos, inyecciones, y más. Se anunciaba una misma medicina contra muchos males como diarreas, asma, artritis, infecciones renales, y otras. Este ungüento, decían, sirve para la picazón, los hongos, los golpes, el ardor de estómago y hasta como desodorante ya que tiene olor a eucalipto.

Uno de mis amigos, con cierta cultura, los fines de semana abordaba los buses para enterarse de estos medicamentos y siempre compraba algo. Me contaba de las novedades que encontraba.

–Pero tú tienes Seguro Social – le recordé.

–Sí, pero las medicinas del Seguro casi no me hacen efecto y estas otras sí me curan, rara vez no pegan porque las enfermedades evolucionan.

–Pero lo más grave – le aclaré – es que aceptas lo que ignorantes te recomiendan, y tú decides qué medicamento consumir, te automedicas.

El siguiente fin de semana le leí el recorte de un periódico sobre el decomiso, en un mercado, de un lote de medicamentos no autorizados, elaborados en forma clandestina. En el análisis de laboratorio se reveló que estaban contaminados con heces fecales, bacilos, y otros bichos que provocan enfermedades. Eran producidos sin normas de higiene ni de calidad.

Mi amigo se sorprendió por esta noticia y decidió consultar sobre sus dolencias en el Seguro Social, pero le sucedió algo insólito.

Cierto día su hija, mayor de edad, desempleada, no tenía derecho a ser atendida en  el Seguro, y no disponía de dinero para la consulta privada ni para los medicamentos. Entonces él dispuso ir a consultar al Seguro y le pidió a la hija que le explicara sus síntomas y dónde le dolía, para simular que él estaba enfermo y traerle los medicamentos que le iban a dar.

Llegó a la institución mostrando tristeza, como decaído, con su rostro adolorido y explicó al médico todas las dolencias. Después de escucharlo con atención y hacerle las preguntas pertinentes, procedió a examinarlo en forma minuciosa, luego meditó un momento e hizo anotaciones, y con cierta preocupación llamó a la enfermera.

–Este paciente está muy grave, póngale suero y que lo preparen, se le va a operar de emergencia.

Mi amigo palideció al instante y por poco se desploma, pero balbuceando le dijo:

–Si la medicina es para mi hija, doctor, ella es la que está enferma.

–Pero a usted lo he examinado y está muy grave, no hay que perder tiempo. Si se muere que no vayan a culpar al Seguro.

–No, doctor, mejor voy a volver.

Salió corriendo a contarle a su hija, que ella está tan grave que urge que la operen. No, papá, no es para tanto, si hoy que usted se fue a la consulta me sentí mejor, ya no me duele nada, quizás fue un aire que se me atravesó. Y mi amigo juró ya no andar simulando porque lo hace tan bien que el médico cree que está enfermo de verdad.

Días después lo ingresaron de emergencia al hospital del Seguro. Lo llevaron en la ambulancia en estado delicado, de gravedad no simulada sino por la misma enfermedad que el doctor ya le había diagnosticado. Si no hubiera sido por esa simulación, ya fuera difunto. Una trabajadora social de la institución lo fue a descubrir a su casa haciéndose el valiente, pero estaba amenazado de una muerte cercana.  Ella había llevado la ambulancia y  lo trasladaron a emergencia.

Hoy, con plena salud, mi amigo asegura que el Seguro si es seguro con sus diagnósticos y medicamentos, y se olvidó de las medicinas que compraba en los buses.

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