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El avance del COVID-19 y sus múltiples desgracias

Jaime Edwin Martínez Ventura

Abogado y Notario. Miembro del Centro de Estudios Penales de El Salvador, CEPES

La tragedia mundial causada por la pandemia del COVID-19, ya está golpeando fuertemente a nuestro país. En las últimas tres semanas miles de personas lloran por el fallecimiento de uno o más de sus seres queridos; otros todavía no hemos sido golpeados tan cercanamente -Dios nos libre de que bebamos de ese cáliz-, pero nos duele la pérdida de varios amigos o conocidos y el sufrimiento terrible de sus familias. Lo más triste y preocupante es que, según el estado de cosas, esta trágica situación tiende a empeorar en los próximos días; ojalá me equivoque.

 

La muerte de tantas personas, sin distingos de edad, género, condición social, o de cualquier otra índole, es el rostro más visible de esta catástrofe. Lamentablemente no es la única. Esta es una tragedia multifacética de la que pocos saldrán bien librados. El azote de la crisis económica, incremento del desempleo, la pauperización de diversos sectores sociales, la mayor marginación, pobreza y hambre de muchos, ya se cierne en nuestra tierra.

 

Es casi seguro que estas dos consecuencias nefastas hubiesen sido igual en nuestro país, independientemente del partido político gobernante. Por ello, a pesar de las muchas deficiencias como la ausencia de planificación apropiada, las improvisaciones continuas, el uso indebido y caótico de la potestad normativa, no se puede responsabilizar exclusivamente al Gobierno actual, puesto que la fragilidad estructural de nuestro sistema de salud se debe no solo a la escasez de recursos, propia de países con poco desarrollo económico, sino a la debilidad inveterada de las políticas sociales.

 

Fragilidad que se profundizó aún más con el predominio del neoliberalismo que, en todas partes, en los últimos cuarenta años, desbarató, deterioró o, en su caso, no permitió robustecer las políticas sociales especialmente en salud, educación, vivienda, trabajo y otras. Es por eso que aún naciones poderosas como EE.UU., Reino Unido, España, Italia y otras, sucumbieron también a este infortunio. La imposición del neoliberalismo se hizo durante los 20 años de los gobiernos de derecha y en los 10 años de gobiernos de izquierda no se hizo lo suficiente para desmontarlo.

 

Esas dos consecuencias funestas de la pandemia, son suficientes para causar profundos daños en la población, algunos irreparables.

 

Pero esas heridas son más intensas, más dolorosas si se les agrega otra desgracia que desde hace algún tiempo, facilitada por el uso de las redes sociales, se está extendiendo demasiado entre nosotros: la violencia verbal y el odio político. Las descalificaciones, insultos, agresiones verbales e incluso maldiciones a los adversarios o meros contradictores, se ha convertido en moneda de uso corriente por medio de Twitter, Facebook, Whatsapp y otras redes sociales. En mala hora esos avances tecnológicos cuya finalidad es mejorar la comunicación y, por tanto, unir a la sociedad, se han convertido en todo lo contrario, en una arena sin reglas y sin árbitro, al menos en el ámbito político.

 

Se ha llegado a tanta deshumanización e insensibilidad, que antes de los primeros fallecimientos provocados por la pandemia, hubo personas y personeros que expresaron el deseo de que sus adversarios contrajeran el virus; luego, ya con los contagios confirmados, de manera solapada y algunos abiertamente, han deseado la muerte de quienes no son parte de sus preferencias; y en las últimas semanas hay muchas personas que públicamente se han alegrado por la muerte de sus antagonistas a quienes, aun ya muertos, se les sigue defenestrando. ¿Cómo es posible que se pretenda usar el ropaje de la libertad de expresión para encubrir estos bajos instintos?

 

El COVID-19 nos está derrotando no solo sanitaria y económicamente, también moralmente. Ha logrado vencer porque tristemente, desde las primeras acciones, las fuerzas y agrupaciones políticas en lugar de actuar unidas, se han dedicado a pelearse entre ellas. Se ha identificado como enemigos a los otros, a los rivales políticos y a los que sin ser adversario, no se alinean a determinadas propuestas o propósitos. De este modo el verdadero enemigo, el coronavirus, avanzó tranquilamente, sin oposición, sin contención.

 

Entre las más importantes reglas del “Arte de la Guerra” (Tzun Sun) están las que dictan que antes de atacar se debe conocer al enemigo, sus fortalezas, sus debilidades, sus oportunidades; cuando se trata de un enemigo poderoso, ignoto o poco conocido como es el caso de esta pandemia, no bastan las fuerzas y los recursos propios, se deben buscar aliados y acometer de manera coordinada, respetando las competencias y el conocimiento especializado que cada aliado tiene en sus respectivos terrenos. Reglas que lamentablemente no se han aplicado. No es tarde todavía para rectificar y emprender acciones consensuadas que permitan ganar esta batalla. Pero es urgente que todos los partidos, actores y sectores políticos contribuyan a eliminar o reducir el divisionismo y el odio. Se deben cumplir los deberes constitucionales de colaboración entre órganos de gobierno, art. 86, inc. 1º, Cn.; y el mantenimiento de la armonía social y la paz interior, que es además un derecho fundamental de la población, cuyo cumplimiento corresponde a todos los poderes estatales, pero en particular al señor Presidente de la República, según lo dispuesto en el art. 168, ordinal 3º, Cn.

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