El bombillo de savia

Mauricio Vallejo

Escritor mártir

Tonacatepec no era éste ni por cerca, antes quedaba bien arriba. Este era un pueblo de brujos atrincherados con maizales de mentiras. Sucedió pues que un finado día les agarró la gana por hacerse un sol. Por noches enteras chancletearon, invocando a Dios y al mundo de la magia.

El viejo Moticachi vivía cerca en medio de un zacatal. Era un cascarito, curcucho y agrio como los pepenances, que pasaba habla y habla maldiciendo la suerte de oír a los brujos.

Estaban menénadose los ojos y el fuego, cuando uno de ellos tirándose de cabeza emitió un chillido de mico. Agudo se encaminó como punta de tacuache. Chillido que paró el viento y el sonido. Dios y el mundo de la magia habían dado la solución.

—¡De maíz, tapiz, nariz de lombriz!

—Dios en tu boca.

—¡De maíz!

Harían el sol con granos de maíz.

Cuando se hizo de noche, sacaron entonces los bollos brujos. Carrizos de bambú de la medianoche enrrollados a hilo de araña que come sapos y violetas. Se untaron ceniza y ruda, y lanzaron los bollos. Azul negro se iban pintando a la búsqueda de maizales.

—¡Titicochichi! ¡Titicochichi!

Allá iban.

Al caer se enchutaban fecundando a la par de los surcos. ¡Titicochichi! Dando pita iban.

Con el alboroto Moticachi se despertó y salió a espiar.

—¡Achis! —dijo— esos volados hacen como mi nombre.

Y se rió tapándose la boca pues estaba como niño tierno.

En los cielos vio como brujo tras brujo se montaban en el aire y se los tragaba la comba para regresarlo con así de tanatadas con maíz.

En los pueblos alaraqueaban hasta los mudos. Se jalaban los sesos tratando de averiguar quién los dejaba chipes en plena cosecha.

Y así pasaron cinco noches. Los brujos sin doblar ojo en el petate. El viejo Moticachi por ahí, quedó y lenteando.

Moticachi llegó por Tonacatepec. Todo andaba ombligo para atrás.

— Ya caigo —dijo en su cabeza— Los ventistas de la molotera son los brujos.

Se acaracoló cusuquito y se fue zafando hasta regresar a su rancho.

Agarró de la cocina un machete de obsidiana y un puro espanta espantos, tomando por una loma hacia el maizal de mentiras. Y a saber cómo, cosas de Dios, pero se metió entre el ajuatero que no picaba. Vio y comprendió. Se detuvo, las manos viejas le tembelequearon, destripó una garrapata y sacando el puro se sentó a mascarlo. Con los ojos rebizcos entre patas de gallo que cantan al anochecer, sentía amplificarse el espacio y el andado de los zompopos que andaban enganchados por el maizal de mentiras.

Entonces se abrieron campo. ¡Titicochichichi! Virados iban los bollos a buscar maizales. Adentro del pueblo se miraban los hilos aunque nublados. Dando pita iban ¡Moticochicochi titicochichichi! Y empezó el trabajo para los brujos.

Moticachi agarró su machete y se metió en el pueblo. Le temblaron las patas y se puso pispis. Suerte. Todos los brujos habían salido. Moticachi buscaba y buscaba aturrando la cara y la sangre, la raíz de donde subían los bollos. Pero andaba algo despistado, Juan Caballo, parecido a los de armas buscaniguas niguas pen. A la púchica con el viejo Moticachi.

Del horizonte en deslizón aparecían. Moticachi abrió la boca sin dientes y quiso moverse más sólo pudo apretar el mango de su corvo. Y qué hacer si hasta ni cómo salir sabía.

Los brujos venían pelando las jetas. Moticachi corría angustiado. Y no había logrado su cometido de destruir la raíz de los bollos. Los brujos venían por los aires.

— Son babosadas— se dijo, y parado con los ojos cerrados entiesó la cara echada abajo, y descubrió la calma. Se tiró al suelo y de iguana buscó las raíces, no tardando en hallarlas todas llenas de una neblina gruesa gruesa. Y dice mano al machete y empieza a darle al tronco. Los brujos venían hasta echando baba.

Todos cayeron. Esto sucedió ya requetequetiempos.

Los ojos fijos de Moticachi vieron explotar a cada uno, ¡Bosh! Y se elevaban en cruz nubes doradas rellenitas con gris, que iban a enroscarse con las ramas de los árboles. Moticachi salió corrido sin dejar ver que de las nubes goteaban granitos de maíz que se amelcochaban y hacían brotar de nuevo al brujo.

Así fue esto. Los brujos mejor se fueron quién sabe dónde

Publicado en La Prensa Gráfica, octubre 8 de 1978

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