German Rosa, s.j.
El distanciamiento social ha sido una medida sanitaria para disminuir la propagación del COVID–19. No cabe duda que esta medida tiene un papel fundamental para cuidar la salud de los ciudadanos, aunque no sea la única que ayude para garantizar la seguridad sanitaria. Sin embargo, la pandemia ha puesto en evidencia y ha agudizado otros tipos de distanciamiento que se han ido estructurando y constituyendo como formas habituales en la convivencia humana.
Hoy somos más conscientes que existen peligrosos distanciamientos sociales que se han ido incrementando por causa de la pobreza, la desigualdad y el desempleo que tienen un impacto directo en los adultos mayores, la niñez, los jóvenes, las mujeres, pueblos indígenas y los grupos sociales más vulnerables, etc. En el informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial se advierte que miles de millones de cuidadores, trabajadores y estudiantes, sobre todo aquellas personas que estaban en una situación de desventaja antes de la pandemia, se exponen ahora al riesgo de perder las rutas hacia nuevas sociedades más justas que la recuperación podría hacer plausibles (Cfr. https://www.portafolio.co/internacional/la-pandemia-amplio-las-brechas-sanitarias-economicas-y-digitales-en-el-mundo-548433).
Otros distanciamientos han sido de carácter político cuando los gobiernos no han respondido a las necesidades de la seguridad sanitaria y también socioeconómica de la población e incluso, en algunos casos, se han violentado sus derechos socioeconómicos, políticos y civiles. Pero también hemos sido testigos del distanciamiento cultural, porque no todas las instituciones educativas tienen los recursos necesarios para la educación a distancia, ni se ha logrado superar las grandes brechas digitales para tener el acceso a la educación, etc. El distanciamiento es un tema global y una experiencia que nos hace pensar en la parábola del buen samaritano.
La parábola del buen samaritano se encuentra en el evangelio de Lucas 10,25-37. Comienza con una conversación de un maestro de la Ley con Jesús. El maestro de la Ley le pregunta a Jesús: “¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?” Jesús lo interpela confrontándolo con lo que dice la Ley y luego lo invita a cumplirla. Luego el maestro de la Ley le pregunta a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?”. Y Jesús le responde con la parábola del buen samaritano: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva. Luego Jesús le pregunta: ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? El maestro de la Ley le responde que el que ha tenido compasión. Y Jesús le dijo: Vete y haz tú lo mismo”.
El diálogo del maestro de la Ley con Jesús tiene como fondo la discusión sobre el mandamiento más importante que aparece en Mc 12,28-34. En dicho texto se narra el diálogo entre un maestro de la Ley y Jesús sobre el tema del mandamiento más importante, y se subraya la síntesis perfecta que existe en el auténtico amor a Dios y el amor al Prójimo, pues: “amar a Dios con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12,32).
Actualmente para ir de Jerusalén a Samaria se descienden y recorren 37 kilómetros. Hay un desnivel de mil metros. Cuando se viaja a pie, a caballo o camello, es fácil imaginar a los bandidos que podían asaltar las personas y esconderse detrás de las colinas. El buen samaritano podría ser un comerciante que probablemente conocía al dueño del albergue donde llevó al hombre herido víctima del asalto. El buen samaritano pone a disposición de esta persona maltratada por los asaltantes su conocimiento de primeros auxilios, su medio de transporte, su dinero, su buen crédito. Podríamos decir incluso que Jesús mismo se identifica con el buen samaritano capaz de inclinarse y hacerse cargo del hombre herido y necesitado. El prójimo es aquel al que se acerca y se aproxima en cualquier tiempo y lugar con corazón abierto, sin discriminación de grupo social, casta, parentela, raza, e independientemente de los intereses económicos, sociales y políticos.
El buen samaritano trata un tema que para un judío tenía una respuesta clara en la Ley. El prójimo es todo miembro del pueblo de Dios o el pueblo hebreo (Ex 20,12-17; 21,14.18.35; Lv 19,11-18). Pero Jesús le está diciendo al maestro de la Ley que él es prójimo de cualquier persona, aunque sea de distinta religión o de diferente grupo étnico, que vea en la necesidad. La categoría de ser prójimo no se reduce a una ley o una categoría abstracta, sino que es una acción concreta.
La parábola crea un impacto muy fuerte porque los sacerdotes, los levitas, los expertos de la Ley son los que pasan de largo a la víctima que está abandonada en el camino, ponen una clara distancia social con la víctima. Por el contrario, la parábola nos enseña que el que tiene el secreto de la vida eterna es paradójicamente un samaritano, un extranjero odiado por los judíos, a tal grado que el maestro de la Ley ni siquiera se atreve a pronunciar el nombre de “samaritano” (Lc 10,37).
El samaritano no tiene los conocimientos de la Ley que tienen los sacerdotes, los levitas, los maestros de la Ley, pero tuvo un corazón compasivo y expresó un amor eficaz. Una de las características de Dios (Lc 1,54; 6,36) y también de Jesús cuando encuentra a los pobres y los pecadores (Lc 17,13; 18,38). El samaritano se aproximó y levantó a aquel hombre que había sido maltratado y herido, se encargó de él, lo llevó a un lugar seguro, lo curó y no lo abandonó.
La gran paradoja del samaritano es que actúa con misericordia con un hebreo al contrario de lo que hacen los representantes oficiales de la comunidad cultural hebraica. Un samaritano, enemigo natural de un israelita, que en el relato aparece como paradigma de la misericordia hacia el prójimo, es impensable para el maestro de la Ley. El evangelista pone en evidencia la polaridad entre Samaría y Judea, pero también supera dicha confrontación y antagonismo (Cfr. Meier, J. P. 2017. Un Ebreo Marginale. Ripensare il Gesù storico. 5. L’autenticità delle parabole. Brescia (Italia/UE): Editrice Queriniana, pp. 222 – 223).
Las parábolas fueron un instrumento con el cual Jesús comunicaba de modo atractivo y hacía llegar su mensaje eficazmente a quienes lo escuchaban en su ministerio itinerante (Cfr. https://www.diariocolatino.com/el-les-hablo-de-un-proyecto-lo-comenzo-y-todavia-continua/).
El distanciamiento social que denuncia proféticamente la parábola del buen samaritano es aquel que abandona en su desgracia a las víctimas que se encuentran en el camino de la vida. Las víctimas de la pandemia han sido innumerables en todo el mundo. Los registros de tantos daños morales, psicológicos, materiales, sociales, políticos, jurídicos y culturales son abundantes y no tenemos cálculos certeros de los daños que ha causado y seguirá causando.
La pandemia no es solamente un fenómeno sanitario, porque ha profundizado y puesto en evidencia las distancias sociales, económicas, políticas y culturales; todas ellas han causado daños graves y también han incrementado las víctimas en esta terrible pandemia. El buen samaritano es un modelo de vida personal y comunitario que nos salva del peligro de construir y consolidar los muros invisibles y también materiales que nos separan y nos distancian como seres humanos y como pueblos en la casa común que todos habitamos.
Vivimos en un mundo en dónde seguimos tendencias (moda, baile, música, dietas, deportes, etc.). Las tendencias personales y sociales individualistas y utilitaristas se han convertido en una moda global. El buen samaritano es una parábola con un mensaje contra esas tendencias que nos separan y nos hacen indiferentes ante las tragedias y los dramas humanos. El buen samaritano nos enseña que la voluntad de Dios es que vivamos siendo verdaderamente humanos y personas con una fe auténtica y activamente comprometida, haciéndonos cercanos a las víctimas y a los pueblos que sufren esta pandemia y las consecuencias de esta calamidad.
La parábola del buen samaritano desestabiliza nuestro mundo ordenado y organizado que nos separa y nos distancia unos de otros. Esta parábola es una denuncia a la tendencia del distanciamiento social de los que sufren la pandemia y las demás tragedias humanas, y nos invita a no pasar de largo a las víctimas y los dramas humanos. Todos juntos podemos construir un mundo diferente sin distanciamientos que rompan la fraternidad universal. El Papa Francisco lo expresa así en su encíclica Fratelli Tutti: “Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común. En cambio, desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo distinto” (Fratelli Tutti, Nº 154).
La pandemia del Covid-19 nos ofrece paradójicamente una oportunidad única e irrepetible: ¡Atrevámonos a hacer de la política una parábola del buen samaritano! ¡Tengamos el coraje de recomenzar una nueva época siendo buenos samaritanos!