Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
Corría la década de los años cuarenta en la apacible Ciudad de Las Nieblas, shop Cojutepeque. Los cipotes disfrutábamos de nuestros juegos tradicionales sobre la calle del Cementerio.
Al final de esa calle tenía su casa y taller don Sebastián, ailment un excelente carpintero ebanista. Nos elaboraba trompos, capiruchos y yoyos. Para los trompos zumbadores le llevábamos palos de guayabo. Colocaba cada tramo en el torno y cuando lo hacía girar acercaba un formón especial, lanzaba astillas y aserrín. Pronto finalizaba una docena de trompos. No nos cobraba porque éramos compañeros de escuela de su hijo Luis.
Don Sebastián enseñó a Luis el oficio con tal esmero que lo convirtió en un excelente carpintero ebanista. Ya no asistió a la escuela y comenzó a trabajar, pero a la vez aprendió el vicio del alcoholismo.
En el barrio lo apodaron Burro Carpintero, por dos razones: una, por ser carilargo y la otra, porque no hacía caso a don Sebastián cuando le exigía que dejara el vicio, era testarudo.
En cierta ocasión mi padre escuchó que el comandante del Destacamento Militar, se quejaba de la escasez de buenos carpinteros.
–Conozco al Burro Carpintero – le dijo mi padre – es excelente obrero, pero deja los trabajos a medias cuando agarra zumba. Hoy anda bebiendo.
–Pues aquí lo vamos a componer, a peores hemos enderezado.
–Imposible, coronel, no lo va a corregir ni a garrotazos, es burro de verdad.
–¿Cómo qué no?
–¿Cuánto apostamos que no lo endereza?
–No acepto porque le ganaría fácilmente.
De inmediato ordenó a un sargento para que con un grupo de soldados fuera a traer al Burro Carpintero. Visitaron todas las cantinas hasta que lo encontraron «fondeado» en una acera. Los soldados lo cargaron para presentárselo al coronel. Él dispuso que lo encerraran en bartolina, luego lo ingresaran a enfermería y después le dieran alta con funciones en el taller de carpintería.
Aquí se dedicó a trabajar con entusiasmo. Pero cuando tuvo que barnizar el primer mueble usó alcohol y sin desearlo fue absorbiendo el vapor hasta que ya no aguantó y lo ingirió. Quedó dormido sobre el banco de trabajo. El coronel se enojó al verlo, y preguntó al sargento:
–¿Quién le ha dado guaro al Burro?
–Usted, mi coronel – respondió con seguridad.
–¿Cómo te atreves?
Le aclaró que él autoriza la compra de los materiales de carpintería que incluye dos botellas de alcohol para barnizar. Enseguida el coronel ordenó a dos soldados vigilarlo y que no lo dejaran beber alcohol, en caso contrario ellos serían castigados.
Luis trabajó como hombre nuevo y los soldados no le quitaban el ojo de encima. Entonces les pidió que le ayudaran a lijar piezas, así fue ganando su confianza. Pero al comenzar a barnizar surgió el momento de peligro. No encontraba la ocasión para saborear un trago. Por fin les dijo: miren aquel avión de guerra – señalando el cielo. Los soldados observaron el firmamento, absortos, mientras él tragaba y tragaba. Al rato comenzó a cantar: «Mira como ando mujer por tu querer, borracho y apasionado…».
Al instante los soldados pensaron en desertar para no ser castigados por el coronel. El Burro siguió cantando y hasta improvisó letras:
«Sufrirán como doncellas
por estar viendo un avión,
mientras yo de un envión
me empinaba las botellas».
Con voz aguardentosa les dijo: mejor métanse un par de tragos para soportar la paliza que les dará mi coronel. Después de algunos minutos los tres bailaban y cantaban a la vida y a las mujeres. El coronel, muy enojado, ordenó al sargento:
–Encierren en el establo a estos dos aprendices de asno, y suelten a este Burro para que vaya a rebuznar a los potreros del tiangue municipal.
Y en su monólogo concluyó: es más fácil que yo muera de una cólera que este Burro se enderece.