Por Wilfredo Arriola
El tiempo transcurre ineludiblemente y con él, la mirada. Nuevos giros, nuevos tropiezos, nuevas alegrías y otras maneras de estrenar la esperanza. Cada reto se convierte en una añoranza, sí es que se ha labrado con tesón, con la disciplina de terminar algún objetivo en particular. La casa ya no es la casa, el instituto que fue el nuestro ahora es parte de una memoria, las calles de regreso a casa han cambiado, la diversión a contra pronóstico ya no es la misma y de poco en poco, quizá uno se convierte en lo que criticó, pero quedan los amigos para hacer de todo eso, lo que fue, pero solo mediante la añoranza y la conversación.
Tener amigos es no dejar morir el vínculo del pasado, aquellos que cuando se van también se llevan algo de nosotros. El que fuimos, también se queda ahí en ese intento. Los tiempos desaparecen, porque mover una pieza es desaparecer el paisaje, todos toman un rumbo diferente y el que se queda también se obliga hacer su camino, ahora desde la libertad de la soledad. Cada uno hace su trasformación, desde el extranjero, desde otra posibilidad de lo inmenso que es la vida. Uno termina creciendo en silencio o dejándose perder por la monotonía de los días, ya vendrá el futuro para tomar cuenta de lo que ha sucedido o dejó de suceder. A ciertas cosas de la vida uno no puede renunciar, por ejemplo, a la inexorable cuenta de la realidad, donde uno se detiene y mira hacia atrás y el resultado de lo mirado solo puede conformarse en dos respuestas: o se mira con orgullo o se padece en silencio. Cualquier respuesta siempre conmueve, ninguna debería dejarnos indiferentes. Somos una transición que paulatinamente deja un legado o se hace parte de días transitorios carcomidos por el calendario y las alarmas del despertador.
Unos se van, otros vuelven. La conversación del reencuentro siempre abre las grietas del pasado, nos develan. Hay historias, personajes, lugares, anécdotas que ni siquiera uno mismo sabe que las guarda, y es lo maravilloso del recuerdo y del reencuentro con aquellos que forman parte de nuestra historia. Ahí por momentos difusos, vuelve el paisaje a estar integrado, unidos por las pasadas y el tiempo que fue, es ahí donde volvemos hacer aquel en proceso y de éste que aún sigue en ese camino. Detenerse nos dará alegrías o abrirá el paso de la nostalgia encubierto de tristeza en saber si hemos hecho o no lo que esperábamos. Como quiera que sea, somos seres inacabados, y cada día abre la posibilidad de mejorar lo que somos. La pieza que hizo posible aquel viejo paisaje solo funcionó por la memoria del pasado, borroso y nada más, pero le quitó una a la que se forma cada momento en el hoy y esa, es todavía más grande. Unir pasados es descuidar al presente, que es lo que nos mantiene vivos. A su momento, comentaremos el hoy, que esta pieza entonces sea digna de orgullo.