El cambio en la mano

EL CAMBIO EN LA MANO

Por Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y editor Suplemento Tres mil

Conforme avanzamos en la senda de la vida cambiamos. Yo no soy el sujeto que hace veinte años, y por increíble que resulte tampoco soy el individuo que hace una hora iniciaba su vida cotidiana con la costumbre de siempre. Podré creer que soy quien fui, pero así como decía un sabio antiguo: “uno no se baña dos veces en el mismo río”.

Desde hace mucho tiempo escuché decir que la única constante es el cambio. De lo que podemos estar seguros es que el cambio seguirá desarrollándose. Y es obvio, es lo único seguro; el ejemplo es nuestra sociedad, nuestro rostro en el espejo cada mañana, así como nuestros gustos e intereses. Esa metamorfosis que nos aleja de los días en que utilizamos pañales y éramos dóciles e impotentes de movernos por nuestra mano y urgimos para cualquier cosa del amor, la misericordia, la generosidad  y la empatía de nuestros progenitores o de quien nos cuidara. Para después creer que el mundo es nuestro y con arrogancia pensar que el universo debería estar en nuestra bolsa. Tras esto llegar a la irremediable adultez, reproducirnos, tener un empleo para pagar las cuentas y poco a poco decirle adiós a los sueños porque la sociedad lo impone para darle paso a la frustración y el resentimiento que más de algún pícaro aprovechará. Y así llegar a la ancianidad y decidir si nuestra vida se vuelve igual al vino o parecido al ajenjo para después difuminarse y terminar esta ilusión que nosotros pensamos real y llamamos vida.

Pero, en fin, cambiamos. En algunos rincones de mi mente encuentro recuerdos que me señalan la razón por la que soy el que soy, aunque existen detalles del pasado que se me han extraviado en el olvido. Por ejemplo: olvidé que en su momento me gustó Garfield. Sí, el gato naranja con rayas negras me cautivaba antes de verlo por televisión, al enterarme a través de revistas y de los cuadernos y tiras cómicas de mis compañeritos de estudios en la primaria. Me agradaba ese gato gordo y perezoso por la forma de enfrentar el mundo con total desentendimiento y una tierna antipatía, semejante a los gatos reales (un poco exagerado). No me lo perdía en esas semanas que lo programaban por televisión o  en las publicaciones de algún periódico. Sin embargo, con los años borré ese recuerdo hasta que llega a mis manos una camiseta. La prenda tenía estampada la figura y el nombre de Garfield y la persona que me la daba me decía: “dicen que a usted cuando era pequeño le gustaba Garfield, por eso se la mandan”.

Es increíble lo bueno o malo que podemos ser gracias al paso del tiempo, así como la candidez y la ignorancia que podamos tener para enfrentar el destino. La camiseta me evoca mi infancia y lo hermoso y radiante que podían ser esos días, los cuales solo los dejamos resguardados en el baúl más lejano de nuestra memoria.

Ahora que somos presos de una realidad que nos señala que nos falta solidaridad y amor, donde la corrupción se disfraza de buena onda y la esperanza y la fe se hunden en la impotencia y la incertidumbre, es el momento de recordar que todo pasa, la vida tiene ciclos y el mal y el bien no son eternos, ni nosotros.

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