Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Las generaciones comprendidas entre los años cincuenta y ochenta, del siglo pasado, fuimos influenciadas, muy fuertemente, por las ideas del cambio social, especialmente vinculadas a las ideologías de izquierda. La revolución y todos sus íconos inspiraron a grandes multitudes de jóvenes en el mundo. El cambio se concebía exteriormente, afincado en la transformación radical de las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales.
Algunos creían, que esto era casi mecánico, y que, al producirse la renovación en los ámbitos señalados, vendría el surgimiento de un nuevo ser humano, más consciente y solidario. Sin embargo, no todos visualizaron que los cambios verdaderos surgen siempre en el territorio más profundo de la individualidad del ser. Y que, hay situaciones y hechos en la vida, que difícilmente cambian de inmediato; incluso, algunos, nunca lo hacen. Entender esto, no es fácil.
Dice la especialista en temas de estrés, Connie Neal: “El estrés se asocia siempre con los cambios que nos afectan. Cuando percibe los cambios como amenazas, su nivel de estrés se incrementa. La vida está constantemente cambiando en formas que la mayor parte de las veces están fuera de nuestro control. Cualquier cosa que pueda hacer para incrementar su sentido de seguridad frente a la incertidumbre le ayudará a lidiar con el estrés normal de la vida. Pensar en cosas inmutables nos ayuda a lidiar con las mutables”.
Esas cosas “inmutables”, forman parte de la naturaleza espiritual del hombre, y comúnmente se traducen en creencias religiosas, aunque no necesariamente sea la religión, el ámbito exclusivo de la espiritualidad, éste es mucho más rico y diverso. Cada quien, lo necesita y lo articula, de una u otra manera, a lo largo de la vida. El tener una brújula que nos oriente, nos conforte, nos anime, sobre todo, en los momentos difíciles, abona sustantivamente a la salud mental y a la calidad de vida.
Conozco personas para quienes el arte, la poesía, la solidaridad, la naturaleza, la mística, su oficio o profesión, se convierten en una razón vital, que les provee de tranquilidad y paz, ante las incertidumbres y desasosiegos más íntimos.
Ese gran contemplativo que fue el P. Ignacio Larrañaga, escribió, este memorable fragmento que dejamos en sus manos: “Acepto con paz/las contrariedades de la vida/ y las incomprensiones de mis hermanos, / las enfermedades y la misma muerte,/ y la ley de la insignificancia humana, es decir:/ que, después de mi muerte, todo seguirá igual/como si nada hubiese sucedido/ Acepto con paz/el hecho de querer tanto y poder tan poco,/y que, con grandes esfuerzos he de conseguir/pequeños resultados./ (…) Dejo con paz en tus manos lo que debiera/haber sido y no fui,/lo que debiera haber hecho y no lo hice/ Acepto con paz toda impotencia humana/que me circunda y me limita./Acepto con paz/las leyes de la precariedad y de la transitoriedad,/la ley de la mediocridad y del fracaso,/la ley de la soledad y de la muerte./ A cambio de toda esta entrega, dame la Paz, Señor”.
Debe estar conectado para enviar un comentario.