Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y Editor suplemento Tres mil
No sé exactamente cuando aprendí a ser ordenado, si es que hoy lo soy. Solo recuerdo con cariño el día en que don Gabriel Pons llegó a la entrada de mi habitación y dijo sus inmortales palabras: “Aquí te puedes caer”. Y tenía toda la razón, en el suelo había un combinado de libros, ropa y otros enseres difíciles de describir. Me había convertido en un equilibrista para llegar a mi cama.
Don Gabriel me enseñó mucho, nunca con imperativos. Quizá por eso siempre fue la voz de la razón. Era un gran aliado de mis causas imposibles, además de mi asesor de sobrevivencia para la adolescencia y quien, por voluntad propia, se convirtió en mi abuelo y mi amigo.
Una tarde conversamos de algo, que se escapa de mi memoria. Se tomaba el tiempo para hablar conmigo de historia, política, filosofía. Era un deleite conversar con él. De pronto surge la frase: “un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”. Palabras que escucho con su voz grave y cuidadosa, con las pausas que usaba para puntualizar la importancia de lo que expresaba. Así es más fácil la vida, me explicó. Y volvía a acertar. Era increíble la forma sencilla y lógica con que veía todo. Y como decía Salarrué, “dejó las migas”.
Comencé a ordenar y perderme menos. Quise probar que fallaba la teoría, lo confieso. Pero con el tiempo me vino al dedo. Y me facilitó cosas que resultaban complicadas
Así como hacen los japoneses, comencé a asignar lugares para depositar cada artículo de uso diario y personal. Es raro que pierda las llaves o mis documentos, sé donde está cada cosa, cada utensilio, cada libro. Aunque el problema es cuando se acumula todo y organizar el caos es un conflicto, más en la computadora donde me resulta más complicado llevar orden de anotaciones dispersas. Lo bueno es que el caos se va ordenando y eso me hace vivir con menos ansiedad.
Me gusta ordenar y repasar los papeles viejos, las postales de mis amigos, las cartas de mis familiares. En ocasiones la casualidad me hace encontrar mi colección de monedas y billetes o un álbum con fotografías. Hasta la fecha no he encontrado mejor forma de viajar en el tiempo, que ordenando. Cada vez que saco papeles de antaño me sumerjo en esos días, como si los volviera a vivir. Sonrió solo de pensarlo, porque comienzo a recordar las voces de mis abuelos ausentes, de la gente que tengo años de no ver y surge en mí algo bonito, eso que es complicado describir, pero que te da vida y felicidad.
Con el paso de los días parece que todo se va borrando, que lo vivido se desvanece como el vuelo de los pájaros en el cielo. Pero un papel, una fotografía, una envoltura de chocolate, una moneda son suficientes para catapultarnos a toda una marea de instantes. Volver a esos ayeres cuando la vida tenía menos sentido, pero se enfrentaba igual que a un león que se nos viene encima
El orden hace más fácil la vida, eso es claro. Sin embargo, la vida misma urge del caos. Sí, del desorden para poder construir el orden. ¿Cómo se arregla algo que no requiere compostura? Eso resulta lo interesante de la vida. Por esa sencilla razón que nacemos como bebes y solo el tiempo junto a las experiencias nos hacen crecer y madurar. Somos eternos aprendices del arte de vivir, de descubrirnos y comprender el microuniverso que habitamos. Cada día en medio del caos tomamos forma , y eso es lo hermoso de vivir.