Por Wilfredo Arriola
La palabra admiración conforme pasa el tiempo se vuelve más escasa. En la
adolescencia teníamos fresco ese concepto, se llenaba con facilidad hasta el punto de la
imitación. Fueron aquellos tiempos donde lo fantástico se hacía real, donde lo magnifico
era posible por lo visto, por lo oído, por lo sentido. Admiramos deportistas, artistas, a
personas a nuestro alrededor, a nuestros padres y así, con el tiempo el conocimiento hizo
que la vara del asombro fuera cada vez más pequeña. Crecer nos arranca algo y es esa
capacidad de maravillarnos, de vernos indefensos.
“La vida es el misterio de todo ser humano: es tan admirable que siempre se la
puede amar.” Dice Marguerite Yourcenar. Algo nos mantiene vivos, una esperanza, la luz
al final del túnel, la disposición de convertirnos en aquello que anhelamos. Se hacen ciertos
hincapiés a la hora de volver al pasado y cuestionarnos aquello que nos arrancó nuestra
emotividad, un libro, una película, el talento de alguien en particular, pero hoy,
misteriosamente ya no goza de aquello por el cual nos desvanecimos, sin embargo, siempre
existe el respeto de aquella añoranza. Si bien es cierto, el tiempo, ese raro conducto, del
cual podemos trasportarnos cuando lo decidamos y llegar a ese entonces, un poco con pena
en ocasiones y otras con melancolía. La trillada frase de: uno es lo que admira, quizá nos
condiciona un poco más. Hoy, lo guardamos con recelo y antes era evidente su
manifestación en nuestra personalidad. La intimidad de lo querido tiene aspectos tan
recónditos que hoy son parte de nuestros secretos.
Admirar no siempre es perder la autonomía, se puede admirar con la madurez de los
años, de una manera más sensata y objetiva. Sin perder la personalidad labrada en el tiempo
y no siempre lo que se admira se comparte, hay algo más, hay otro trasfondo. La tenacidad
de lo hecho pone en relieve más elementos que en su suma dan por resultado el deseo de
admirar. Cada vez es menos lo sé y no debería, existe mucho por ser descubierto, por ser
recorrido donde lo frágil de nuestra visión y saber se pueda ver expuesto. Decirlo también
tiene su cuota de hidalguía, y en ese trayecto nos humaniza.
Recuerdo donde estrené mi admiración, en mi actualidad lo puedo desglosar de una
forma más detallada y sincera, para mi sorpresa siempre lo tengo latente, hoy más
depurado. La fascinación y la pasión siempre encuentra sitio en el presente por más tiempo
que venga, eso, por un lado, por el otro, se recrea la pregunta: ¿hemos sido alguna vez
motivo de admiración? La respuesta es personal, cada uno la tiene a honra y deshonra, digo
deshonra porque mantenerlo no es fácil y ser digno tampoco. Tener fresca esa idea de
admirar nos mantiene vivos, de hecho, es el mejor antídoto contra la crítica. Quién más se
maravilla no encuentra espacio para perderlo en la crítica y el que no, seguramente ha
admirado poco y mal.