Por David Alfaro
𝗔𝗿𝗶𝘀𝘁ó𝘁𝗲𝗹𝗲𝘀 𝗱𝗶𝗷𝗼 𝘂𝗻𝗮 𝘃𝗲𝘇:
“𝗘𝗹 𝗽𝗲𝗻𝘀𝗮𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼 𝗰𝗼𝗻𝗱𝗶𝗰𝗶𝗼𝗻𝗮 𝗹𝗮 𝗮𝗰𝗰𝗶ó𝗻; 𝗹𝗮 𝗮𝗰𝗰𝗶ó𝗻 𝗱𝗲𝘁𝗲𝗿𝗺𝗶𝗻𝗮 𝗹𝗼𝘀 𝗵á𝗯𝗶𝘁𝗼𝘀; 𝗹𝗼𝘀 𝗵á𝗯𝗶𝘁𝗼𝘀 𝗳𝗼𝗿𝗺𝗮𝗻 𝗲𝗹 𝗰𝗮𝗿á𝗰𝘁𝗲𝗿; 𝘆 𝗲𝗹 𝗰𝗮𝗿á𝗰𝘁𝗲𝗿 𝗺𝗼𝗹𝗱𝗲𝗮 𝗲𝗹 𝗱𝗲𝘀𝘁𝗶𝗻𝗼”.
Aristóteles, con su perspicaz observación sobre la relación entre pensamiento, acción, hábitos, carácter y destino, nos ofrece una lente para comprender fenómenos sociales contemporáneos, como la admiración que algunos sectores de la población pobre sienten hacia los poderosos, ya sean hombres ricos y/o dictadores.
En primer lugar, el pensamiento, según Aristóteles, es el punto de partida. Para muchos individuos de bajos recursos, la constante exposición a narrativas que exaltan a los ricos y poderosos puede moldear su pensamiento. Medios de comunicación, discursos políticos y relatos culturales suelen presentar a estas figuras como símbolos de éxito y poder. Este tipo de pensamiento, que asocia riqueza y poder con éxito y virtud, puede llevar a la acción.
LAS ACCIONES influenciadas por este pensamiento, incluyen el apoyo y la defensa de estos poderosos, en todos los casos contra sus propios intereses. Esta defensa se manifiesta en comportamientos como votar por políticos corruptos y autoritarios que prometen un cambio rápido o admirar figuras empresariales que representan un escape del ciclo de la pobreza. Este tipo de acciones, repetidas con el tiempo, pueden convertirse en hábitos.
LOS HÁBITOS formados a partir de estas acciones, como la adopción de valores materialistas o la justificación de comportamientos autoritarios, terminan moldeando el carácter de los individuos. UN CARÁCTER forjado en la admiración acrítica hacia el poder económico y político puede ser propenso a la sumisión y a la aceptación de desigualdades. Estas características del carácter, a su vez, contribuyen a consolidar un destino colectivo.
EL DESTINO, moldeado por un carácter formado a través de hábitos y acciones influenciadas por ciertos pensamientos, puede ser un ciclo perpetuo de desigualdad y dependencia. La admiración hacia los poderosos no solo refuerza su posición de privilegio, sino que también inhibe el surgimiento de un pensamiento crítico y una acción colectiva que busque la justicia social genuina.
En conclusión, la máxima de Aristóteles ilumina cómo el pensamiento admirativo hacia los poderosos, cuando se convierte en acción y hábito, puede forjar un carácter que perpetúa la desigualdad y condiciona el destino de las comunidades pobres. Para romper este ciclo, es esencial cultivar un pensamiento crítico que reconozca la complejidad del poder y la riqueza, y que fomente la acción orientada hacia la lucha por la equidad y la justicia social.