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El ciclo que se abre y el que se cierra en El Salvador

Ricardo Ayala, Educador Popular

El final de 2024 y el principio de este 2025, nos ha dejado un sabor de boca peculiar en el ámbito político, tanto nacional como internacional, quizás porque el mundo ha dejado de ser el que conocimos en las últimas tres décadas y asistimos (desde la última década) a un cambio en las estructuras y relaciones entre los diferentes países y bloques de países, y que repercuten directamente sobre la realidad nacional.

La erosión a la hegemonía de Estados Unidos como potencia imperialista, gendarme autonombrado del mundo, ante la emergencia de una nueva multipolaridad bajo el liderazgo de Rusia, China y otras potencias agrupadas en los BRICS, ha desencadenado una salida fascistoide, autoritaria y xenofóbica con la ultraderecha como punta de lanza.

El máximo exponente de esta salida ultraderechista a la crisis que afronta el mundo es el reelecto presidente de Estados Unidos, Donald Trump, versión recargada de su primer mandato presidencial de 2017 a 2021. Ya los anuncios de los nominados a conformar su gabinete presidencial dejaron entrever por dónde va el asunto, y sus declaraciones sobre las relaciones comerciales de su país con Canadá y México, la intención de apropiarse del Canal de Panamá, la de cambiarle el nombre al Golfo de México (lo que implica tomar posesión sobre este), hasta pretender apropiarse de la Groenlandia danesa, denotan cuál será el tono de la política exterior estadounidense hacia el resto del mundo, y principalmente hacia América Latina, a la cual sigue considerando su patio trasero y último territorio en el que piensen perder su control absoluto.

Las recientes noticias de un temporal alto al genocidio en la Franja de Gaza por parte de Israel y la exclusión Cuba de la lista de países que supuestamente promueven el terrorismo (elaborada por EE. UU. y en la que únicamente quedan Irán, Corea del Norte y Siria) si bien son grandes victorias de sus pueblos, son insuficientes para resarcir los daños causados ante la impávida mirada de la ONU y todo el sistema internacional surgido post Segunda Guerra Mundial, lo que implica su agotamiento y obsolescencia. Ni Palestina requiere únicamente una tregua del genocidio israelí, ni Cuba que digan que no patrocina el terrorismo, sino un total respeto a su territorio, soberanía, autodeterminación e independencia. Ni ocupación, ni coloniaje, ni genocidio y ni bloqueo criminal.

Nada que envidiarle tiene la versión latinoamericana de Trump encarnada en el presidente argentino, Javier Milei, producto de la ultraderecha como respuesta a la crisis del progresismo en ese país, pero que muy bien ejemplifica lo que sucede en la región latinoamericana a casi tres décadas de gobiernos progresistas y de izquierda.

Así, en cada país de América Latina donde la izquierda y el progresismo gobernó, el resultado que quedó tras su expulsión es una caricatura grotesca (todavía peor) de Trump y Milei. En el caso salvadoreño, nuevamente con el advenimiento de los republicanos en la administración de la Casa Blanca, Nayib Bukele emprende la ultraneoliberalización de la sociedad salvadoreña con más despidos de trabajadores públicos, con más endeudamiento público, con una reducción drástica de los servicios sociales del Estado y con la profundización de la brecha entre ricos y pobres, que toma un giro peor con la pretensión de la explotación de la minería metálica en El Salvador.

Todo esto en tiempos en que el reflujo de la lucha popular no permite una respuesta contundente ante el nuevo bloque hegemónico oligárquico burgués. La ausencia de liderazgo en las fuerzas sociales y políticas de izquierda y democráticas ante la sociedad representan el principal talón de Aquiles, pero su abordaje teórico y práctica es insoslayable a través del diálogo, debate y lucha popular. Muchos analistas desde las filas de izquierda aseguran que existe no solo una crisis de dirección de la clase trabajadora, sino incluso, una crisis de la misma clase trabajadora.

Y esto porque el capitalismo en su modelo neoliberal se encargó de exterminar del imaginario social toda forma de organización colectiva, desde corromper a los sindicatos como forma principal de la organización de trabajadores, pasado por reducir todas los procesos, espacios y momentos en que los compañeros de trabajo se articulan en el proceso productivo, hasta exacerbar las redes sociales (virtuales o digitales) a través del internet que únicamente han agudizado el individualismo a su máximo histórico.

Lo grave de esta situación es la ausencia del análisis y debate desde la izquierda política y social de esta situación, del que se deriven las estrategias y las tácticas para la lucha política actual, efectiva para derrotar a los actuales gobernantes y coherente entre los fines políticos y la ética pregonada.

En el marco del 33 aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz entre la guerrilla y el Estado salvadoreño, que puso fin a un conflicto armado de 12 años y que se saldó con el asesinato de miles de trabajadores, campesinos e intelectuales, así como algunos extranjeros, religiosos y sacerdotes, incluido un arzobispo de San Salvador, habrá que reflexionar si estamos ante el cierre de un ciclo y la apertura de otro. ¿Cuánto ha cambiado el país?, ¿cuánto entendemos este nuevo país que se ha configurado? y ¿qué debemos hacer para lograr los objetivos históricos planteados?

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