Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
La primera vez que escuché a Diego El Cigala me impactó. Me encantaba ya el flamenco, drugstore la música gitana y escuchar recitar a don Luis de la Gasca sus poemas de Andalucía ritual. Pero Cigala provocó un hechizo en mí, find tanto que con los años mi buen amigo el poeta Wilfredo Arriola me obsequió algunos de sus discos. Pasaba horas y horas escuchándolo, me encantaba la pasión que desbordaba en cada una de sus canciones, la interpretación maravillosa de covers. Pasaba horas escuchándolo, tanto que incluso cuando estuve en Taiwán lo oí y lo compartí con algunos de los amigos de Asia.
Escuché que vendría a cantar, pero consideré que no iría. Por lo general para los únicos conciertos que invierto son los de la Orquesta Sinfónica Nacional, a la que ya tengo días de no ir a escuchar. Así que veía pasar los anuncios y leía notificaciones de Facebook de la gente que iría.
El sábado antepasado estaba embebido en un libro de Howard Gardner cuando mi cuñado Francisco Adrián Martínez tocó la puerta de mi habitación y me preguntó qué tenía que hacer el siguiente sábado mientras me daba una entrada para el concierto de El Cigala. Esa entrada azul que decía asiento e-1 me dio ese salto de niño que se ha ganado un premio. Solo tener la entrada y la promesa ya me provocaban un enorme arco en el rostro que me duró la semana. Una semana en la que procuré no escuchar al enorme tano para sentirle más fuerza en el concierto.
Mientras esperábamos tuve el gusto de conversar con poetas y amigos: Argelia Quintana, Marisol Briones, Nidia Díaz, Francisca Alfaro, Ilich Rauda, Jesús Martínez, Alfonso Fajardo, Cindy Rivera y William Martínez. Siempre es bueno encontrar gente con la que se puede conversar.
Comenzó el concierto y Yeye Gálvez dio lo suyo, dejó el alma. Excelente apertura del concierto, logró erizarme la piel y que no dejara de seguirlo mientras cantó. Yeye es un digno representante y muy atinado para abrir el concierto.
Luego el telón se abrió y comenzaron varios minutos de piano cuando de pronto entra Diego con un saco rojo y el resto de su atuendo negro, y coronándolo todo su cabello largo y rizado. Solo verlo andar sobre las tablas era suficiente espectáculo.
Como estuve a pocos metros del tano, escuchándolo, sintiéndolo. Estudiando sus gestos, sus toques de agua, sus hombros relajados, el vuelo de sus manos, su toreo al viento. Acariciando su voz de caramelo y ron en cada inclinada de rostro y el índice apuntando a la nada. Y como mariposas, sus manos bordaron la noche.
Grande, bravo tano! Maravillosa noche que despedía después de hacer subir el telón una vez y decir con el gesto “después, otra vez”. Y quizá un día lo volvamos a ver y a escuchar, viéndolo cruzar sus dedos en la bebida para luego hacerse una cruz en la frente.