José M. Tojeira
El fin de semana próximo nos toca votar. Por eso es deber de todos nosotros reflexionar sobre el voto. El voto, sovaldi es un camino, discount entre otros, de participar en la democracia. No es la única manera, aunque algunos políticos quisieran que el voto fuera una especie de carta blanca para hacer, después de recibirlo, lo que les venga en gana. Así ha funcionado con frecuencia nuestra democracia. El ciudadano fiel da el voto con esperanza, y el diputado o el presidente electo lo defrauda haciendo lo que le viene en gana, cuando no sumiéndose en la corrupción de los saquitos, incremento de fortuna, etc. Las elecciones son, en definitiva, una forma de contribuir a la pacífica convivencia, señalando el rumbo que se desea en el acontecer del país. Votar es una responsabilidad ciudadana pero que no se agota en el día de las elecciones. Después de votar viene el exigir que se camine en el rumbo deseado y prometido.
Votar implica tener ideas, deseos, emociones. E implica participar en el rumbo del país. Por ello debemos reflexionar sobre el rumbo que deseamos para El Salvador. Y una reflexión con discernimiento. El caso de la seguridad ciudadana nos ofrece un punto de discernimiento ejemplar. Todos queremos paz social, convivencia sin violencia. Pero la cultura autoritaria y las emociones vindicativas nos impulsan muchas veces hacia el tema de la mano dura. Sin embargo, la mano dura ha fracasado repetidas veces tanto en nuestro país como en el resto de América Latina. Dejarse llevar por las emociones y votar por la mano dura al final significa votar por la perpetuación de la violencia y por la acentuación de la misma. La violencia engendra violencia y cuando es generada por el estado la multiplica. Es mucho mejor reformar las instituciones democráticas para que sean cada vez más inclusivas, fortalezcan las capacidades de las personas e impulsen un desarrollo equitativo y justo. Aunque la violencia delictiva no tiene un único origen, lo cierto es que la combinación salvadoreña de desigualdad fuerte, instituciones flojas y excluyentes, salarios mínimos injustos, cultura autoritaria, machismo, corrupción de los fuertes que se contagia hacia abajo en las estructuras estatales, y al mismo tiempo aspiración desbordada al consumismo, forman un cóctel explosivo que está en la base de nuestra violencia delincuencial. Frente a una serie combinada de causas lo mejor es apostarle a la prevención, invirtiendo en la gente, en el desarrollo de sus capacidades y en el desarrollo de la sociedad en su conjunto así como en el fortalecimiento inclusivo de sus instituciones.
Votar, si se quiere ser eficaz con el voto, requiere reflexión. Y no sólo eso, sino darle seguimiento al voto. Cada ciudadano debía hacer una especie de lista concreta de por qué razón o razones está votando. Y convertirse posteriormente en un observador individual de la política, de los avances de la convivencia pacífica y del desarrollo de los temas que le movieron a votar. Los que tienen grandes intereses económicos hacen eso con precisión. E invierten dinero y recursos para fortalecer a los partidos de su preferencia. Los ciudadanos de a pie deberíamos hacer lo mismo. E incluso ser más críticos con el partido de nuestra preferencia, cuando no hace o no avanza en la dirección por la que le votamos. La fidelidad a unos ideales, contemplados supuestamente en los estatutos de los partidos, no deberían ser un adorno, sino un instrumento de crítica y propuesta para quienes militan o votan por un determinado partido.
Tradicionalmente se suele decir que criticar al propio partido de preferencia o militancia es hacerle el juego al opositor. Pero esa no es más que una visión de corto plazo. Cuando la crítica incluso pública desaparece, la burocracia y los intereses particulares se suelen apoderar de los partidos. Y con el aumento de poder de las burocracias o los intereses económicos internos y externos, la corrupción florece. El caso del dinero de Taiwán supuestamente repartido en saquitos es un ejemplo más que evidencia lo que puede producir la falta de crítica y la protección a autoridades corruptas. Aunque el caso se politice especialmente en estas épocas no significa que sea el único caso ni el único partido que tiene ese tipo de problema. Por ello es que se puede afirmar en general que es mucho mejor hacer la crítica a tiempo del propio partido, que esperar a que la corrupción salga a flote.
Votar es un deber. Y votar reflexivamente una exigencia para que nuestro país avance en democracia, participación y desarrollo equitativo y justo. Así mismo es indispensable para que avancemos, mantener críticamente las razones por las que hemos votado y exigir al partido de nuestra preferencia coherencia con las esperanzas que depositamos en él, sea que llegue al gobierno o quede en la oposición. Si no logramos ejercer el voto con esa responsabilidad ciudadana, los partidos continuarán interpretando el voto como una carta en blanco y seguiremos sufriendo las plagas tradicionales de desigualdad, debilidad institucional, pobreza y violencia.
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