Mauricio Vallejo Márquez
La explosión me dejó la mano temblando y con la sensación de que no volvería a moverse. Un mortero pequeño se detonó entre la palma de mi mano y los dedos. Sostuve con mi mano izquierda mi muñeca derecha con una mezcla de miedo y esperanza sin dejar de sentir esa sensación de vacío cuando algo fuerte me había acontecido. Quizá si hubiera tenido cerrada la mano estaría contando la amputación de mis dedos producto de reventar cohetes. Sin embargo, en esta navidad cuento un secreto de niñez.
Dentro de la casa de mi abuela materna la fiesta de navidad estaba en su apogeo. La cumbia se deslizaba en las paredes cruzándose con las risas y las voces altas, y a lo lejos el sonido del chasquido de algunos vasos que brindaban y se llenaban de hielo y bebida. Yo entré sin mencionarle a nadie la experiencia que recién me había acontecido. Más para evitar que me regañaran, porque ganas me sobraban. Estaba temeroso, mi mano no la podía mover. Puse mi mano bajo el chorro del baño y lentamente los dedos fueron reaccionando hasta que volví a cerrar la mano y a repetir el movimiento. El olor a pólvora se diluía y en poco tiempo aquella escena que me había inquietado parecía no haber sucedido. Nadie más se enteró, ni siquiera los niños con los que reventaba morteros sobre la Avenida Izalco. Así que guardé la experiencia en el famoso saco de los recuerdos.
Desde ese 1987, con ocho años recién cumplidos, no volví a sentir gusto por los cohetes. Veía a mi tío Luis Manuel encender ametralladoras de varios metros y escucha sus detonaciones recordando aquella escena. Ya ni las estrellitas me causaron a
En la casa de mi abuela paterna encerraban a las perras. Cuando estaban cerca las cinco de la tarde, las cargaban con cariño y las acariciaban para llevarlas a un cuarto donde Úrsula o Jaime entraban para consolarlas mientras el coheterío llenaba de humo y pólvora el ambiente. Y veía sufrir a los animalitos cada 24 y 31 de diciembre por la noche. No me agrada ver el temor en los ojos de los perritos cuando comienzan a detonarse los morteros y los silbadores atraviesan el cielo. Pero así son nuestras tradiciones marcadas por la pólvora sonora y ensordecedora. Quizá me agradaría ver más los espectáculos de luces con pólvora china o simplemente una reunión en familia y disfrutar de compartir música, palabras y abrazos. Pero como cada año los últimos días de diciembre son de reventazón de cohetes para dejar una amplia estela de papel en las cunetas y aceras.
*Escritor y editor, Licenciado en Ciencias Jurídicas, Maestro en Docencia Universitaria.
Coordinador Suplemento Cultural 3000