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El concierto sin fin del Rey Lagarto

Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y poeta

El micrófono es una pequeña línea con un punto negro, sale thumb frente a él un hombre se hace uno con su sombra. Lo toma y como si le hablara a su amada comienza a cantar.
Jim Morrison canta y el público parece formar parte de la canción, buy ser parte de las melodías que el grupo The Doors arroja en una noche de concierto.
Indómito, libre, tan dentro y fuera de la realidad el joven Morrison le dice adiós al cine, pero un siempre a la poesía. Comienza a juntar sus palabras con la música y trae consigo una incontrolable lista de éxitos que aún resuenan en este tiempo del sonido digital. Los discos EP o los cassettes de ese entonces son un lujo para los coleccionistas, mientras que sus letras y su voz pasó de ser esa voz carismática e ícono de rebeldía de los setenta para convertirse en leyenda.
La costa oeste de los Estados Unidos le quedó poca, la leyenda de Morrison aún es fuerte y viva en Centroamérica y el viejo continente, así como en el mundo.
No sé si Morrison habrá augurado algo de esto cuando era fotografiado semidesnudo para armar un álbum de The Doors, pero si lo hizo no resultaría extraño, porque en 1969 después de que murió Brian Jones de Rolling Stone el 3 de julio, Morrison distribuyó unas hojas suelta con su escrito Oda a los Ángeles, pensando en Brian Jones muerto. Un poema para Jones, pero que podría ser un preámbulo de su muerte, porque la voz de The Doors fallece el 3 de julio de 1971 en París, Francia.
Jones fallece ahogado en una piscina, Morrison en la tina de su apartamento. Un mismo día para conmemorar a dos músicos que vivieron como leyendas. Sin embargo, Morrison sabía que era un príncipe de Dinamarca condenado a la muerte y sabe que el mundo encierra la vacuidad y el vacío de generaciones cegadas por el consumo y el entretenimiento, seguro de que los artistas son esos hombres-ángeles que se enfrentan a la vida.
“El hombre ángel
se enfrenta a las serpientes
con manos y dedos”
Procurando sobrevivir con lo mínimo o con lo absurdo en este imperio de la instrumentalización y la cotidianidad donde la muerte lo suaviza todo.
“Se va, empapada/ en seda”
Sólo esperando que alguien lo encuentre cuando  ya no hay razón y es imposible cambiar el destino tal y como sucede en la vida, porque no existe más sentido que el que le damos. De ahí que lo más simple puede ser lo urgente o lo imprescindible.
“El jardinero
descubrió
el cuerpo, inerte, flotante
rígido y feliz
de qué verduzca materia
estaba hecho”
Para volver a ser hombre-ángel o viceversa, pero ser sin más un inmortal tras darle fin a la vida.
Quizá premonizar la muerte resulta algo así como llevar el reloj con alarma, sólo a la espera de que suene en el momento preciso, y si es así, ¿Qué sentido tendría vivir por vivir? Ninguno, por eso Morrison vive su vida con intensidad. Se embriaga de la vida hasta el exceso y lo prueba todo, incluso sus lecturas donde la presencia de Arthur Rimbaud es innegable y absurdamente bella. Morrison escribe en Una plegaria americana:
“Le toqué un muslo
y la muerte sonrío”
trayendo el recuerdo de una temporada en el infierno del enfant terrible francés:
“He sentado a la belleza en mis piernas…”
Como una consecuencia parecida cuando dos atardeceres nos parecen el mismo. Las influencias de Morrison no terminan ahí: Antonin Artoud, Friedrich Nietzsche, Lord Byron y William Blake están presentes. ¿Cómo no sumar a estos simbolistas poetas malditos a un concierto de The Doors? Imposible dejar de hacerlo, las influencias son como los genes y las llevamos a donde vamos. Por ello la profundidad de sus letras que nos muestran la vida como un teatro o como una sala de cine. Y en fin, así es. Un mundo de actuación y máscaras donde cada quien desarrolla su mejor papel, procurando terminar su interpretación en el ancho y a veces cierto camino de la vida, donde “la muerte a nada pone fin/ seguimos viaje hacia la pesadilla”.
No es una locura pensar que la vida es una representación en la que el entretenimiento (televisión, teatro, internet, cine) nos hace vivir otras vidas, como lo hace un libro, una canción o un buen artículo.
Morrison sigue vibrando en el escenario con su melena rizada y sus ojos cerrados, mientras acaricia el micrófono, porque esa vida que interpretó no tiene final.

POWER
Jim Morrison

Puedo hacer que la tierra se pare
en seco. Hice
desaparecer los coches azules.

Me puedo hacer invisible o pequeño.
Puedo hacer gigantescas y alcanzar las
cosas más lejanas. Puedo cambiar
el curso de la naturaleza.
Puedo situarme en cualquier lugar
en el espacio o en el tiempo.
Puedo invocar a los muertos.
Puedo percibir sucesos de otros mundos,
en lo más profundo de mi mente
y en la mente de los demás.

Yo puedo.

Yo soy.

Ver también

Nacimiento. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil, sábado 21 de diciembre de 2024