Luis Armando González
V
Centremos la atención en lo moral: es el ámbito de los comportamientos orientados, valorados y juzgados por normas que apuntan a un “deber ser” según criterios de justicia, verdad y bondad. ¿Y la ética qué papel juega en todo estos? Pues bien, desde la filosofía clásica griega, en especial en la formulación de Aristóteles, se entendió que la ética era un tipo especial de conocimiento filosófico que se ocupaba, precisamente, del estudio de la moral: la naturaleza de los comportamientos morales, los valores morales, la justicia, la verdad y el bien, entre otros temas y asuntos morales. Quizá hasta la década de 1980 no era difícil entender esa diferencia, de tal suerte que los contenidos de un curso de ética (o de filosofía moral) no tenían como finalidad moralizar a los estudiantes (o enseñarles normas morales), sino conocer lo moral y sus características. No había confusión (y si se daba, era fácil aclarar las cosas) entre ética y moral.
Décadas después, la palabra “moral” se identificó con la palabra “ética” y ello fue en detrimento del conocimiento (filosófico) de la moral: los cursos de ética se vieron (y son vistos en distintos lugares) como formación moral, es decir, como una oportunidad de dotar a los estudiantes de determinados valores y normas morales. Aunque pocas personas se preocupan por la distinción entre ética y moral, es necesario apuntar, cada vez que se puede, la diferencia entre una y otra. Y también no perder de vista que cuando muchas personas hablan de “ética” en alguna actividad humana (por ejemplo, cuando dicen “ética de la profesión médica” o “ética en los negocios”) de lo que hablan es de moral, esto, es de los comportamientos morales que “deberían” ser los propios de quienes realizan la actividad en cuestión.
Por conveniencia, dado lo generalizado que está el uso de la palabra ética para referirse a la moral, aquí se prefiere la expresión “ético-moral”, en referencia al ámbito moral (al ámbito de los comportamientos humanos orientados por normas morales y que pueden ser juzgados moralmente), en lugar de sólo la palabra “ética”, que se reserva (así sola) para el conocimiento filosófico de la moral. Así pues, ese es el sentido de la expresión tal como aparece en el título de estas notas: “El conocimiento y lo ético-moral: una relación compleja”.
Y, entre otras interrogantes, una que es inevitable es la siguiente: ¿pueden ser objeto de valoración ético-moral las actividades, las prácticas y los comportamientos involucrados en el conocimiento humano? La respuesta es afirmativa; de hecho, el hacer y el quehacer en distintas esferas del conocimiento ha generado marcos normativos y exigencias morales desde épocas antiguas. En la época moderna y contemporánea esta presencia de lo ético-moral en distintos campos de conocimiento tiene una fuerza particular, tal como lo atestiguan disciplinas filosóficas como la bioética y la neuroética. Por supuesto que esa presencia de lo ético-moral es distinta según los diferentes tipos de conocimiento y según los diferentes aspectos involucrados en los mismos.
VI
De modo general, se pueden distinguir dos grandes focos de atención y preocupación ético moral en el mundo del conocimiento. El primero tiene que ver con actividades (comportamientos y prácticas) que son intrínsecas a la elaboración-creación de conocimiento. En filosofía –comenzando con los griegos en el siglo IV y V a.C.— se ha cultivado una reflexión permanente sobre las obligaciones-responsabilidades ético-morales que competen a quienes crean conocimiento y que deben ser cumplidas en el proceso de creación: la búsqueda de la Verdad, la honestidad intelectual (en el uso de información, datos y fuentes), la actitud crítica ante las propias ideas y las ideas heredadas, el rechazo a la autosuficiencia, el rigor argumentativo y el respeto a las reglas de la lógica, entre otros componentes valorativos. Sócrates –con su postulado de que el verdadero sabio es aquel que sabe lo ignorante que es— marcó fuertemente esta visión ético-moral.
Desde la filosofía, estas exigencias ético-morales trascendieron hacia las ciencias naturales y sociales; y en el campo científico se añadieron, poco a poco, otros componentes que se han convertido en criterios de valoración (ético-moral) en el quehacer científico, como, por el ejemplo, el rechazo del plagio, el apego a los datos tomados de la realidad y su interpretación correcta, la parsimonia explicativa, la repetición de pruebas, la revisión crítica de los propios resultados y los de los colegas, lo que se puede y no se puede hacer con objetos de estudio (experimental o no) cuando se trata de seres vivos no humanos y humanos, entre otros. Se trata de criterios intrínsecos a la creación del conocimiento científico; y muchos de estos aspectos atañen a los procesos de investigación propiamente dichos.
Pero, y este es el segundo foco de atención de las preocupaciones ético-morales, el conocimiento científico también tiene consecuencias sociales, culturales, medioambientales, económicas y políticas. Muchas de esas consecuencias tienen que ver con la aplicación directa (mediada por la tecnología) de esos conocimientos. Otras consecuencias son más indirectas, y tienen que ver en muchos casos con las repercusiones sociales o políticas de lo que hacen o dicen los científicos. Y esas consecuencias, directas o indirectas, han sido y son objeto de valoración ético-moral.
Por cierto, las consecuencias sociales del conocimiento no científico fueron meditadas en la Grecia clásica por Hipócrates (460-375 a.C.), quien entendió que el saber médico (un saber práctico) afecta la vida de las personas y, por ello, debe estar guiado por principios que aseguren su felicidad y bienestar. “Hipócrates coincide con los principios éticos de Sócrates. Considera dos principios éticos que se aplican a la Medina: 1) hacer el Bien o Bonuus Facere y 2) no hacer daño o Primum non nocere. La ética médica clásica establece criterios para la relación entre paciente y médico, ‘lo que es mejor’ para el paciente (principio de beneficencia) y el conjunto de virtudes que debe reunir el buen médico, la téchneo ars medica, habilidades para evitar hacer daño (principio de no maleficencia)”.
Por su parte, los filósofos griegos clásicos fueron los primeros en darse cuenta de que el conocimiento teórico (que el caso de la filosofía) tiene implicaciones que van más allá del propio ejercicio filosófico: impacta en la polis, influye en la juventud, desafía (o legitima) a quienes tienen el poder. Esas implicaciones (esas consecuencias) deben ser valoradas y juzgadas ética-moralmente. Deberían estar orientadas por la búsqueda de la justicia y el bien común; deberían estar encaminadas a que la juventud adquiera una visión crítica de su realidad; deberían contribuir a que la sociedad salga de la modorra acomodaticia y conformista en que se instala cuando sus integrantes (o una mayoría) confunde la realidad con unas ficciones de ella. Esos “debería” (y otros) son los que marcaron las pautas ético-morales del pensamiento griego; fueron heredados por la filosofía posterior, siendo muy evidente esta herencia en la tradición marxista y en la tradición de la Escuela de Frankfurt.
Los científicos sociales –primero en la economía, luego en la sociología y posteriormente en la historia, en la antropología, en la psicología y en la ciencia política— se hicieron cargo de las obligaciones y responsabilidades ético-morales que se desprendían de su propio quehacer científico. El compromiso ético-moral de cara las consecuencias de los logros científicos –en especial en áreas como la sociología, la política o la psicología— se vinculó de manera estrecha con el quehacer propiamente teórico e investigativo (sometido a sus particulares exigencias ético-morales) a tal grado que, en algunos autores (cabe pensar en Marx), llegó a ser dominante en sus análisis y explicaciones sociológicas o económicas.
VII
Por último, en las ciencias naturales, a partir de la primera mitad del siglo XX, se hizo presente con singular fuerza el debate ético moral acerca de las consecuencias derivadas de la aplicación militar de conocimientos desde la física nuclear. Los ensayos nucleares, primero y después el uso de bombas nucleares sobre Japón hicieron sonar las alarmas ético-morales sobre las consecuencias (y la responsabilidad de los científicos) en la utilización de las ciencias físicas con fines destructivos. Una de las voces morales fuertes, al respecto, fue la de Albert Einstein (1879-1955). Desde el siglo anterior –con la Revolución Industrial—, la tecnología había comenzado a encauzar determinados conocimientos científicos (desde la química y la física) hacia la esfera económica; en el siglo siguiente, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se puso en marcha un proceso de integración entre ciencia y tecnología que se volvió indetenible.
Esa imbricación no sólo se traduce en una aplicación inmediata de distintos logros científicos –en la salud, la alimentación, la economía, el transporte, las comunicaciones, la seguridad pública y privada, y la industria militar, entre otros—, sino en la transferencia hacia esos ámbitos de tecnologías (técnicas y procedimientos) usadas en laboratorios científicos. En disciplinas como la biología molecular y la genética estas aplicaciones constituyen un tema central en el debate ético-moral actual. De hecho, en el caso de la edición génica, el libro de Jennifer Doudna y Samuel H. Sternberg Una grieta en la creación. CRISPR, la edición génica y el increíble poder de controlar la evolución (Madrid, Alianza, 2020) abunda en los asuntos ético-morales implicados en intervenciones orientadas a alterar el genoma humano. Preocupaciones semejantes son las de Francisco J. Ayala en su libro ¿Clonar humanos? Ingeniería genética y futuro de la humanidad (Madrid, Alianza, 2017).
En los casos que se mencionan, el debate ético-moral tiene que ver con las aplicaciones prácticas en el ámbito de la medicina (e incluso de la estética corporal) de conocimientos (y procedimientos) emanados de campos científicos específicos. En otros campos –por ejemplo, en la física, la química, la astronomía o la astrobiología— las aplicaciones prácticas de sus conocimientos tienen otras implicaciones ético-morales. Es decir, las exigencias y responsabilidades ético-morales involucradas en la aplicación práctica de conocimientos y procedimientos científicos fuera de los laboratorios (en cuerpos humanos y no humanos; en la economía, las comunicaciones y el transporte; en océanos, en la superficie de la tierra o en planetas exteriores) son distintas en cada área de la ciencia. No se pueden extrapolar las exigencias, responsabilidades y normativas ético-morales de un ámbito a otro, puesto que con ello se pierde lo específico de cada uno de ellos.
También es necesario distinguir entre los aspectos ético-morales involucrados en las aplicaciones prácticas (fuera de los laboratorios o de los institutos de investigación) de conocimientos y procedimientos científicos y los aspectos ético-morales involucrados en el quehacer investigativo como tal, es decir, dentro de los laboratorios o de los institutos de investigación. En sentido estricto, cuando se habla de “ética en la investigación científica” lo que se destaca son las exigencias y responsabilidades ético-morales que deben ser atendidas por un investigador o un equipo de investigadores en su quehacer investigativo (búsqueda de la verdad, honestidad intelectual, corroboración y uso adecuado de los datos empíricos, no plagio, respeto a la autoría de otros, etc.).
Estas exigencias y responsabilidades ético-morales son distintas –como ya se dijo— de las que emanan de las aplicaciones prácticas de conocimientos científicos (en la medicina, el deporte, la economía, el medio ambiente o las comunicaciones), las cuales no siempre cuentan con la participación de científicos; y, si lo hacen, es con la compañía de técnicos, ingenieros, contratistas, asesores empresariales y financistas. Por ser esto así, los científicos involucrados en estas actividades pueden ser juzgados moralmente (es decir, tienen una responsabilidad ético-moral), pero también deben serlo todos los que participan de ellas, según el grado o nivel en el que lo hacen.
En fin, la relación entre el conocimiento científico y sus aplicaciones, y lo ético-moral es algo complejo. Los distintos campos de la ciencia (campos que se diversifican con la aparición de nuevas disciplinas) dan lugar aplicaciones, mediadas por tecnologías cada vez más sofisticadas, que tienen consecuencias queridas y no queridas en la sociedad, el medio ambiente, la política y la economía. Esas consecuencias deben ser juzgadas moralmente. Sus responsables deben estar sometidos al tribunal de lo ético-moral, comenzando con la conciencia de su propia responsabilidad. Y esto, sin perder de vista que el quehacer investigativo (la creación de conocimientos científicos) posee sus propias exigencias ético-morales.
San Salvador, 20 de mayo de 2022
Referencias bibliográficas