German Rosa, s.j.
En un mundo difícil, contradictorio y fragmentado, dónde hay una larga búsqueda tejida de oscuridad causada por el COVID–19 y sus consecuencias, resistir es un acto de coraje. Y resistir con esperanza para vencer y superar los problemas y las crisis en nuestro mundo de hoy es una osadía. Solo de esta manera nuestra esperanza es realista, proactiva y enérgicamente fecundada de coraje para no vivir con una actitud conformista como si estuviéramos en una huelga de brazos caídos ante los desafíos particulares que nos plantea esta pandemia y tantos otros más.
El COVID–19 ha multiplicado la cantidad de personas invisibles. Una persona invisible es “innombrable”, “insignificante”, posiblemente un ser humano “descartable”. Todas estas personas caminan con nosotros, pero frecuentemente no las reconocemos. La pandemia ha incrementado en millares de millones las personas invisibles que gritan en el silencio. Las miramos, pero no las vemos. Las oímos, pero no las escuchamos. Aquellas personas invisibles tienen nombre y apellidos: los que duermen en las calles, los desempleados, los que desertan de las escuelas y universidades, los que migran buscando alcanzar sueños que pronto se convierten en terribles pesadillas, los que mueren en sus casas o en las calles y hospitales por causa de la pandemia, las víctimas de violencia y de la delincuencia, los desaparecidos, etc. Todas estas personas gritan y causan el estallido de una bomba, pero muchas veces su estruendo ocurre como si estuviesen en el desierto en donde nadie escucha su voz, su llanto, su lamento y sus gritos de desespero. Paradójicamente quienes no los vemos, no los escuchamos, no les hablamos tenemos ojos, oídos y boca. Nos damos cuenta que aunque “los invisibles” intenten romper el muro que nos divide, estos son tan bien construidos que no pueden romperse. Hay imágenes, ideologías, sentimientos de discriminación e incluso muros materiales que son tan fuertes y muy difíciles para romperlos y convertirlos en un umbral de encuentro con los invisibles.
La esperanza es ese rayo de luz de la eternidad que nos impulsa a vencer las tinieblas, la tenebrosa y oscura confusión que nos paraliza, y nos da la fuerza para vencer el miedo, el temor y el pánico de atrevernos a arriesgar, de tomar decisiones fundamentales y definitivas, de dar incluso la vida por un proyecto, por una opción, por lo que creemos y por los que amamos. Si lo queremos expresar empleando un lenguaje cristiano, actualmente estamos viviendo una experiencia de una noche oscura o del Viernes Santo de la esperanza, probablemente sentimos que la esperanza está muerta, pero en la espera de la resurrección (Cfr. Martini, C. M. 1998. Il Coraggio della Speranza. Casale Monferrato: Edizioni Piemme, pp. 282-284). Esa luz que nace en la oscuridad nos ilumina para ver los invisibles, nos hace descubrir que sus voces son importantes y es imposible no escucharlas. Y cuando podemos reconocerlos a la luz de la esperanza, podemos verlos, escucharlos, dialogar con ellos y reconocer sus rostros.
El coraje de la esperanza es una osadía de romper y quebrar los muros para construir los puentes y encontrarnos con los invisibles. Puentes políticos que hagan sentir su voz y hacer posibles sus sueños; puentes económicos para que salgan de su miseria y su pobreza material y nos enriquezcan con su propia historia, su vida y su trabajo; puentes culturales que nos sirvan para establecer diálogos y hacer posible el encuentro con ellos y así construir juntos una normalidad alternativa sin personas invisibles. Cuando hay un verdadero encuentro con los invisibles sentimos que nos arde el corazón al recorrer el camino juntos y podemos así construir el futuro en la casa común que todos habitamos y también compartir la mesa.
El COVID–19 nos ha hecho sentir la fragilidad y la vulnerabilidad. Podríamos emplear la imagen de toda la humanidad que está afrontando la crisis de un posible naufragio, podemos sentir la tempestad de la pandemia que está hundiendo el barco de la economía, se agudizan las crisis políticas, colapsan los sistemas sanitarios y educativos, se desploman las relaciones internacionales y comerciales, etc. Y no sabemos si el barco se hunde con esta pandemia o saldrá a flote superando esta tempestad. La esperanza es la fortaleza del ser humano que lo impulsa a emplear los medios justos y necesarios para que no se hunda el barco.
Después de esta tempestad de la pandemia, nos atrevemos a esperar que tendremos el coraje para recrear la política, la economía, la cultura, etc., tejiendo relaciones para un nuevo amanecer sin olvidar a los más afectados y los más vulnerables. Esta experiencia de pérdida de control y de sensación de que se hunde el barco, nos hace sentir la importancia de salvaguardar la propia vida y también nos damos cuenta que si no se cuida la vida de los otros, el virus nos infectará. Salvaguardar la vida humana es un principio de “Arquímedes” para poder mantener el barco a flote en esta tempestad. El valorar la propia vida y también la de los demás es la fuerza de empuje para que no se hunda el barco con toda la humanidad. Solo es posible salvarnos juntos de este naufragio. Por esta razón se necesitan políticas adecuadas para salvaguardar la vida, una práctica económica que venza la fuerza de la gravedad de la pandemia que tiende a hundir el barco, una cultura que fomente la conciencia que todos estamos sufriendo la misma tempestad, y los riesgos aunque no sean iguales para cada uno sí son reales para todos, de ahí es urgente que despertemos para ver esta realidad con ojos nuevos.
Tener una mirada nueva global nos ayudará a restañar las relaciones personales, comunitarias y sociales. La salud pública es una prioridad política y es fundamental para lograr el bien común y afrontar el COVID–19 y también futuras pandemias. Necesitamos una nueva mirada para satisfacer lo que estamos necesitando: la riqueza cultural para lograr una sanidad universal sostenible; la riqueza política que sea activamente propositiva para obtener el pleno reconocimiento de hecho y de derecho de los derechos humanos universales; la riqueza económica que dinamice las capacidades humanas para revertir las grandes tendencias al empobrecimiento y la miseria humana y logre el cuidado de la casa común que todos habitamos. ¡Basta ya de la globalización del consumo y del descarto! El futuro se construye con el coraje de una esperanza poniendo al centro a la persona y la salud de las personas en el lugar del lucro, es evidente que sin salud de las personas colapsan la economía y las finanzas. Sin personas que trabajen no se va adelante y se quiebran las economías nacionales (Cfr. Camillo Ripamonti con Chiara Tintori. 2021. La Trappola del Virus. Milano: Edizioni Terra Santa, pp. 96-97). Esta pandemia nos muestra que en la medida en que se recuperan las personas y se vence el COVID–19 se reactiva la economía y se relanzan los mercados financieros constantemente amenazados por las burbujas especulativas y la ruptura con la economía real de producción de bienes y servicios.
¿No será el tiempo ya para pensar en un sistema sanitario sostenible global para enfrentar ésta y las próximas pandemias? Es un tema espinoso, solamente pensar en la liberación de las patentes de las vacunas que permitiría a cualquier farmacéutica replicarlas para la producción mundial contra el COVID–19, ha estremecido algunos países del primer mundo y ha hecho que grandes empresas farmacéuticas alcen un grito al cielo (Cfr. https://elpais.com/sociedad/2021-05-06/espana-secunda-la-propuesta-de-biden-a-favor-de-liberar-las-patentes-de-las-vacunas.html). El argumento determinante que se plantea es la necesidad de proteger la propiedad intelectual de las patentes de las vacunas. De no hacerlo causaría graves daños para la inversión en la creación de futuras vacunas ante nuevas pandemias… Obviamente, así se garantiza la producción, la comercialización y los grandes beneficios económicos y financieros de las grandes farmacéuticas. Tristemente, la propuesta ha causado una vez más un abierto enfrentamiento entre quienes apoyan los derechos de propiedad intelectual en los medicamentos y los que piden acceso a fármacos más baratos para salvar vidas en todo el mundo. Es tiempo para dar lugar a una nueva imaginación social con una esperanza que tenga el coraje de desafiar esta calamidad y todas las calamidades humanas para que cada uno encuentre su lugar en este mundo que está sufriendo dolores de parto para un nuevo renacer.
Es un tiempo oportuno para que seamos verdaderos soñadores, auténticos poetas sociales y demos buenas noticias con palabras y acciones a tantas personas desfavorecidas y vulneradas por esta pandemia para encontrar soluciones a tantas necesidades reales que les causan tanto sufrimiento. Obviamente esto significará cambios de estilos de vida y también de mentalidad. Muchas de nuestras prácticas hacían daño a las demás personas y también a nuestra casa común. Hay que ir más allá de la inercia de lo que habitualmente estábamos acostumbrados a hacer y del modo cómo estábamos viviendo. Nos atrevemos a decir contemplando el pasado “glorioso” para unos y “penoso” para una infinidad de personas invisibles: “Sic transit gloria mundi” (así pasa la gloria del mundo).
Construyamos un futuro que no sea la reproducción de la espiral del consumismo desenfrenado fomentando la cultura del “descarto” y el desprecio. Un futuro diferente, más humano y solidario. ¡Cuánto nos hace falta vivir como buenos samaritanos en nuestro mundo dividido y fracturado! (Cfr. https://www.diariocolatino.com/el-buen-samaritano-una-parabola-que-denuncia-el-distanciamiento-social/). Solo con una cultura del encuentro de unos con otros podremos cultivar un futuro alternativo con esperanza. Pero se necesita coraje para lograrlo.