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El corazón del hombre, pesebre del Niño Dios

Carlos Girón S.

En estos días especiales anunciadores de la Nochebuena, centro de todas las celebraciones y alegrías que embargan a hombres, mujeres y niños en nuestro mundo cristiano, nada mejor que olvidarse de los asuntos prosaicos y pedestres –como dice mi amigo Héctor Vidal- cotidianos y hablar y escribir sobre el gran milagro que hace dos milenios y más se produjo, y del que el mundo y la humanidad fueron testigos y cuya resonancia llega hasta nuestros días y seguirá en los días siglos por venir, sin duda alguna.

En derredor de aquel acontecimiento, el mundo cristiano realiza festividades de diversa naturaleza, comenzando con poner pequeños nacimientos en los hogares a la par del tradicional Árbol Navideño, ornado con pompas y listones multicolores. En los nacimientos se ponen un buey y una mula, cuyo simbolismo se presta para múltiples interpretaciones, como sería, figurativamente y por ejemplo, poner a un lado de la figura del Redentor, una actitud de mansedumbre y humildad (como lo es el buey) y el espíritu de servicio y protección (como lo es la mula), u otras formas de interpretación de ese jaez. El ambiente en general es también musicalizado con los infaltables villancicos –y aquí me agradaría dedicarle aplausos a Radio El Mundo, en donde, desde los postreros días de noviembre y todo diciembre hasta el Día de Reyes, nos regala con toda clase de villancicos y otra música navideña.

Ahora, volviendo a lo del milagro, este fue, no solo por el advenimiento a la Tierra del Hombre (así, con H mayúscula) que logró ser perfecto y fue y es modelo a seguir para los hombres (y mujeres) en el cumplimiento de la misión para la cual fueron destinados al venir a este planeta: evolucionar hasta alcanzar la perfección. Él nos dijo que Él mismo era –y sigue siendo siempre- el Camino”. 

Este Sendero lo dejó regado de Sus enseñanzas y parábolas llenas de sabiduría para iluminar y guiar el alma de los humanos.

Pero la mayoría, la inmensa mayoría de nosotros los humanos no encontramos fácil traer a la práctica de nuestras vidas los preceptos que Él nos dejó, pues es cosa de renunciar en gran medida a la forma de vida material a la que nos hemos acostumbrado, dejando de lado el lado espiritual de la vida, al cual debemos retornar.

Jesús decía a quienes querían seguirlo, que antes dejaran sus bienes para merecer ese privilegio de ser guiados por Él. Tal vez con pesar, muchos lo hicieron así y se sintieron contentos acompañándole, escuchando, por doquiera que fueran, Sus sermones y parábolas, inspiradores e iluminadores, como su famoso Sermón de la Montaña. 

Pero bueno, el verdadero Milagro que encierra la Navidad es la conmemoración de la Encarnación de Dios mismo, el Dios Único y Verdadero en Jesús, el Niño Jesús. No es un dogma, un artículo de Fe. Y esto lo han declarado desde hace tiempo los grandes místicos, que suelen recibir revelaciones de grandes Verdades. La Consciencia viva de Dios, el Dios Único y Verdadero, se infundió en aquel Niño, nacido en forma virginal, y de padres santos, en el buen sentido de la palabra. –Por obra del Espíritu Santo, como lo declaran los Evangelios. ¿Sería de extrañar, por lo mismo, aquella gran sabiduría que mostró Jesús ante los doctores del Templo, que se maravillaron de sus respuestas a las preguntas que le hacían y de Sus propias enseñanzas… a esa edad, -antes de los trece años? 

Y, ¿no proclamaba, Jesús, a cada momento y en todos los lugares por donde iba con Sus Discípulos, que Él era Uno con Su Padre -Dios? Él era y es la Verdad; por ello, su aserción no era falsa, sino muy cierta y verdadera.

Y, ¿qué hay de las aseveraciones del apóstol Pablo de “¿No sabéis que en vosotros está Dios –que sois Dios?? Esta es una declaración profunda y maravillosa. Tomada en serio, esa declaración tampoco es falsa. Por eso cada ser humano, bien visto, es una criatura maravillosa, de una formación perfecta –anatómica, fisiológica, mental y espiritual –apropiada e ideal para ser vaso recipiente de la Esencia o Consciencia de Dios –su Creador.

De ahí que los místicos digan también que Jesús, como un feto o un bebé, está en el interior de cada ser humano y solo espera que se le dé la oportunidad para cobrar vida, nacer, crecer y desarrollarse con todas sus virtudes, dones y poderes.

Por eso puede decirse con toda propiedad que el corazón humano es un Pesebre especial donde, no solo en esta época, sino en cualquier otro tiempo, puede darse ese Nacimiento del Niño Jesús o Niño Dios. Hay que esperar y obrar en concordancia –con toda la santidad y pureza que sean posibles en nuestras vidas— para la realización de ese otro gran Milagro…

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