EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA
Por Eduardo Badía Serra
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
° El Cosmos entero parece una serpiente que se muerde la cola.
“…no hay origen. El tiempo se mueve en grandes ciclos, el mundo es un ‘perpetuum mobile’, un carruaje infinito. De tanto en tanto, sobre la tierra se dan terribles catástrofes, la humanidad es completamente destruida y el proceso completo de civilización vuelve a comenzar….”
PITÁGORAS.
570-490 a.C.
SEGUNDA PARTE: SOBERBIA Y FRÁGIL HUMANIDAD.
Una ciencia sin ética, no es ciencia.
Mira al futuro, pero no al progreso.
Leonardo Caffo.
Desde el filósofo de Abderá, pasando por Aristóteles y su animal racional, y por el largo período del medievo y el renacimiento, el hombre fue adquiriendo conceptualmente una categoría que lo iba situando como un ser superior. La filosofía ha estado así contribuyendo al afincamiento de un desmedido antropocentrismo, acentuado ello por las incompletas y a veces sesgadas lecturas e interpretaciones que se han hecho sobre lo que han afirmado los filósofos.
Descartes sostenía que el animal es un autómata privado del lenguaje. Heidegger decía que los animales eran pobres sujetos de mundo privados incluso de la capacidad de morir: El hombre no pertenece al ser; el hombre es el ser. E incluso Kant, con su famosa “revolución copernicana en el conocimiento”, al colocar al sujeto, esto es, al hombre, en el centro del proceso cognoscitivo, instituye una especie de antropocentrismo constructivista dando lugar a una de las filosofías más radicales y geocéntricas que han existido, el humanismo en todas sus expresiones: la naturaleza debe adaptarse a nosotros. La sustancia del hombre, pues, según esta visión, no es la sustancia de todos los seres, sino una sustancia especial que da forma a la única vida concebible, diferenciándolo del resto de seres vivientes y catapultándolo a una posición de privilegio dentro de la naturaleza. ¡Soberbia humanidad!
Ello provoca unas consecuencias: Superioridad moral del hombre; el hombre en el centro del universo; el hombre que regula su propia existencia. Es decir, una consecuencia ética, que tiene que ver con el comportamiento; una consecuencia metafísica, que tiene que ver con el cómo se conceptúa el universo y cómo el hombre se sitúa en él; y una consecuencia científica, que verá cómo descubrimos y cómo consideramos lo que descubrimos. Es necesario vencer esas consecuencias.
Veamos esto con un poco más de detalle.
El antropocentrismo es la atmósfera cognitiva del hombre. Dentro de ella, se sitúan tres ejes centrales en su exploración; ya lo hemos dicho: la ética, (cómo nos comportamos); la metafísica, (cómo concebimos el universo y cómo nos situamos dentro de él); y la ciencia, (de que manera descubrimos y cómo consideramos lo que descubrimos). El hombre se comporta, se relaciona con el ambiente, observa las cosas. Y el antropocentrismo lo sitúa en el centro del mundo, con una superioridad sobre las otras formas de vida, (antropocentrismo fuerte), o al menos con una superioridad de cierto tipo de humanos respecto a otros tipos de humanos, (antropocentrismo débil).
El primer eje del antropocentrismo, esto es, la discriminación de parte del hombre de las otras especies animales, es verdaderamente un prejuicio, que se hace posible debido a tantos argumentos de ese tipo, como los que ya he citado, (Protágoras, Descartes, Heidegger, Kant, etc.). Este eje es así, posible, pero no fundamentado. Es el eje ético del antropocentrismo, conocido como “especismo”. El filósofo italiano Leonardo Caffo, (Leonardo Caffo, Fragile Umanitá, Giulio Einaudi Editore, Torino, 2017), de cuyo libro tomo muchos de los conceptos que aquí expreso, dice que el especismo es producto de un olvido: Nos hemos olvidado de que no estamos solos. El especismo es, así, un término moral, que tiene una estructura lógica falaz, y usa la razón como una virtud no indiferente: El hombre habla, el animal no; el hombre piensa, el animal no; el hombre es autoconsciente, el animal no. Nietzsche criticó este tipo de antropocentrismo, a pesar de que luego defendería al superhombre, una especie de superantropocentrismo. Decía Nietzsche que el ser humano debe recuperar su animalidad antes de saltar al superhombre, desarrollando el uso sin filtros de la voluntad de fuerza del “pájaro rapaz”: golpea y aterroriza a su presa, elimina la moral. Pero esta recuperación de la animalidad es sólo para recuperar los instintos y las funciones básicas del animal que siempre somos. El hombre, así, según Nietzsche, debe ir según su naturaleza: Todo son presas y predadores; todo es devorar y ser devorados; toda forma de ascetismo, como el vegetarianismo, mortifica la estructura esencial de la forma de vida del hombre. Este humanismo se distancia de todo aquello que no sea humano: el planeta no es nuestra casa; el planeta es nuestro; aquello que no es humano, simplemente es ausente. El especismo es, entonces, el límite de toda moral.
Siguiendo a Caffo en su obra ya citada, el hombre debe vencer el especismo mediante una transformación que, según él, se encuentra en la filosofía: Hay que ver hacia afuera, comprender que cada viviente, sobre todo, es una monada que vuelve su rostro hacia el exterior.
Veamos un poco lo que sucede con el segundo eje, el eje metafísico: Cómo el hombre concibe el universo y cómo se sitúa en él. Seguimos a Caffo: El sistema ptolemaico, como concepción metafísica según la cual el hombre se sitúa al centro y en el vértice de la ontología, promueve un geocentrismo que otorga al hombre un estatuto ontológico especial. Paradógicamente, Kant, con su revolución copernicana, según la cual no es el hombre quien debe adaptar su propio esquema mental a los objetos por conocer, sino que son estos procesos cognitivos quienes determinan la forma en la cual un objeto es percibido, (la “falacia trascendental kantiana”: la naturaleza debe adaptarse a nosotros), establece la estructura intrínseca del geocentrismo, (las intuiciones, sin concepto, son ciegas), provocando con ello no otra cosa que un geocentrismo filosófico. Si con el especismo se dan los axiomas de un comportamiento centrado en el hombre, con el geocentrismo se obtienen las justificaciones, (falacias), por las cuales el hombre se sitúa al centro del universo.
El sistema copernicano, al contrario, sitúa al hombre en la periferia: Somos puntos perdidos en un universo inmenso…estamos en la orilla…y probablemente, muchos otros con nosotros. Somos conscientes de que no tenemos un rol especial en el mundo. El centro, simplemente, no existe, todos vivimos en la periferia, y esta sensación de extrañeza constituye la base de lo que Caffo llama posthumanismo, en la que él fija la solución contra el antropocentrismo. La visión periférica, una vez toma consciencia de la revolución copernicana, es un recurso importante porque posibilita ver el entorno que el geocentrismo había ocultado. Con la visión periférica emerge un hombre nuevo capaz de un presunto límite, un recurso: Si todo es periférico, todo es centrado. Esta visión periférica permite el pasaje de una ontología estática, centrada en el individuo, a una ontología dinámica centrada en las relaciones entre los individuos, y origina una humanidad antropo-descentrada, despojada del centro, y atenta a lo que está más allá del círculo cerrado en el que se encontraba.
Cada vez que aparece una crisis ecológica, dice Caffo, (“el mar se torna negro”), aparece en el hombre el miedo, y el miedo orienta siempre hacia la muerte. Por ello, el posthumano es un renacer, la única forma de superar el miedo y comprender que ir del interior al exterior es necesario para la sobrevivencia.
El hombre, entonces, debe vencer ese antropocentrismo y situarse en la periferia. Hay que abandonar el concepto heideggeriano de que el hombre no pertenece al ser sino que es el ser mismo. Se necesita una segunda transformación, que acompañe a la primera, mediante la cual el hombre vence el especismo. Esta vez, se trata de vencer el homocentrismo. ¿Cómo? Comportándonos en alteridad periférica, redefiniendo el sentido de conexión con el mundo y con el ambiente: Comprender que el rol del hombre es un rol entre tantos. Se trata de reconcebir lo humano: el posthumano como una entidad en movimiento, porque es migrante. En la periferia, el rol del hombre se encuentra en mutación continua. No se trata de fijar un nuevo centro en esta periferia, sino de comprender que estamos entre una infinidad de cosas.
Ser copernicano significa así, comprender que el universo está aquí: Somos nosotros los que rotamos en torno a nosotros mismos y en torno a los otros.
Continuará