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El cuento del pastor y el consultor, una ilustración optima sobre el gran proyecto del desarrollo…

German Rosa, s.j.

El concepto del desarrollo se convirtió en la piedra angular para reconstruir el mundo después de las dos Guerras Mundiales del siglo XX. El desarrollo tiene una larga trayectoria de décadas, con sus efectos no deseados e imprevistos. Hoy diríamos los efectos colaterales…

Se han aplicado métodos investigativos con los avances científicos de las ciencias sociales, para que el mundo se convierta en un “mundo desarrollado”.

El cuento del pastor y el consultor ilustra sabiamente lo que ocurrió con muchas investigaciones y también en muchos casos con las políticas para el desarrollo social y comunitario que fueron realizándose después de la segunda guerra mundial.

El cuento del pastor y el consultor es el siguiente. Estaba un hombre dando de pastar a su rebaño de ovejas, cuando de repente aparece por el inhóspito camino un 4×4 full equipment ABS-EPC-P2 0Km. Se detiene frente al viejito y se baja un tipo de no más de 30 años con chupa negra, camisa blanca Hugo Boss y zapatillas DKNY. Se acerca al viejo pastor y le dice: “Señor, si yo le adivino cuántas ovejas tiene usted en su rebaño, ¿me regala una?”. El viejo responde con algo de asombro: “Sí, cómo no”. Entonces el joven vuelve a su 4×4 y saca un ordenador portátil AGF S-8000 con 4 Gb de MegaRAM. Se conecta a la red de redes, baja una base de datos de 300 MB y entra en una página https de la NASA. Mediante un satélite y vía GPS identifica la zona exacta donde está el rebaño, calcula el promedio histórico del tamaño de una oveja tipo “merino”, mediante una tabla dinámica de Excel y con la ejecución de algunas macros personalizadas en Visual Basic, logra completar el diagrama de flujo del Microsoft Project. Luego de tres horas le responde al viejo: “Usted tiene 1,347 ovejas y 4 pueden estar preñadas”.

El viejo, atónito y sin poder creerlo, asintió y le dijo que efectivamente, que así era, y dejó que el joven se llevara su oveja. El joven la tomó y la cargó en el todo terreno. Cuando estaba a punto de irse el viejo lo detuvo y le preguntó: “Disculpe, pero si yo llegase a adivinar cuál es su profesión, usted ¿me devuelve mi oveja?”. El joven le dijo sonriente: “Seguro, hombre.” El viejo entonces contestó: “Usted es consultor”. El joven, sorprendido completamente, comentó: “¡Exacto!” y mientras le devuelve la oveja que había tomado preguntó: “¿Cómo se dio cuenta?”.

Y el viejo le respondió: “Por tres razones. PRIMERO, usted vino sin que yo lo llamara. SEGUNDO, me cobró una oveja por decirme algo que yo ya sé. TERCERO, se nota que no conoce NADA de mi negocio porque se estaba llevando a mi perro” (Cfr. Mella, P. 2015. Ética del Posdesarrollo. Sto. Domingo, Rep. Dominicana: Instituto Filosófico Pedro Fco. Bonó, Ediciones Paulinas y Ediciones MSC, pp. 461-462).

Este ejemplo ilustra lo que ha ocurrido frecuentemente por décadas. El proyecto desarrollista ha tenido sus intelectuales, filósofos, políticos y técnicos que proponen una ética para el desarrollo. Pero, ¿cuántos de ellos habrán vivido la experiencia del cuento del pastor y el consultor? ¿Habrán considerado a fondo realmente el impacto del desarrollo en sus contextos y de modo particular en el medio ambiente? Hagamos una mirada retrospectiva.

El desarrollo se convirtió en la panacea de todos los proyectos económicos, políticos, ideológicos y culturales. El hechizo y la seducción irresistible fueron arrolladores.

El desarrollo se planteó en las décadas de los 50’s y 60’s como crecimiento económico que promovería el aumento de la producción y de los niveles de consumo a través de la industrialización. Su principal patrocinador en ese contexto fue el Banco Mundial. El papel del Estado fue invertir en infraestructura y tecnología industrial, mantener el orden social y tenía un rol centralizador.

Cuando se planteó el desarrollo económico como finalidad se propuso un modelo lineal de la historia que progresivamente iría superando distintas etapas como lo pensó Walt Whitman Rostow, quien concebía que las sociedades tradicionales serían orientadas a un crecimiento autosostenible en camino hacia la madurez hasta llegar a la etapa de alto consumo para convertirse en una sociedad desarrollada, sin considerar el impacto de la carrera industrial en el medioambiente. Obviamente, esto implica una racionalidad instrumental de la ciencia y la tecnología para alcanzar el estado de las sociedades desarrolladas. Entrar en la carrera industrial y promover el crecimiento económico mediante el incremento de la oferta y la demanda de los bienes y servicios. Dicho crecimiento económico erradicaría la pobreza y propiciaría mejores condiciones de vida con el acceso a las nuevas tecnologías.

Pero la aplicación práctica de la teoría del desarrollo no dio los resultados esperados: una sociedad enriquecida, justa y equitativa del Tercer Mundo; la sustitución de importaciones y la industria nacional generaron déficit en la balanza comercial, se mantuvieron o agravaron las desigualdades en la distribución del ingreso y se profundizó la separación entre los sectores urbanos y rurales.

Esta concepción desarrollista dio lugar al surgimiento de la teoría de la dependencia y el subdesarrollo que planteaba que el sistema internacional de relaciones entre países ricos y países pobres producía y mantenía el subdesarrollo de los países pobres (Cardoso & Faletto, 1969/1981). Se formula así la paradoja del desarrollo del subdesarrollo (André Gunder Frank, 1966). Este enfoque planteaba que no se puede disociar la pobreza de los países en vía de desarrollo de los países desarrollados porque existe un sistema de relaciones injustas que transfiere la riqueza de los países pobres hacia los países desarrollados. Los países pobres formaban parte de la periferia y se convertían en proveedores de materias primas para el crecimiento industrial de los países ricos que constituían el centro. No obstante los aportes de la teoría de la dependencia y del subdesarrollo, las principales críticas han sido: la abstracción excesiva del análisis que consideraba unilateralmente como perjudiciales los vínculos de los países pobres con las organizaciones transnacionales, sin ponderar los beneficios de la transferencia de tecnología que resultaba beneficiosa. Las teorías sociales más recientes se interesan por mejorar el vínculo entre los países en relación al comercio, los sistemas financieros internacionales, la tecnología mundial y la seguridad.

Durante la década de los 70’s el desarrollo se concibió como una solución a las necesidades básicas de la población como la alimentación, la vivienda y la salud. Además, éste crearía las fuentes de empleo para que fueran accesible a la población. Los protagonistas durante este período fueron la Organización Internacional del Trabajo y la Banca Mundial. Se le asignó al Estado el rol de benefactor para que favoreciera mecanismos que solventaran las necesidades básicas de la población. Pues, el crecimiento económico no es sinónimo de vida mejor para todos en el mundo. El progreso sería un proceso lento y evolutivo que al final generaría el dinamismo, cuyo crecimiento económico beneficiaría para aumentar el bienestar material de la población.  Pero no dio el resultado esperado y se promovieron las políticas de los ajustes estructurales, el libre mercado, el crecimiento económico, y el rol de la auto-distribución de la riqueza generada a través de las relaciones de mercado y el consumo de la población. Se aplicó la política del Estado mínimo y se le asignó el rol de gendarme para garantizar el orden social y el funcionamiento del mercado (Cfr. https://www.diariocolatino.com/el-compromiso-por-la-justicia-en-el-escenario-politico/). Esta es una concepción individualista e utilitarista del desarrollo. Los patrocinadores de dichas políticas fueron el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Finalmente, en las últimas décadas se planteó el desarrollo sostenible y el desarrollo humano. Dándole protagonismo a la Comisión Mundial del Medio Ambiente y al Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas. Se propuso garantizar la calidad de vida de la presente generación sin comprometer las futuras a través del cuidado del ecosistema y el despliegue de las capacidades humanas. Este nuevo enfoque del desarrollo humano, ha sido promovido ampliamente por el PNUD. El gran aporte de este enfoque es que amplía el concepto del desarrollo que estaba concebido fundamentalmente en términos de crecimiento económico como condición de posibilidad para desplegar las capacidades humanas y sociales. Pues el bienestar personal y social no se reduce a la concepción utilitarista del ingreso y de la acumulación de bienes. El desarrollo humano incluye otros indicadores necesarios centrados en el desarrollo de las personas como eje fundamental. Sin embargo, este enfoque no trata a fondo tres temas esenciales para el debate público: la reflexión sobre la desigualdad, la discusión sobre la elección social y también el grave problema de la pobreza y la exclusión social (Mella, pp. 190-191).  El mito del desarrollo se ha sustentado en una racionalidad técnica instrumental para lograr niveles superiores de crecimiento y progreso personal y social. Exigiendo así sacrificios sociales y también ambientales. Pareciera una paradoja irónica, cuando se impulsó el esquema desarrollista en nuestra región, curiosamente también se expandió el subdesarrollo y la dependencia económica depredadora de los recursos naturales de los pueblos latinoamericanos y caribeños.

El desarrollo ha cristalizado el poder social del mito que ha estado palpitante durante todo el período posterior a la segunda guerra mundial. Hoy existe el grave peligro de la crisis global de la ecología que amenaza los ecosistemas, la biodiversidad, e incluso, la misma existencia humana. Ante esta realidad está emergiendo una ética alternativa. Sobre esto trataremos en otra ocasión.

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