José M. Tojeira
Hace algunos día un expresidente del Banco Central de Reserva mencionaba la baja calidad intelectual y argumentativa de los miembros de la Asamblea Legislativa. Las respuestas no se hicieron esperar y llegaron cuajadas de insultos.
De algún modo le daban la razón al exfuncionario, porque en general el insulto, así como acumula y descarga agresividad, carece de pensamiento racional. En general es el método argumentativo más primario y vulgar. Algo que la misma sabiduría popular suele rechazar con refranes, algunos de ellos cómicos, dejando en mal lugar al que insulta ante una afirmación que, se esté de acuerdo o en desacuerdo, merece la pena analizarla.
En general a los poderes legislativos no llegan solo personas juiciosas o sabias. Mirando a otros países además de al nuestro, podemos ver que se puede encontrar de todo entre las filas de los diputados.
En El Salvador hemos visto tal cantidad de contradicciones en el discurso de estos funcionarios, tanto en el presente como en el pasado, que es normal preguntarse por su calidad intelectual. Unos acuden a citar a intelectuales de izquierda cuando les conviene y al mismo tiempo votan leyes conservadoras.
Otros acusan de corruptos a los opositores y defienden la propia falta de transparencia. No faltan los que prefieren el insulto al diálogo. Y con demasiada frecuencia emiten leyes sin razonamientos serios. Nadie puede olvidar la ley original del bitcoin, establecido como moneda nacional sin debate previo y sin de razonamiento serio en el texto legal.
Y todos nos hemos dado cuenta de que el cese de la obligatoriedad de recibir pagos en bitcoin se ha decidido sin que los diputados hayan reflexionado lo más mínimo al respecto. El poder ejecutivo puede dar ideas e incluso razones y la fuerza del dinero y del Fondo Monetario Internacional puede también externar su pensamiento.
Pero los diputados, en este vaivén de sí pero no, solo aprietan el botón sin que se oigan razones serias en sus bocas.
La prohibición de la minería metálica estuvo llena de razonamientos y datos tanto en la propuesta de la Iglesia Católica como en las de otras organizaciones. En la eliminación de la ley solo pesó la palabra del presidente augurando un futuro feliz construido sobre el oro y unos informes sobre su abundancia que no se podían mostrar en público porque era “secretos comerciales”. Bastó eso para que se derogara la ley anterior y se promulgara otra aceptando la minería metálica en el país.
Es normal ante situaciones como la mencionada, que la gente se pregunte por el nivel educativo, intelectual y moral de los diputados.
En el Examen Periódico Universal que se realiza cada cuatro años en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, se le mencionaron a El Salvador observaciones muy serias sobre violaciones de Derechos Humanos, debilidades del Estado de Derecho y el absurdo de mantener durante tanto tiempo la ley del régimen de excepción con todas las injusticias que propicia. Se tocaron puntos que afectan especialmente al poder legislativo. Pero a ningún diputado de la mayoría se le oyó una respuesta o reflexión digna de ser ubicada en el ámbito de la racionalidad y del pensamiento intelectual.
El ciudadano instruido puede legítimamente pensar que la gran mayoría de los diputados sabe muy poco o nada sobre el tema básico de los Derechos Humanos. O simplemente imaginarse que esa temática, además de desconocerla, la desprecian o la consideran un estorbo. O lo que sería peor, que no saben bien lo que es un Estado de Derecho.
En las sesiones de los poderes legislativos en el mundo se calienta la sangre algunas veces e incluso hemos visto diputados llegando a los puños. Pero cuando un partido consigue una mayoría tan aplastante los abusos se pueden cometer a sangre fría y con impunidad, al menos por un tiempo. Y cuando además son cortos de entendimiento, creen erróneamente que la mentira puede sustituir a la verdad.
Una verdadera lástima que un grupo de diputados relativamente jóvenes, embriagados con la sensación de poder, no se preocupen de cultivar la razón y la inteligencia y den pie a que personas más reflexivas y mejor preparadas lamenten la baja calidad intelectual de la Asamblea.