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El declive de la socialdemocracia

Iosu Perales

En los años setenta y ochenta se podía recorrer Europa diagonalmente pisando únicamente países con gobiernos socialdemócratas. Todavía en la segunda mitad de los años noventa, de los quince países de la Unión Europea trece eran socialdemócratas. Fue la época dorada de una corriente política que se esforzó por instalar el Estado del bienestar mediante la universalización de los derechos sociales y laborales, financiados con políticas fiscales progresistas. Hay que reconocer que la socialdemocracia ha sido el proyecto más significativo del último medio siglo en Europa.

Sin embargo, en las últimas dos décadas puede decirse que la socialdemocracia ha claudicado ante la globalización neoliberal, haciendo suyas políticas que le han apartado de sus bases tradicionales. Una prueba de este cambio es la posición que tomó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) al votar junto con el Partido Popular (derecha española) la modificación del artículo 135 de la Constitución, por la que en adelante se obliga al Estado al pago de la deuda pública por encima e incluso en contra de cualquier otro gasto social en los presupuestos generales.

Este fue el colofón a una deriva de la socialdemocracia que aún no ha terminado. Este tránsito tiene su continuidad hoy día hacia un social liberalismo que definitivamente convierte a los partidos socialdemócratas en agentes políticos pragmáticos y opuestos a un horizonte socialista al que han renunciado.

Puede decirse que la mutación sufrida por la socialdemocracia ha sido facilitada por el debilitamiento de actores sociales –principalmente la clase obrera industrial- que fueron estructuralmente la base social en la que nació y creció.

Hoy en Europa, apenas un 25 % son trabajadores industriales. De ellos, en poco tiempo un 35 % verán perdidos sus puestos de trabajo por la robótica, lo que fortalecerá la mayor moderación de los partidos socialdemócratas, pues sus bases electorales se encuentran en las clases medias que no desean rupturas sociales. Esto supone un cambio político en sus prioridades, lo que ya esta ocurriendo con malos resultados electorales –solo los socialistas de Portugal y Dinamarca resisten-.

El triunfo ideológico-político del neoliberalismo coincide con la caída de los países del Este, sancionando el principio del fin del proyecto socialdemócrata. De modo que lo que había sido el centro de la hegemonía socialdemócrata se fue viniendo abajo. Con palabras del profesor español Manuel Castells, hablamos de la salud, la educación, el derecho a la jubilación, el seguro de desempleo, el derecho a la vida por el hecho de ser humanos, valores indiscutibles hace tres décadas y que han sido recortados o negados en la práctica, en nombre del mercado y la competencia en el marco de la globalización.

Por su parte el politólogo Pablo Simón -también español- señala diferentes interpretaciones de este declive. Para algunos, la primera gran crisis financiera del siglo XXI barrió el proyecto de los partidos socialistas que no fueron capaces de gestionarla, pero para otros hay que atribuir a una desviación ideológica de la socialdemocracia que abrazó la llamada tercera vía de Tony Blair y las desregulaciones, lo que puso en evidencia su carencia de modelo alternativo. Simplemente los partidos socialistas aceptaron y asumieron una globalización neoliberal que fue convirtiendo a sus líderes en funcionarios del modelo que habían asegurado combatir. De hecho las reuniones de la Internacional Socialista dejaron de ser una referencia. y quedaron reducidas a un espacio de intercambio en el que sus partidos confirman que dejaron de ser lo que habían sido.

Hay quienes creen que la pérdida de liderazgos, Mitterrand, Mauroy, Andreas Papandréu, Olof Palme, Bruno Kreiky, Felipe González y otros, son una causa determinante en la caída de la socialdemocracia. Pero creo que se trata una explicación demasiado simple que obvia problemas estructurales.

El síndrome del buen liderazgo perdido produce melancolía pero apenas nos da luz para entender el cambio de época. Seguramente la deriva ideológica y política de los partidos socialistas tiene que ver con dos hechos: algunas de sus banderas reivindicativas se instalaron exitosamente en Europa occidental, asumidas por otras corrientes políticas, y por otro lado la socialdemocracia demostró carecer de un modelo alternativo integral al capitalismo primero y al neoliberalismo después, vaciada de un proyecto nuevo de sociedad.

Con la globalización del siglo XXI la socialdemocracia comprendió que su fuerza frente a los grandes capitales financieros, era muy pequeña y no podía competir. De modo que dio pasos de adaptación a las nuevas políticas liberales con la certeza de que solo así podría ganar elecciones. Y pasó a ser la mano izquierda de la derecha. Hoy, la palabra socialista que figura en la nomenclatura de los partidos socialdemócratas es solo resultado de un legado, de una herencia de la que no quieren librarse porque todavía les resulta beneficiosa electoralmente.

La adaptación de la socialdemocracia a las exigencias de los grandes mercados y del capital financiero ha hecho que no tenga margen de maniobra para hacer políticas expansivas del gasto, como en el pasado. Esto y la liberalización de los servicios que practica la socialdemocracia, junto con las privatizaciones hace que se le acuse desde otras izquierdas alternativas de traición ideológica y política.

Abundando en los problemas de la socialdemocracia, Pablo Simón afirma que nuevas formas de desigualdad derivadas de los cambios tecnológicos son cada vez más difíciles de combatir. Lo que queda de los Estados de bienestar no lo tienen nada fácil para afrontar los gastos de sanidad, educación, pensiones.

De tal modo, si los partidos socialdemócratas deciden desentenderse de las necesidades reales de la ciudadanía habrán llegado al final de su viaje social liberal. Si por el contrario recuperan lo que fueron en términos de agenda económica y política, y los valores de solidaridad y lucha, podrían salvarse de un final dramático.

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