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El después de las cosas. Por Wilfredo Arriola

Por Wilfredo Arriola

Entiendo que está bien no entender de vez en cuando. Entiendo que la vida en ocasiones se vuelve un despropósito, que lo pactado en aquellos tantos proyectos de vida toman el color agridulce de los paisajes al atardecer yendo en una carretera lejana mirando el sol ocultarse al filo de una tarde que nos enseña que todo termina. Entiendo que las cosas a su momento tienen un después y digerir que ese después ha llegado. Estar ahí y plantarle cara al espejo de siempre, pero con la certeza de los años, verse y no siempre reconocerse, verse y sí, decir en voz baja soy yo, pero volviendo a ver a un lado, como quien se recupere de un golpe.

El después de las cosas, ese de ya no saber que sigue, y no por ignorancia, y no por falta de proyección, sino más bien por dejar que el destino nos ponga delante de otro escenario y jugársela una vez más. Bukowski, menciona “Construimos nuestro propio infierno y culpamos a los demás”.  Somos víctimas de nuestro cuerpo, mente y alma. El cuerpo nos lo manifiesta con la enfermedad, con decaer más a menudo de lo normal. La mente se ensancha, con la rumiación del pensamiento como sables tocando en lo blando y el alma, prodigiosa alma que aprende el noble arte de esperar y buscar la esperanza en lo baldío, como esos terrenos, despoblados, llenos de lo que nadie quiere, pero con tierra fértil después del escombro de los restos de lo que alguien no quiso tener o cuidar. Somos lo que cuidamos, somos también lo que descuidamos, digo esto último porque también nos retrata lo que definimos con acciones que no es importante. Luego viene la culpa a recordarnos no a quien perdimos o qué perdimos y no es en sí eso, es, sobre todo, fundamentalmente todo duélanos el desacierto de nuestras elecciones, como lo mencionó Bukowski. El dolor necesita una cara para depositar la angustia de lo perdido, y muchas veces nos encanta tener provisiones…

Está bien estar mal, está bien recordar que “Todo el que hace un plan hace el mismo: es ser otro”. Y ese plano no siempre llega, o nos llega de manera obligada, haciéndonos entender que la vida es lo que sigue después de una curva. Lo incierto, que es la sal, ese bello reforzador que a su punto potencia y en su exceso arruina.

No siempre nos vamos, muchas veces zarpamos. Salimos de lugares que ya no suman y ese lugar no siempre responde al campo de la geografía, se dispone en quedarse aferrado al después de las cosas. Un pensamiento, un hábito, las mismas conversaciones con los de siempre, la misma comida, el mismo destino turístico que nos hace abusar del feliz que fuimos y hoy nos hemos convertido en otros, muchas veces con la cara avinagrada del monótono tiempo y a veces con la lucida cara de trabajar por lo que me pasa, saber decir Yo, es también saber tener un compromiso con el porvenir.

Los sofás del pasado, pudo perfectamente llamarse este escrito, donde sirven para descansar mas no para aferrarse a ellos en la comodidad donde no sucede nada, sucede uno en diferido y no hay sal que potencie lo dicho solo excesos que nos enseñan a movernos de lugar toda vez y cuando queramos. Hay momentos que llega algo que nos mueve y escuchamos las cadenas, hay momentos que son personas que nos enseñan a movernos no en dirección de ellos sino en la nuestra que es sin lugar a duda ser quienes en verdad queremos ser. Es el camino el que nos recuerda a quienes queremos en nuestro vagón, -para eso hay que movernos de lugar- para contar el después de las cosas, “el fracaso puede sufrir a solas, pero el éxito necesita de un público”. Elijamos al mejor, y recordemos a los que ya no están con la dignidad de su pasado, porque toda gratitud en exceso es una cobarde forma del cautiverio.

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