Myrna de Escobar,
Escritora
Tras el suave calor de las velas, dos brazas de fuego agonizan en el lecho, y es que sedientos de placer han bailado, el último tango. Las baritas de incienso, de pie en algún lugar de la habitación, se niegan a extinguirse, y su aroma se desliza como cómplice por la habitación, tapizando las sabanas; perfumando la escena. Con el cansancio en las pieles y el letargo asediando al amado, la Maruca; como la llamaba el esposo, se ata al cabello una flor; mientras Juan le pellizca las piernas, y así el amor se prepara a dormir. De pronto, la voz de la Maruca, irrumpe en el silencio.
_ ¿qué día es mañana? – La voz insiste, y lanzándole un azote con la almohada, vuelve a preguntar:
_ ¡Juan, contéstame! – ¿qué día es mañana? _ te estoy preguntando. Respóndeme. Una voz inentendible, a altas horas de la noche, se esbozó tras las siluetas de las sábanas blancas.
“Es jeves, creo” – ¿Po que la pregunta? -Quiso saber.
La Maruca, cuyo viejo amor de años cada vez se renovaba en el lecho nupcial; al lado de Juan, era incansable, cuando de la casa se trataba, y aunque trabajaba como empleada publica en una importante oficina de gobierno, estaba al tanto de toda la organización de las tareas domésticas; pero nunca las realizaba, razón por la cual, pagaba los servicios de una criada, como solía decirlo a sus amigas de la iglesia. La vieja mujer de campo, cuyas necesidades, la habían llevado a la ciudad, se encargaba de realizarlas cada semana, durante muchos años, para luego, ser requerida, solamente una vez al mes; _ ¡por la misma paga!, como acostumbraba a comentarlo, con otras lavanderas del sector. Todas las tareas domésticas, por una sola cuota; doce dólares, mismos que debía aceptar, pues era su decisión: continuar trabajando o regresar al campo a morirse de hambre. La ingrata mujer consolaba a la empleada diciéndole:
_Solo eres una criada! Mírate, _ ¡No has estudiado, María! _No te puedo pagar más! ¿Cómo podría? _” tenerte aquí todo el día también implica que comes de mi plato, me sale caro mantenerte, pero mi trabajo no me permite hacer las cosas de la casa”
_ ¡Yo por eso estudié!, – agregaba: _ ¡para no quedarme de maceta del corredor! Las hirientes palabras de la mujer laceraban la dignidad de la pobre María quien, recordando los credos de su fe, aceptaba aquellas reprimendas con dolor, pero luego olvidaba los agravios, deshojando su pena inmersa en las faenas diarias como toda ama de casa, cuyo trabajo, aun cuando es digno, en nuestra sociedad, no es valorado, ni bien remunerado. Su trabajo como empleada doméstica habría empezado a sus diecisiete años, cuando su madre, imposibilitada para poder apoyarle en la secundaria, le presento a la familia de la Maruca y de Juan, para ser la sirvienta de estos.
…..
_ De veras, argumento el adormecido Juan, tras un largo silencio.
_” La criadita viene mañana. Habrá comida recién hecha, no tendremos que recalentar más”. – dijo el marido, por fin. La Maruca, desconfiada y celosa le lanzó una mirada al esposo, diciendo:
_” ¡Mira juan, no te pases de listo, te lo advierto, no te vayas a enredar con la criadita, _porque entonces _! te mato! ¡Juro por Dios, que lo haré! ¡mira que, como decía la abuela, entre el amor y el odio, hay muy poco trecho!
Tras aquella amenaza, el hombre, sujetando la furia de la amada, la hizo volver a recostarse, donde el idilio volvería a empezar, ya sin incienso, ni música, ni velas, solo con vehemencia, para apagar el volcán que ardía entre las sábanas
A la mañana siguiente, para María, la nota en la puerta del refrigerador, era cada vez más larga. Una notita en papel rosa resaltaba de la esquina superior del blanco papel.
_ ¡no te gastes mi comida, que para eso te pago por lo que haces. _ ¡Ha sobrado algo de la vez anterior, búscalo, será tu almuerzo!
María:
Limpia la cocina antes que todo. Lava los platos, sécalos y guárdalos en el chinero. Limpia absolutamente todo; no dejes suciedad en ninguna parte, que para eso te pago. Lava el baño, quita las cortinas, limpia el lavamanos. Lústrame el piso y la loseta, debe estar reluciente. Quita las telarañas, cocina para un mes, ahí te queda el menú. Guarda todo en la refri. Arreglas los cuartos, cambia las flores, cambia los cuadros en la sala; estoy aburrida de verlos en la misma posición. _apresúrate, que debes lavar toda la ropa y plancharla; al igual que la de la mascota. No olvides lavar los utensilios del perro, y su ropa de cama. La otra vez, lo olvidaste y se me lleno de pulgas la pobre mascota. Luego te pones a planchar toda la ropa, sabanas, toallas, manteles, cortinas. Me lavas las zapatillas y las medias de seda, también. La niña María se sorprendió de ver que hasta debía lavar el carro de la cochera, antes de partir, a las cuatro de la tarde, pues un largo viaje hasta Santiago de María, Usulután, la esperaba.
Ya dispuesta a cumplir con todas sus obligaciones, la niña María, como cariñosamente le llamaban en el lugar, se preparó el único huevo que estaba destinado para su desayuno, calentó unos viejos y endurecidos espaguetis y tomó una taza con agua. Por instrucción de sus amos, no debía excederse en comida, pues ella dejaba un cartón de huevos dispuestos en la refrí, y no podía faltar más de uno, luego, las fatigadas piernas de la pobre mujer subían las gradas del edificio, hasta la quinta planta, donde se internaba en el lavado de la ropa, zapatos, bolsos, sabanas toallas, edredones y demás prendas. La misma actividad la realizaban otras tantas mujeres en un área de lavado, común para todos los habitantes del edificio multifamiliar. Sonoras carcajadas, se escurrían tras el esfuerzo de las presurosas pero responsables mujeres, mientras ejercían con dignidad restringida, tan arduas faenas.
_por no estudiar, nos hemos quedado a burras, decía la Toñita, la más joven de ellas, y todas al ritmo de los múltiples huacalazos de agua, reían alegremente.
Al final de la tarde, la Estelita, el amor de Don Tilo, veía pasar a el singular grupo de mujeres, agotadas, pero alegres. _ ¡como buenas salvadoreñas! _ decía. De cara al destino, aunque fuera difícil ganarse el pan diario de cada día. Son mujeres jóvenes, aunque lucen encorvadas y con los pies hinchados, ardorosos por el esfuerzo de permanecer largas horas de pie, pero con la ilusión de llevar el sustento a la mesa. Al final de la jornada, lucen resignadas a esperar en nuevo día, el nuevo afán, hasta poder encontrar algo mejor que hacer. La Estelita suspira, pues el día de salir a su pueblo se acerca, y podrían juntas viajar a su tierra natal, en Usulután.
Todas en este peculiar grupo de domésticas, conocían la historia de la infeliz Estelita, quien no se perdonaba el haber abandonado a su hija, pero la querían y aceptaban como solo ellas sabían hacerlo. _” Somos humanas, _decían, _no hay porque juzgarte, pero deberías poner un aviso en la radio, y buscarla.
_ “O décile a tu enamorado que te ayude a encontrarla” _ añadía, La Chomita, la nueva empleadita del grupo; como solían decirle sus compañeras, mientras la acogían con la calidez de un abrazo. La Estelita, no se decidía a dar un paso, pensaba como debería odiarla su hija, sin saber que ella había muerto, en la refriega de balazos, aquella en la plaza Barrios. El recuerdo de la nieta que no conocía alentaba sus anhelos de buscarla, pero la pena y el miedo al rechazo inundaban su corazón de tormento, y sí los años pasaron, hasta que una tarde, Don Tilo le habló de la huerfanita, que había quedado a cargo de la niña Flor, tras la balacera.
Por circunstancias del destino, las seis personas se reunieron en Unicentro, Soyapango: la pequeña Lissette, la niña Flor, La Estelita, Don Tilo y la pareja sueca, que buscaba la adopción. Tras engorrosos trámites, la Estelita, convencida de que el destino de la pequeña, sería mejor en tierras lejanas, cedió a la familia sueca la adopción de la niña, y con muchas emociones encontradas, la estelita la vio partir.
….
Hoy es ultimó día del mes, las mujeres van felices, camino a la terminal de buses, todas menos una; la niña María, quien no recibió el jornal del día. La Maruca le había llamado al final de la tarde para decirle:
_ “Te pago el otro mes”
_ se me olvidó dejarte el dinero.
Gruesas lágrimas de fuego atravesaron las flácidas mejillas de María, quemando sus pequeños ojitos. En su cabeza ella aun escuchaba la voz de su ama decirle:
_” espero no hayas olvidado sacar las manchas de óxido de mis pantalones blancos”