José M. Tojeira
Celebramos el viernes pasado el día de la madre en El Salvador. Es un día bonito para todos y, en general, el ambiente que se respira es de alegría y de cariño. Las madres se lo merecen y no hay duda de ello. Las madres son personas básicas en la construcción de sociedades cordiales. Su defensa de la familia, su generosidad y su dedicación tan fuerte al cuidado de quienes las rodean, las hacen indispensables para la construcción de una sociedad pacífica y fraterna. Sin embargo, y dicho lo anterior, resulta necesario denunciar el poco respeto estructural a las madres salvadoreñas. Y decimos poco respecto estructural, porque dentro de las redes de protección social las madres no son consideradas adecuadamente a pesar de su importante trabajo en la construcción de una sociedad decente.
En efecto, en el sistema de pensiones hay más varones que mujeres. Y además el promedio de pensiones de las mujeres es inferior al de los hombres. La maternidad y el cuidado de los niños no incide en el sistema de pensiones. Que una madre campesina tenga o haya tenido diez hijos y no goce de pensión porque no ha tenido un trabajo formal es una prueba de que el sistema de pensiones es absurdo, injusto y pervierte valores básicos de solidaridad social. Y que los salvadoreños permanezcamos tranquilos con esa situación no deja de mostrar una cierta hipocresía social, cuando alabamos y cantamos públicamente el papel de las madres, pero somos incapaces de criticar a las instituciones que las olvidan o marginan.
Cuando en el PNUD se hizo un informe sobre el trabajo en El Salvador, se decía que los más valioso de nuestro país es su gente. Y nadie estaba en desacuerdo. Sin embargo, a quienes sacan adelante con cariño, cuidado y sacrificio a las personas, lo más valioso de El Salvador, no las tomamos adecuadamente en cuenta en las redes de protección social. Incluso el tiempo de baja laboral por maternidad es el mínimo que estipula la Organización Internacional del Trabajo, OIT. Y las trabajadoras informales ni siquiera gozan de él.
Todavía pesa como una situación vergonzosa en el país que no hayamos sido capaces de firmar el convenio 189 de la OIT que obliga a los estados a incluir como trabajadoras formales a las trabajadoras del hogar. Y por supuesto, la mayoría de los que las contratan, gente de recursos, guardan silencio o complicidad al respecto, a pesar de lo fundamental de estas mujeres tanto en el cuido como en el servicio familiar. Ciertamente la cultura machista va más allá de los chistes y las rancheras. Cuaja en el abuso físico y sexual y se extiende incluso hasta las instituciones y las leyes. En ese sentido el día de la madre no puede quedarse únicamente en el día de la alabanza a las propias madres.
Además de eso debe ser un día de lucha y de reivindicación en favor de los derechos de las mujeres y de las madres. Ninguna mujer que ha criado hijos debería quedarse sin pensión al llegar a la edad de jubilación. Y es evidente que la mayoría de las mujeres tienen uno o varios hijos. Si hay que hacer ajustes o sacrificios deben ser hechos. Obras y no palabras es lo que puede justificar las alabanzas que con tanta frecuencia les dirigimos. Si no amamos y servimos a todas las madres, puede ser que en algún momento nuestras madres individuales queden también solas y desprotegidas. El día de la madre además de fiesta alegre y generosa, debe ser tarea y compromiso con el mejoramiento de la situación de la mujer.