José M. Tojeira
El día de difuntos, 2 de Noviembre, tiene una larga tradición en la religiosidad de nuestras tierras centroamericanas. La costumbre de “enflorar las tumbas” de los seres queridos está profundamente enraizada en nuestra cultura. En algunos cementerios, además de flores, los familiares llevaban comida y almorzaban junto a la tumba, comentando, recordando y en ocasiones cantando las canciones que le gustaban al difunto. Un espléndido modo laico de celebrar la vida del que se fue, pero dejó herencia de valores. Los muertos siempre nos enseñan a luchar en favor de la vida. Y por eso este modo laico de celebrarlos traduce con fuerza la confianza cristiana de que la vida no se destruye, solo se transforma, como dica una antigua oración cristiana.
La raíz cristiana permanece incluso en los modos laicos de celebrar a los difuntos. Y por supuesto, muchos los recordamos con la oración y con la fe de reencontrarlos en Dios “cuando Cristo le entregue su Reino a Dios y Dios sea todo en todas las cosas”.
De cara a nuestra sociedad, en esta época de pandemia, es necesario especialmente recordar no solo a nuestros seres queridos, sino a todas las víctimas de todas las pandemias. Y sacar de ellas la fuerza para corregir todo aquello que en nuestras sociedades lleva a la muerte. Frente a la pandemia es deber ciudadano cuidarnos unos a otros, sentirnos responsables no solo de nuestra vida, sino también de la de los demás, vacunándonos, llevando mascarilla y manteniendo higiene y distancia social. Frente a otras pandemias debemos cobrar sentido de nuestra responsabilidad social. Demasiada gente muere en accidentes de tránsito. Manejar decentemente, sin competir ni exaltarnos, sabiendo ceder el paso y siendo amables, es signo también de desarrollo moral y ciudadano.
Los homicidios, las desapariciones, el irrespeto a la mujer que sufre abusos de tanto tipo, son temas que nos remiten a la necesidad de cuidar la vida, y hacerla de mayor calidad cada día. La deuda de justicia con los graves crímenes del pasado debe resolverse pronto con una ley de justicia transicional adecuada a estándares internacionales. Preocuparnos de la pandemia y olvidar otros aspectos que pueden causar muerte y dolor no sería correcto humana y socialmente.
Ver la amabilidad, el esfuerzo y el excelente cuidado con que médicos, enfermeras y trabajadores sociales trabajan en el Hospital El Salvador debe llenarnos de ánimo. Se puede trabajar bien en favor de la vida, aunque haya mucha y muy dolorosa muerte. Los que hemos sufrido el internamiento en el Hospital de amigos muy cercanos, hemos sido testigos del buen trato a quienes desde fuera queremos saber algo de ellos, y hemos conocido también la calidad con la que los enfermos son tratados. La muerte continúa siendo real y dolorosa, pero se puede trabajar bien en favor de la vida. Y eso debe animarnos a todos a trabajar en favor de la vida en todas sus dimensiones.
Desde la instituciones mejorándolas, desde la ciudadanía cuidando no solo la vida propia, sino la de todos, desde la política, trabajando intensamente para que las instituciones de protección social y quienes están al servicio de la protección del ciudadano tengan el interés, la dedicación y la buena relación con los usuarios que se puede palpar en el Hospital El Salvador.