José M. Tojeira
Pronto celebraremos el día del maestro. Y volveremos a ensalzar sus virtudes, sick o a quejarnos de que ya no son como los de antes. Más allá de esa verborrea es indispensable pensar con seriedad en el magisterio nacional. Frente a las diversas propuestas necesitamos crítica. Y poner los puntos prioritarios como primeros pasos, ambulance en vez de comenzar la casa por el tejado. No se trata de volver al pasado, stuff regresando a las escuelas normales, como pregonan algunos. Ni tampoco se trata de leer la Biblia en el aula como solicitan otros. Mayor tiempo en la escuela es indispensable, pero tampoco es la solución definitiva por sí sola. Lo indispensable es dignificar la profesión docente apoyando la formación del maestro y dándole un salario decente. No puede ser que un profesional, con una responsabilidad tan clave, como es la de educar a la juventud de un país, tenga al jubilarse una expectativa salarial igual a la de un joven ingeniero en su primer trabajo. O valoramos el magisterio, o no tendremos educación de calidad.
Debemos impulsar la formación del maestro. No puede ser que en un mundo tan competitivo como el actual, nuestros maestros tengan solamente tres años de formación sobre sus estudios del bachillerato. Puede entenderse esto tal vez para las primeras etapas educativas, pero ciertamente a partir del séptimo grado, todos los maestros debían ser licenciados en las respectivas materias que les toca impartir. Se puede alegar que acceder a la licenciatura es imposible lograrlo en la actualidad, porque ni siquiera hay la oferta adecuada de carreras. Pero no se trata de que los licenciados estén listos para mañana. Es evidente que si la ley lo exigiera, habría que dar un plazo adecuado. Si por acuerdo interpartidario se toma la decisión de que en seis u ocho años todos los maestros a partir de séptimo grado sean licenciados, la meta puede cumplirse, estableciendo licenciaturas en las diversas materias que se imparten en la escuela.
Una forma sencilla e inicial sería la de crear licenciaturas de cuatro años relativas a las diversas materias que se imparten en el bachillerato. Los maestros con tres años de magisterio podrían tener la opción de obtener la licenciatura en su campo de conocimiento ya estudiado con un año más de estudio. Aun trabajando a tiempo completo, sacar una materia por semestre no es una tarea imposible. Si, por ejemplo, la ley estableciera estas carreras, y simultáneamente diera el plazo antes mencionado a los maestros que no tuvieran licenciatura, para poder obtenerla, podríamos tener maestros con mayores conocimientos al final de ese lapso de tiempo. Eso mejoraría sin lugar a dudas la calidad de los últimos años del estudio obligatorio. Estudio que ciertamente debería ampliarse un par de años más universalizando de este modo el bachillerato. Se ha hablado hasta la saciedad de lograr un bachillerato universalizado, pero prácticamente no se ha dado ningún paso realista hasta el presente. Además, y como decíamos, el salario tendría que mejorarse sustancialmente. Sólo así jóvenes con verdadera vocación docente se lanzarían en la abundancia adecuada a esa tarea tan fundamental para el desarrollo de un país. Evidentemente no tratamos en este breve artículo de dar la solución total del problema educativo, sino solamente de reflexionar sobre unos pasos prioritariamente elementales, demasiado poco debatidos pero indispensables para lograr una educación de calidad
Hasta ahora, aunque hay que reconocer la positiva extensión del sistema educativo en las últimas décadas, no hemos trabajado mayormente la calidad. Los propios sindicatos magisteriales han estado más interesados en la defensa de los intereses gremiales que en la verdadera promoción de una educación de calidad con cambios estructurales en el propio sistema educativo. Las universidades se han conformado con los cursos de actualización y se ha perdido en parte la capacidad de un tipo de propuesta pública que cambie esta especie de letargo educativo en el que nos encontramos. La empresa privada es en este campo profundamente miope y se conforma con apoyar diferentes escuelas, en ocasiones de modo generoso y bien intencionado, y en otras concentrándose en el apoyo a colegios de clara raigambre elitista. Al final y en concreto todos damos la impresión de estar conformes con el triste hecho de integrar al país en el desarrollo mundial sólo a partir de la oferta de mano de obra barata.
Recientemente el presidente Sánchez Cerén ha dicho en la Conferencia del grupo de los 77 en Bolivia lo siguiente: “el proyecto de vida que debemos impulsar es aquel que devuelva a la niñez y juventud el derecho a crecer y desarrollarse, y a los adultos les permita disfrutar de vidas largas, saludables y productivas. Una sociedad donde la educación es una herramienta para construir la vida de calidad que todos merecemos”. Pues bien, esa vida de calidad no la estamos construyendo con la educación actual, demasiado inequitativa, que privilegia a unos y margina a otros, que no es universal en los niveles indispensables para el desarrollo personal y cuyos trabajadores no reciben de hecho ni el apoyo ni el aprecio objetivo que se merecen, ni mucho menos el salario adecuado. Ojalá las palabras del presidente marquen un antes y un después en lo que se refiere a su presidencia y al futuro de la educación.
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