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El día que conocí el mar

 

Perla Rivera Núñez

Poeta hondureña

 

A mi tía Rina.

La edad más temprana que recuerdo es a los seis años, treatment claramente. Mi primer encuentro con el mar en una excursión a La Ceiba, en la costa norte hondureña,  con los compañeros de trabajo de mi madre. Ese día también fue mi primer encuentro con la Literatura. En el bus donde viajábamos, ojeaba unas páginas que había recortado en casa, de una enciclopedia sobre Indígenas en América. Las envolví antes de salir y las guardé en mi pequeño bolso, ahora me entretenían en el largo viaje hacia la playa.

Mi madre compraba enciclopedias de diversos temas, Psicología, Historia, Cine, Biografías. Mis hermanos y yo al ver tanto colorido, las destruíamos a tijerazos.

Desdoblé durante el viaje, aquellas imágenes de indios y de animales, absorta, y leí los pequeños subtítulos al pie de cada una, mientras el viento que entraba por la ventana del bus jugaba a arrebatarlas de mis pequeñas manos. A los cinco años aprendí a leer sola.

De regreso, olvidé los recortes en algún lugar de la playa, pero aquel día comenzó mi amor por las letras. Mi madre era una mujer llena de cualidades y una gran lectora. Algo percibió, como todas las madres y comenzó a llevar todo tipo de libros a la casa. Compraba algunos y otros los pedía prestados a los jóvenes normalistas que llegaban a su trabajo. Recuerdo el primer libro de un escritor hondureño que desfiló por mi casa; ‘’Cipotes’’ de Ramón Amaya Amador. Lo acabé en un par de días recostada en una banca de madera, favorita de ella.

Cada tarde me enviaban a hacer mandados donde mi abuela y aparte de disfrutar los  ricos postres de azúcar que ella me ofrecía, yo veía con admiración la gran biblioteca de mi tío, ocupaba una pared completa. Quizás la biblioteca privada más grande de mi pueblo. Ahí conocí a muchos autores, hondureños y de otros países. Conocí aquella biblioteca perfectamente. En la parte superior derecha estaban mis favoritos; los de Historia. Uno llamó mucho mi atención, “Los últimos días de Hitler”. Años después en la universidad, volvería a obsesionarme con este tema.

Mi tío era una persona voraz para la lectura, se compraban en su casa (Creo que todavía) los cuatro periódicos del país. Mi primo Juan Luis y yo, éramos los primeros en preguntar si ya había salido el nuevo pasquín de Memín, Águila solitaria o Kalimán, entre muchos que mi tío le compraba.

Me emocionaba cuando escuchaba su voz frente a mi casa; “¡Perla ya tengo el 71 de Memín!“ y  corría detrás de él para leerlo.

Ese fue el último que leí con él, unas semanas después, un bus lo arrebataba trágicamente de este mundo.

Así llegaron los años y la secundaria. Las visitas a la biblioteca en horas de clases que resultaban en materias reprobadas y llamados de atención por estar metida en El Túnel de Ernesto Sábato o llorando con María de Jorge Isaacs, con la complicidad de la profesora Azucena, la bibliotecaria.

Las clases de Español con mi profesor Edmundo eran mis favoritas, incluían obras de teatro, lecturas de todo tipo, un oasis entre números y fórmulas. Años después regresé a mi colegio, con más lecturas, más años y con mi humilde libro bajo el brazo, ante el reconocimiento y cariño de mis profesores.

Cuando recuerdo mis inicios en la lectura, pienso  en esa niña de seis años, aún veo a mi madre sacándome de aquella ola que casi me ahoga, dándome otra oportunidad de vida, mostrándome el mar y las letras, junto a Juan Luis.

 

 

 

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Amaneceres de temblores y colores. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil. Sábado,16 noviembre 2024