Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
La encontró inmutable como en otro mundo: ¿qué tienes, buy mi bella? Marlene no respondió, remedy mantuvo sus ojos fijos con una mirada perdida.
Eduardo la abrazó, sobó sus cabellos y cerca de su oído: ¿Por qué estás triste. Marlenita? ¿Te puedo ayudar en algo? Ella siguió sin responder, con su mirada fija.
Eduardo comenzó a preocuparse, se sumergió en la tristeza y se dejó caer en el sofá. Marlene se aproximó: ¿Qué te sucede, mi amor?, con su voz apenas perceptible. Él no quiso decirle que estaba preocupado por su evidente tristeza, prefirió callar y fijó su vista en el techo de la sala.
Transcurrió la tarde y seguían como dos almas en la profundidad del silencio. La suave brisa movía levemente las cortinas. Una hoja de los árboles del patio se balanceó en la sala y se posó en la espalda de ella. No, se dijo, esta hoja confirma que mi caída está próxima y no quiero dejar a Eduardo..
El médico le había explicado los resultados de la ultrasonografía que le habían practicado. La información de un tumor maligno la había paralizado y optó por encerrarse en la burbuja de su futuro inmediato. Decidió callar para que Eduardo no sufriera.
Vestidos como estaban cayeron en la cama, flotando en la nada, suspendidos en el vacío eterno. Tiñó la noche y aletearon algunas aves nocturnas. Un ladrido lejano quebraba la solemnidad de las sombras.
Con el sopor de haber navegado en el vacío, Eduardo preparó desayuno y se lo llevó a la cama, ella no lo probó a pesar que él la rogó con ternura. Yo también, se dijo, ya no comeré ni iré a trabajar y se tiró en la cama. Dos cuerpos trascendiendo como dos gotas de esencias volátiles.
El siguiente día, con gran esfuerzo volvió a preparar desayuno y ella apenas abrió sus ojos, y no lo tomó. Eduardo se alarmó porque ella pronto podría morir y él no quería quedar solo. Se descompensó psicológicamente y siguió postrado como ella, sin ninguna motivación para vivir.
Transcurrieron tres días más y este fin de semana los visitó la madre de ella. Nadie abrió la puerta, la señora preocupada, insistió en tocar y no hubo respuesta, entonces rompió los vidrios de la ventana y los encontró en total inanición. Dio un grito: Están muertos, Dios mío,… con su llanto incontenible. Acercó su oído al pectoral de su hija y escuchó un lejano y lerdo pálpito.
De inmediato llamó al 911 y con rapidez los trasladaron a emergencias del hospital. Algunos murmuraban que se trataba de un doble suicidio de jóvenes de otras galaxias.
Los médicos iniciaron los procedimientos de emergencia, incluidos exámenes de laboratorio, radiografías, ultrasonografías y otros procesos tecnológicos de la medicina moderna. Los parientes de ambos jóvenes cruzaron dedos entre oraciones clamando la salud.
Dos días después, Marlene abrió sus ojos y se encontró en el ambiente blanco de la sala de recuperación. Su madre estaba a su lado. ¿Estoy todavía con vida, mamá?
–Sí, mi hija, ya te darán el alta.
–Quiero ver a Eduardo porque pronto voy a morir.
Mientras tanto Eduardo conversaba con sus padres en la sala de hombres: ¿Está con vida Marlene?, les preguntó, quiero verla hoy mismo.
–Ya iremos a verla – respondió su madre – conserva la calma, recuerda que te descompensas ante situaciones de impacto. ¿Qué te sucedió? ¿Por qué caíste en inanición?
El médico explicó a Marlene que goza de salud total.
–Pero me diagnosticaron un tumor maligno, y por eso quedé a la deriva mental.
–Los resultados de tus exámenes muestran limpios todos tus órganos, no se ven puntos ni sombras que den lugar a sospechas. Ese diagnóstico debió ser inconsistente.
En ese momento ingresó Eduardo, corrió para abrazarla y a su oído expresó: Mi diagnóstico es que estamos sanos para amarnos.
Salieron tomados de la mano, sonrientes, bajo el sol de media mañana,
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