José M. Tojeira
En la historia de la democracia salvadoreña, al igual que en otras muchas, ha habido una mayoría de diputados que no saben dialogar. Otros fueron excelentes personas y más allá de sus convicciones sabían al menos escuchar y entender la posición ajena, aunque continuaran prefiriendo la propia o la de su partido. Lo que nos lleva a hablar de esto es la reacción de algunos diputados ante la posición contraria a la minería metálica de la mayoría de las personas en El Salvador.
Los diputados, en su calidad de legisladores para todos los salvadoreños, deberían ser personas de diálogo. Pero hay demasiadas evidencia de que muchos no lo son. Entre los que no aprecian el diálogo suele haber de dos estilos: A unos simplemente les resbala la opinión ajena. La ignoran deliberadamente y quedan tan tranquilos. Incluso cuando algún ciudadano desesperado por su silencio les insulta, muestran una especie de cuero de lagarto de primer categoría. Ni se inmutan. Son depredadores silenciosos de la política que pertenecen al bando de los cínicos y oportunistas. A otros en cambio les encanta la pelea.
Tanto a la opinión opuesta como al reclamo, contestan tratando de rebajar la calidad moral del oponente, mintiendo o insultando directamente a quien no piensa como ellos. Son una especie de depredadores agresivos de la política, fuertes con los que consideran débiles y débiles ante quienes son más fuertes que ellos en sus partidos. Su dedo índice tiene la misma velocidad tanto para señalar agresivamente a los opositores como para apretar el botón que dice sí a la voluntad de su amo. Si se tratara de un película sin duda darían risa y lástima. En la realidad, tanto los cínicos como los agresivos hacen un profundo daño a la relación armónica entre las personas, a los más débiles y pobres y a la democracia.
A la mayoría de la gente le gusta el diálogo más que el grito. Dialogar no es ni siquiera difícil. Basta con tener interés en comprender la posición ajena no tanto sobre ideologías sino sobre realidades concretas. Si se dan razones y hechos sobre los riesgos de la minería metálica, no tiene mucho sentido contestar con mentiras o con suposiciones de un desarrollo maravilloso basado en la generosidad de las empresas mineras. Y menos sentido tiene el contestar con insultos a quienes están en contra de la minería. “Contra facta non sunt argumenta” (contra los hechos no hay argumentos) decía una antigua máxima latina.
Y la minería a cielo abierto tiene con cierta frecuencia derrames de aguas tóxicas que van a parar a los ríos, filtraciones que dañan aguas subterráneas, deforestan sistemáticamente y dejan grandes extensiones de tierra inutilizada para la agricultura o para el aprovechamiento forestal. Abrir minas en zonas desérticas puede ser útil para el desarrollo. Pero abrirlas en zonas densamente pobladas o en cercanía de ciudades es una locura. Como es también signo de desequilibrio, al menos moral, que algún diputado reaccione airado contra quienes defienden lo anteriormente dicho.
Guardar silencio o incluso atacar posiciones basadas en datos, en vez de dialogar, solo muestra la ausencia de razones del que calla o agrede. O también puede ser un signo de que existen razones ocultas que se quieren defender a como dé lugar. Razones generalmente de beneficio económico exagerado para sectores minoritarios y por supuesto poderosos. El diálogo exige transparencia, confrontar datos, poner sobre la mesa con sinceridad pros y contras de lo que se pretende. Sin tratar de engañar a nadie ni de prometer paraísos inexistentes.
Nada se pierde dialogando y mucho se puede perder desde la agresividad, la falta de transparencia y el autoritarismo. Dialogando se gana aprecio y respeto aunque se piense distinto. Lanzándose al ataque contra aquellos que no piensan al unísono con el poder y con el sí automático de los diputados, sólo se hace el ridículo. Y eso no es bueno para un país que necesita creer en su liderazgo.