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El diamante del Río Sucio. Por Caralvá

El diamante del Río Sucio (II)[1]  

César Ramírez

Caralvá

Intimíssimum

Tenía entre mis manos el diamante más brillante que jamás imaginé, opacando la luz solar, mi diamante parecía una estrella prisionera entre mis dedos lodosos. Los duendes existen –confesé- aquél pedazo de roca encendido era su testimonio visible.

Mi corazón palpitaba desde su rincón oculto con fuerza, un diamante verdadero era mi cautivo, entonces comprendí las palabras de Soledad: “con eterno amor me amaste Dios”.

Sí, ahora me sentía muy amado por él, que se compadecía de su último hijo… Benigno. Aquel día hizo frío. Algo agitó mi espíritu, me levanté con ese sabor intenso de lo impensable como poseído por un acontecimiento pronto a ocurrir.

Desperté al llamado de los pájaros madrugadores, ellos tienen un canto de arrullo: rrruuuu, rrruuu, rrrruuuuu, deliciosamente grave.

La voz de Soledad es melódica, ella es la mujer de mi vida después de 25 años de amarnos sin miseria, es la misma de siempre.

Soledad inicia el día con una oración al cielo, junta sus manos y eleva la mirada al infinito, pronuncia palabras heredadas de sus abuelos: “dulce compañía” “bendito seas por siempre Señor”… y eso ha calado en mi alma que puedo adivinar una palabra y la siguiente.

Sus pasos son predecibles, sé que piensa, sé que tono tiene su canto al acudir a la cocina y si pudiese fotografiarla parecería otro duende más atravesando paredes, así conozco su rostro por la ventana o sus llamadas espirituales.

Mi casa es parte de un colmenar. Vivimos entre cientos de casas de cartón y latas, somos la parte olvidada de la nación, si es que el olvido es una condición de abandono.

Este sitio llamado: “La Lechuza” en honor a ese animalito nocturnal y silencioso, es muy parecido a las favelas brasileñas o  cualquier tugurio del mundo, acá existen todos los sueños posibles de los pobres, en este sitio no existe miseria por los sueños, son incontables los relatos de hombres y mujeres contra su destino.

Muchos grandes hombres y mujeres han salido de estas callejuelas lodosas y pestilentes, ellos tienen historias de victorias en naciones lejanas.

En este sitio construí en lo mínimo, porque esa parece ser la medida de nuestro mundo, quizás sea el nuevo mandamiento de Dios: “vivirás con lo mínimo”.

En mi silencio le hablo a Dios. La vida es soportable cuando le hablo… uno está menos solo.

Mis manos son recias y duras, a fuerza de escarbar en todos los sitios posibles de este río ordinario.

Mi casa la levanté con estas manos, latas y maderas fueron paredes, pedazos de ladrillos columnas, mármoles desechados se convirtieron en arcos italianos, maderas preciosas cortadas por la mitad se convirtieron en mesas, del bagazo de instrumentos y plásticos diseñé cucharas y tenedores, todos estos materiales fueron rescatados de las aguas como Moisés, para servir a los necesitados.

Esa es mi casa junto a otras edificadas con la misma ternura.

Mi mujer Soledad es fiel y leal en la vida de lo mínimo, pasa su tiempo observando el Río Sucio. Con ella he trabajado hombro a hombro cuando el tiempo lo requiere.

Ella habla de sitios inexplorados, de mundos celestes, de personas y amigos propios. Toca las flores y parece convertirlas en rosas eternamente vivas.

El río es nuestro vital acontecimiento… todos los días son distintos desde mi ventana. Veo los vados y quebradas del afluente con su fondo arenoso.

En mi trabajo cotidiano el sitio de búsqueda lo elijo por una palpitación más rápida del corazón, quizás sea un camino del espíritu, pero es donde creo podré encontrar algunas monedas.

Este es el Río Sucio de la ciudad, llamado también Acelhuate.

Este río tiene su propia historia.

He visto flotar pedazos de casas, cadáveres de personas en tiempos de la guerra civil, animales de todo tipo, todos arrastrados por esa agua aceitosa.

La basura y estas aguas fétidas marcan una especie de sello en la frente de la ciudad. Desde mi punto de vista de vigía advierto el vuelo de aves de rapiña, a diarios sucede un festín y un remedo de rituales agónicos de especies y objetos, mitad acuático, mitad aéreo. Es una danza mortuoria alada milenaria lujuriosa, reposando en un río de aguas negras.

El olor de este río es impensable, nadie sabe que olor tendrá al día siguiente, se vuelve tibio y soportable o se convierte en el propio aliento de Satán… fétido y de muerte, es cruel su presencia, es temible su comportamiento durante la temporada de huracanes, en ocasiones tiene un color extraño… pero hemos aprendido a vivir junto a él, como un cordero al lado de un león, para que se cumplan las escrituras.

Los olores como los colores del río son simplemente destellos de un inmenso arte colectivo, acá reposan todos los fluidos de una sociedad en descomposición. El río tiene colores impresionantes como acuarelas moribundas impactadas en rocas.

Diariamente Soledad prepara mis alimentos que llevo en una bolsa plástica.

Soy un explorador perpetuo.

Soledad tiene el don de la paciencia, es un árbol reencarnado en un ser humano. Es una especie de Cedro materializada en mujer, ella es un árbol educado por milenios en la dimensión de esperar. Espera un día, espera otro que su vida revolucione, tiene la densidad de la naturaleza creciendo por dentro, crece en la fe para que su suerte cambie.

Me tiene una paciencia arbórea.

Ella sabe pedir al cielo sus sueños, no se cansa de pedir como los árboles, como los Monos Sagrados de la India que extienden sus brazos al salir el sol y parecen orar, en este sitio no hay monos sagrados, pero tenemos muchos zopilotes que saludan al sol a diario con sus alas abiertas. Quizás rezan de la misma manera que mi Soledad o a lo mejor piden al cielo una lluvia, un día más o agradecen estar vivos.

Desde mi sitio, observo todo un rutinario concierto de desechos de la ciudad, estos objetos algún día tuvieron el mismo tratamiento de tesoros familiares, ahora son parte del río.

Mi mujer es supersticiosa, dice que fuimos castigados por el ser divino que nos expulsó del paraíso, porque en otra vida éramos muy privilegiados en un lugar lejano y ahora vagamos miserables sin el don de la memoria.

Soledad se persigna ante el paso de un gato negro, los viernes trece reza dos veces más, mientras su silencio es palpable.

Soledad dice que debemos creer que existen otros sitios, que ella conoce a seres encantadores, seres livianos, transparentes, dóciles… porque ella en ocasiones les habla en las penumbras o en los sitios más diminutos de la casa. He visto la silueta de Soledad con la levedad de los seres que no tocan el suelo.

Este río con todo y su majestuosa suciedad, tiene mucha poesía, acá los desechos forman coros vivos de palabras visibles, el río amanece con espuma de colores, cuando alguna fábrica abre las compuertas de desechos, entonces la espuma es una pirámide rosa sobre rocas oscuras, así miles de papeles se pegan sobre las bóvedas de concreto dejando ver cuadros multidimensionales.

Sobre el río observo flecos semejando banderas aferradas a las paredes lodosas, el agua corre esclavizada por la basura, existe un caos de insignias o marcas comerciales sin ningún ritmo humano, en él se pueden leer diversos idiomas y enjambres de moscas vuelan dibujando su amor infinito, solo para conspirar con la muerte.

Este río tiene en su seno recuerdos de multitudes.

Todo en ese río es efímero, excepto las moscas.

El río ha marcado a la ciudad desde hace muchos años. Dicen los ancianos que hace tiempo, los ciudadanos llegaban a recrearse en sus riveras, ahora es impensable, este río no tiene un solo sitio libre de basura, es un territorio esclavo de basura… de nuestra basura.

Sobre él cientos de aguas domiciliares caen sin piedad, las tuberías de la ciudad defecan sobre sus aguas, es visible en el trayecto hacia el mar, como el río en su metamorfosis hídrica se convierte en el mayor retrete público de la ciudad.

Nosotros somos mineros del Río Sucio, no somos jornaleros de una empresa gigante, sino que, a diario recorremos los vados y recodos para encontrar: “algo”.

Por la mañana escojo el lugar donde realizaré lo mismo que hace 30 años, usualmente es un sitio de poca profundidad, llevo conmigo una retícula a manera de criba, un plato de metal el cual me sirve para limpiar la arena, ahí separo el lodo y los tesoros de los desperdicios.

Acá he encontrado muchos “tesoros”, monedas de ciudades lejanas, aretes de oro, anillos de plata, relojes valiosos, rubíes, amatistas, perlas, fragmentos de cadenas brillantes, muchos metales.

Ese día escogí un recodo a un lado del sitio donde el hospital lleva sus desechos, sabemos que algunos hospitales tiran sus desechos porque vemos flotar jeringuillas, depósitos plásticos, agujas, bolsas médicas, utensilios de identificación tubos extraños, un sinfín de instrumentos; además los camiones del hospital tienen insignias visibles, son: “inmaculados” mientras en sus logotipos leemos: “cuide su salud, no tire basura en la calle”, claro ellos la tiran al río.

Mi vida es simple, día a día recorro el río y busco tesoros.

Día a día mi Soledad hace sus oraciones y canta.

El día que encontré el diamante llevé mi mejor ropa de trabajo, quizás por un loco presentimiento. El río amaneció extraño con un color púrpura. Los zopilotes habían partido a sus rutinas de vuelo, me simpatizan esos pájaros feos, yo creo que soy una especie de zopilote humano, esa sensación me posee por las mañanas, muy temprano al salir el sol extiendo mis brazos y rezo, en ese momento los zopilotes parecen hacer lo mismo, somos iguales al rezar, claro si estuviese en India sería como otro Mono Sagrado.

Mis pantalones cortos tienen bolsas para cargar los metales o monedas.

Ese día mi plato de excavaciones penetraba en la arena sin dificultad, avance unos metros dentro del río buscando el vado más usual. Mis piernas expuestas a la humedad cabalgaban sobre gelatinas tibias, el color de las aguas me recordó antiguos relatos egipcios, a pesar de todo, me pareció escuchar un llamado de voz de un grillo humanizado, un fino quejido visible en alguna parte de la mente, decidí meter las manos en lecho arenoso, pronto encontré fragmentos de rocas, metales estériles, cualquier cantidad de basura… todos los signos de la máxima civilización y cultura.

Y el día declinante me habría fusilado de aburrimiento, en la larga tarea diaria del encuentro con monedas de bajo valor y pedazos de otros metales basura, de no ser porque al meter las manos en la arena, atrapé entre la masa arcillosa un objeto cilíndrico como la piel de un vaso, lo extraje sin más y ante mí apareció un objeto opaco con signos extraños, entonces decidí romperle y ver su interior, después de horas de cincelar el objeto,  apareció la piedra más brillante que mis ojos hubiesen visto nunca, más clara que el sol… un diamante perfecto.

Mi corazón golpea mi pecho con una fuerza increíble, le oigo, no sabía qué hacer, solo que ese diamante me sacaría de pobre. Un enorme pensamiento cruzó mi mente, vi mi vida junto a Soledad.

Continué durante un rato más en el oficio.

No lograba concentrarme en forma adecuada.

A pesar de continuar en el río, el diamante estaba caliente o algo quemaba mi piel.

De todas maneras, salí del río con mi tesoro entre las manos.

Recordé que Sebastián vendría pronto. Sebastián es mi hijo a quien he enseñado los trucos de la minería.

¡Sebastián! ¡Sebastián! – grité –

¡Qué ondas! – respondió desde su lugar –

Al reunirnos le mostré mi diamante.

Estaba maravillado con el pedazo de roca de luz, con ese destello luminoso inocultable.

Se quedó fascinado con el brillo, pasmado de tanto fulgor en sus manos.

Sebastián no dijo nada, se quedó paralizado con una profunda expresión de respeto, me pareció ver en el un Mono Sagrado de la India.

Sebastián me devolvió mi pequeña estrella y la metí de nuevo en la bolsa, noté que tenía una pequeña quemada en la pierna justo donde la deposité.

Por supuesto que no le di importancia, la atribuí a algún ácido del río o algún animal que me habría picado.

La distancia es interminable cuando el corazón es un rayo y los pies dos caracoles ciegos.

Todos los días al llegar a casa Soledad me espera ansiosa por los resultados del día.

Es confortante encontrar la cena, el color del café y los frijoles, lo mínimo de lo mínimo que sobra para ser feliz.

Las menudencias exilian la tristeza de este planeta.

Y dejé que transcurriera en su tarea.

Sebastián advertido de cerrar la boca solo me veía con una sonrisa de éxito.

Él también se deleitó sosteniendo mi diamante a placer.

Al final de la cena le dije a Soledad: ¿sabes que ya no seremos pobres?

–          Benigno eso lo has dicho desde hace tiempo es más fácil vender mis riñones que tú me cumplas – respondió, con un dejo de cansancio -.

–          Soledad he encontrado un diamante

–          ¡Es cierto! ¡Es cierto! – replicó Sebastián emocionado –

–          Vamos ya estoy vieja para creerles tantos cuentos

Entre las palabras y mi alegría fui sacando el diamante, que era más brillante, más brillante en la noche.

–          Hayyyyyyyy  –irrumpió Soledad – ¡Eso es cosa del diablo! Dando un salto hacia atrás –  ¡Sácalo de la casa! – gritó –

Jamás imaginé tal reacción.

Mi quemada era más dolorosa.

Sebastián no les dio importancia a los gritos de su madre y dijo:

–          ¿dónde venderemos esa cosa?

–          Mañana pensaré, ahora descansemos.

Sebastián vio reposar el diamante y su luz en medio de la mesa.

La luz irradiada era un arcoíris después de la tormenta, transparente y viva.

Soledad seguía invocando a todos los santos.

Por mi parte, el dolor de la quemada se convirtió en una espada de fuego, calando mi pierna.

.

Continuará en la próxima entrega…

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