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«El diamante del Río Sucio» (Segunda entrega). Por Caralvá

Caralvá

Intimissimum

Soledad se persigna ante el paso de un gato negro, los viernes trece reza dos veces más, mientras su silencio es palpable.

Soledad dice que debemos creer que existen otros sitios, que ella conoce a seres encantadores, seres livianos, transparentes, dóciles… porque ella en ocasiones les habla en las penumbras o en los sitios más diminutos de la casa. He visto la silueta de Soledad con la levedad de los seres que no tocan el suelo.

Este río con todo y su majestuosa suciedad, tiene mucha poesía, acá los desechos forman coros vivos de palabras visibles, el río amanece con espuma de colores, cuando alguna fábrica abre las compuertas de desechos, entonces la espuma es una pirámide rosa sobre rocas oscuras, así miles de papeles se pegan sobre las bóvedas de concreto dejando ver cuadros multidimensionales.

Sobre el río observo flecos semejando banderas aferradas a las paredes lodosas, el agua corre esclavizada por la basura, existe un caos de insignias o marcas comerciales sin ningún ritmo humano, en él se pueden leer diversos idiomas y enjambres de moscas vuelan dibujando su amor infinito, solo para conspirar con la muerte.

Este río tiene en su seno recuerdos de multitudes.

Todo en ese río es efímero, excepto las moscas.

El río ha marcado a la ciudad desde hace muchos años. Dicen los ancianos que hace tiempo, los ciudadanos llegaban a recrearse en sus riveras, ahora es impensable, este río no tiene un solo sitio libre de basura, es un territorio esclavo de basura… de nuestra basura.

Sobre él cientos de aguas domiciliares caen sin piedad, las tuberías de la ciudad defecan sobre sus aguas, es visible en el trayecto hacia el mar, como el río en su metamorfosis hídrica se convierte en el mayor retrete público de la ciudad.

Nosotros somos mineros del Río Sucio, no somos jornaleros de una empresa gigante, sino que, a diario recorremos los vados y recodos para encontrar: “algo”.

Por la mañana escojo el lugar donde realizaré lo mismo que hace 30 años, usualmente es un sitio de poca profundidad, llevo conmigo una retícula a manera de criba, un plato de metal el cual me sirve para limpiar la arena, ahí separo el lodo y los tesoros de los desperdicios.

Acá he encontrado muchos “tesoros”, monedas de ciudades lejanas, aretes de oro, anillos de plata, relojes valiosos, rubíes, amatistas, perlas, fragmentos de cadenas brillantes, muchos metales.

Ese día escogí un recodo a un lado del sitio donde el hospital lleva sus desechos, sabemos que algunos hospitales tiran sus desechos porque vemos flotar jeringuillas, depósitos plásticos, agujas, bolsas médicas, utensilios de identificación tubos extraños, un sinfín de instrumentos; además los camiones del hospital tienen insignias visibles, son: “inmaculados” mientras en sus logotipos leemos: “cuide su salud, no tire basura en la calle”, claro ellos la tiran al río.

Mi vida es simple, día a día recorro el río y busco tesoros.

Día a día mi Soledad hace sus oraciones y canta.

El día que encontré el diamante llevé mi mejor ropa de trabajo, quizás por un loco presentimiento. El río amaneció extraño con un color púrpura. Los zopilotes habían partido a sus rutinas de vuelo, me simpatizan esos pájaros feos, yo creo que soy una especie de zopilote humano, esa sensación me posee por las mañanas, muy temprano al salir el sol extiendo mis brazos y rezo, en ese momento los zopilotes parecen hacer lo mismo, somos iguales al rezar, claro si estuviese en India sería como otro Mono Sagrado.

Mis pantalones cortos tienen bolsas para cargar los metales o monedas.

Ese día mi plato de excavaciones penetraba en la arena sin dificultad, avance unos metros dentro del río buscando el vado más usual. Mis piernas expuestas a la humedad cabalgaban sobre gelatinas tibias, el color de las aguas me recordó antiguos relatos egipcios, a pesar de todo, me pareció escuchar un llamado de voz de un grillo humanizado, un fino quejido visible en alguna parte de la mente, decidí meter las manos en lecho arenoso, pronto encontré fragmentos de rocas, metales estériles, cualquier cantidad de basura… todos los signos de la máxima civilización y cultura.

Y el día declinante me habría fusilado de aburrimiento, en la larga tarea diaria del encuentro con monedas de bajo valor y pedazos de otros metales basura, de no ser porque al meter las manos en la arena, atrapé entre la masa arcillosa un objeto cilíndrico como la piel de un vaso, lo extraje sin más y ante mí apareció un objeto opaco con signos extraños, entonces decidí romperle y ver su interior, después de horas de cincelar el objeto,  apareció la piedra más brillante que mis ojos hubiesen visto nunca, más clara que el sol… un diamante perfecto.

Mi corazón golpea mi pecho con una fuerza increíble, le oigo, no sabía qué hacer, solo que ese diamante me sacaría de pobre. Un enorme pensamiento cruzó mi mente, vi mi vida junto a Soledad.

Continué durante un rato más en el oficio.

No lograba concentrarme en forma adecuada.

A pesar de continuar en el río, el diamante estaba caliente o algo quemaba mi piel.

De todas maneras, salí del río con mi tesoro entre las manos.

Recordé que Sebastián vendría pronto. Sebastián es mi hijo a quien he enseñado los trucos de la minería.

¡Sebastián! ¡Sebastián! – grité –

¡Qué ondas! – respondió desde su lugar –

Al reunirnos le mostré mi diamante.

Estaba maravillado con el pedazo de roca de luz, con ese destello luminoso inocultable.

Se quedó fascinado con el brillo, pasmado de tanto fulgor en sus manos.

Sebastián no dijo nada, se quedó paralizado con una profunda expresión de respeto, me pareció ver en el un Mono Sagrado de la India.

Sebastián me devolvió mi pequeña estrella y la metí de nuevo en la bolsa, noté que tenía una pequeña quemada en la pierna justo donde la deposité.

Por supuesto que no le di importancia, la atribuí a algún ácido del río o algún animal que me habría picado.

La distancia es interminable cuando el corazón es un rayo y los pies dos caracoles ciegos.

Todos los días al llegar a casa Soledad me espera ansiosa por los resultados del día.

Es confortante encontrar la cena, el color del café y los frijoles, lo mínimo de lo mínimo que sobra para ser feliz.

Las menudencias exilian la tristeza de este planeta.

Y dejé que transcurriera en su tarea.

Sebastián advertido de cerrar la boca solo me veía con una sonrisa de éxito.

Él también se deleitó sosteniendo mi diamante a placer.

Al final de la cena le dije a Soledad: ¿sabes que ya no seremos pobres?

–          Benigno eso lo has dicho desde hace tiempo es más fácil vender mis riñones que tú me cumplas – respondió, con un dejo de cansancio -.

–          Soledad he encontrado un diamante

–          ¡Es cierto! ¡Es cierto! – replicó Sebastián emocionado –

–          Vamos ya estoy vieja para creerles tantos cuentos

Entre las palabras y mi alegría fui sacando el diamante, que era más brillante, más brillante en la noche.

–          Hayyyyyyyy  –irrumpió Soledad – ¡Eso es cosa del diablo! Dando un salto hacia atrás –  ¡Sácalo de la casa! – gritó –

Jamás imaginé tal reacción.

Mi quemada era más dolorosa.

Sebastián no les dio importancia a los gritos de su madre y dijo:

–          ¿dónde venderemos esa cosa?

–          Mañana pensaré, ahora descansemos.

Sebastián vio reposar el diamante y su luz en medio de la mesa.

La luz irradiada era un arcoíris después de la tormenta, transparente y viva.

Soledad seguía invocando a todos los santos.

Por mi parte, el dolor de la quemada se convirtió en una espada de fuego, calando mi pierna.

Traté de dormir un poco, mientras el diamante seguía iluminando la oscuridad de la sala.

Soledad, aterrada al borde de la pared era una ardilla en movimiento, no quería ni ver al diamante y repetía: ¡Es obra de Satán! ¡Es cosa mala! ¡Mala!.

Le expliqué que mi diamante no estaría en la habitación, que lo dejaría en la mesa.

Soledad pasó la noche en vela, sin pegar las pestañas, resistiendo cualquier intento de sueño, pidiéndome deshacerme del diamante.

Algo en mí, habría tomado la decisión de conservarlo sobre cualquier cosa.

Por la mañana la cuestión avanzó la discusión a tal punto, que los límites eran; abandonar mi diamante o separarme de Soledad.

Yo pensé en dejar a mi vieja, pensé que el dinero lo podría todo.

Así dicen muchos, que el dinero lo puede todo y con la venta de esa cosa me darían mucha plata.

En esa mañana el dolor de mi pierna fue en aumento y las palabras que escuché de Soledad me estremecieron: “con eterno amor me amaste Dios” “¿por qué has traído ahora la desgracia a nuestra casa? “no quiero ningún objeto del demonio acá” “renuncio a la riqueza, no tocaré esa cosa, ni con el pensamiento”.

Sus palabras me hirieron profundamente.

Sabía que mi vida no sería lo mismo sin ella.

Está bien, está bien– – respondí –

Devolveré el dimane al río, eso no nos pertenece.

Entonces regresé al vado del río y lancé mi diamante.

Ese día no pude trabajar, la quemada era muy dolorosa, algo hervía en mi pierna justo donde llevé el diamante tantas horas.

Como el dolor me abrazaba reposé en casa.

Soledad no cesaba de pedir a Dios por mi salud.

Agradeció al cielo que hubiese regresado y que cuidaría de mi el resto de mi vida.

Así pasé el día esperando mi salud.

Pronto comenzó la fiebre, mientras el dolor se aferraba a mi cuerpo fui invadido por un extraño cansancio.

Sebastián también mostraba quemadas en las manos.

¡El diamante nos había quemado!

La enfermedad avanzó más y más.

Para el cuarto día, Soledad decidió llevarme al hospital.

Ese día ya no podía caminar, me dolía todo el cuerpo y la quemada era muy profunda, la carne comenzaba a desprenderse.

Mientras en el hospital me llevaron a un sitio de aislamiento y cáncer.

Escuché que los médicos no sabían que hacer.

Les conté la historia, como iniciaron los dolores, como el diamante me habría provocado eso y no me creyeron.

Finalmente, Sebastián también fue internado por presentar quemadas en sus manos y en brazos, él les dijo lo mismo… Entonces un médico muy joven exclamó: ¡son quemaduras de radiación! Enseguida muchos médicos y enfermeras se movilizaron.

Revisaron los aparatos de radiación en muchos sitios y descubrieron que alguien se apoderó de una pila de cobalto sin protección, la que finalmente lanzó a la basura y al río, justo donde nosotros la encontramos un día después.

Ahora estoy en el pabellón de los cancerosos, acá el cáncer nos hace muy débiles, todos nos distinguimos porque hemos perdido el cabello.

Soledad ha llegado a visitarme, me contó de sus rezos y esperanzas.

No me atrevo a explicarle que los médicos apenas me dan pocos días de vida.

He continuado observando a mi Soledad con su alegría de mujer frágil y transparente, inmersa en su mundo liviano, dialogando con seres diminutos.

Mañana, no estaré acá, en algo tenía razón mi Soledad, ese diamante era cosa del diablo y que bien hizo en ni siquiera tocarlo con el pensamiento.

Mañana ella vendrá y mi vida ya no tiene sentido. Aún pienso que un diamante verdadero pudo sacarnos de pobres, ahora no le diré nada, disfrutaré una hora pensando en los muchos años que vivimos juntos, cumpliendo el mandamiento mínimo. Pensaré en el sol, extenderé los brazos como los Monos Sagrados de la India o las alas como nuestros zopilotes y repetiré las mismas palabras que me hacen sentir bien: “con eterno amor me amaste Dios”…

[1] https://www.amazon.com/Hijos-P%C3%B3lvora-Antolog%C3%ADa-Relatos-Hispanoamericanos/dp/0983524734/ref=sr_1_1?ie=UTF8&s=books&qid=1304539625&sr=1-1

publicado el 7 de enero de 1995, este relato de Mineros fue incluido y publicado en el libro “Los hijos de la pólvora” Antología de relatos hispanoamericanos

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