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El dios que me hace infeliz

German Rosa, s.j.

La pregunta concreta que te haces al tratar el tema de Dios y la felicidad es: ¿Por qué si Dios es bueno y maravilloso me hace sentir tan infeliz? Si soy una persona que tiene fe y busco hacer el bien, ¿por qué siento que no encuentro la satisfacción espiritual y vivo en una situación de miseria y de pobreza ingrata? ¿Es que Dios se ha olvidado de mí? Estas preguntas nos llevan a hacer otras preguntas de mucha importancia y muy relacionadas: ¿Conozco el rostro auténtico de Dios? ¿Cuál es la imagen de Dios que yo tengo?

En la psicología humana, la imagen ha sido concebida como proyección de los recuerdos y de los sueños. Las imágenes evocan sensaciones físicas, sentimientos, incluso la memoria. Las dos estructuras básicas más importantes del pensamiento son: la imagen y los conceptos. Relacionamos cada concepto con una imagen. No podemos pensar a Dios sin imágenes, pero éstas también corren el riesgo de ser equivocadas. Hay imágenes que son aptas para conocer a Dios y hay otras que son totalmente equivocadas. Incluso, hay ideas verdaderas sobre Dios que pueden engendrar imágenes falsas que se convierten en un obstáculo para tener una experiencia auténtica de Dios. Es verdad que las imágenes me pueden ayudar pero siempre hay que tener en cuenta que no hay imágenes que puedan satisfacer plenamente a la revelación del misterio de Dios. Pues Dios es más grande que todas las imágenes que yo puedo hacerme de Él y éstas no agotan su realidad.

La imagen es la capacidad humana de reproducir con extraordinaria precisión hasta en los últimos detalles algo que se ha visto. Una imagen sobre la violencia dice mucho más que una cátedra sobre el tema. Pero ¿cuándo hemos visto a Dios? ¿Es posible tener una imagen de Dios sin haberlo visto?

En el mundo en que vivimos hay una producción exagerada de las imágenes de Dios.

Asistimos a una nueva era en la que prevalece la relación mediatizada por la imagen y las comunicaciones mediante el internet. Mediante las telecomunicaciones proyectamos en una imagen la información sobre lo que vivimos y sentimos en la vida ordinaria. Lo mismo ocurre con las imágenes que se difunden sobre Dios. No obstante, esto no garantiza la calidad, la autenticidad y la veracidad de las cosas mostradas, ni tampoco de las relaciones establecidas a través de estos medios sofisticados de comunicación. Estas pueden estar fundadas en una impresión equivocada de la realidad, de la historia, de los hechos y los acontecimientos.

Las tecnologías de la información y de la comunicación influyen e impactan en los sentimientos de las personas, en su manera de pensar y en su manera de actuar. A tal grado que el dios imaginario que llevo en lo más profundo de mi intimidad, muchas veces es el que ha sido construido por las redes sociales, haciendo más difícil lograr una imagen lo más adecuada sobre Dios porque nos hacen creer que lo real de Dios mismo, es la proyección producto de estos medios tecnológicos, y éstos nos ofrecen una imagen de Dios que ellos mismos fabrican. Tratemos más de cerca este tema.

1)Los imaginarios sociales reproducen las imágenes de Dios

Imaginar es “fantasear”, y la esencia de la imaginación es fantasía (Cfr. Zubiri, X. (2004). Naturaleza, Historia y Dios. Madrid: Fundación Xavier Zubiri, 77). La imagen es lo sentido en la fantasía. Sin la imaginación no es posible el conocimiento de las cosas o de la realidad. Esta combina representaciones y se funda en la memoria.

Existen proyecciones masivas generadas por los medios de comunicación social puestas al servicio del sistema de la vida social. Estos son los imaginarios colectivos o sociales que se definen como el conjunto de mitos, formas, símbolos, tipos, motivos o figuras que existen en una sociedad en un momento dado. El imaginario colectivo es la mente social colectiva que se nutre de las proyecciones de los medios de comunicación, el cine, la información de actualidad, la publicidad, el turismo, el ocio, la internet, la vida imaginaria, etc. Cada época tiene sus actores sociales que generan ideología, visiones amplias de la realidad, de todos los ámbitos de la misma. Idearios políticos, económicos, sociales, culturales, religiosos, etc. Los imaginarios representan el futuro como real, pero contenido virtualmente en el presente.

El imaginario ha cambiado en estas nuevas generaciones. La sociedad burguesa moderna tenía la fantasía del desarrollo y del progreso, de procesos democráticos que garantizarían los derechos políticos-civiles, que restañaría la dignidad humana vulnerada, etc. El imaginario político revolucionario proyectaba la imagen de la sociedad con una justa distribución de la riqueza, el protagonismo de los sectores populares, el reconocimiento social de los derechos socioeconómicos, sobre todo para los más pobres, etc. Hoy estos temas para la generación posmoderna resultan lejanos, obtusos, probablemente sin relevancia…aunque siempre hay algunas excepciones.

La función de los imaginarios sociales es construir lo social como realidad dándole consistencia a los fenómenos sociales. Dichos imaginarios sirven como mecanismos para que un determinado orden social sea aceptado como natural a través de representaciones colectivas que rigen los sistemas de identificación y de integración social; por eso están dotados de un poder de coacción en virtud del cual se imponen. El poder invisible que poseen configura la cultura, llevando a situar a los ciudadanos en el sistema hegemónico vigente (Cfr. Faus, J. I. (1995). El fin del imaginario católico. Iglesia Viva, N° 180, 521-522).

El imaginario religioso es parte de los grandes imaginarios sociales, y adquiere su propia identidad con respecto a otros imaginarios colectivos por su aspecto estrictamente religioso. Los imaginarios religiosos constituyen sistemas integrados que poseen su propia visión del mundo, sobre la naturaleza, sobre el mal, sobre el bien y también sobre Dios.

2) Algunos imaginarios religiosos que han distorsionado la imagen de Dios

Podemos identificar tantos imaginarios religiosos que nos hacen pensar porque nos cuestionan la imagen que tenemos de Dios, que no es la del Dios creador, ni mucho menos la de Dios Padre, como nos revela la historia de la salvación y en particular el Evangelio. Analicemos algunas imágenes distorsionadas de Dios que nos hacen ser verdaderamente infelices (Cfr. Cabarrús, C.R. (2000). Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. Bilbao: Desclée de Brouwer, S.A., 172-173).

a) El dios perfeccionista: esta imagen hace concebir un dios que quiere y provoca el perfeccionamiento, muestra sus rasgos implacables ante quienes no alcanzan los grados de perfección deseados. Este estereotipo no toma en cuenta el presupuesto antropológico que toda realidad creada es limitada, así que los grados de perfección son relativos y la perfección absoluta es una propiedad que no se logra en la historia, sino en la escatología, es decir, más allá de la historia.

b) El dios sádico: este modo de entender a Dios nos presenta un rostro implacable, un dios que exige cosas que cuestan, sacrificios que incluso nos lleva a sangrar, cosas que duelen; nos lleva a creer que “cuanto más difícil es una cosa, ¡más signo de Dios es!”. Esta imagen es el opositum per diametrum  (lo diametralmente opuesto) a la realidad de Dios que Jesús nos muestra en el Evangelio. Dios es Padre misericordioso, siempre dispuesto a perdonar y a acoger a los pecadores. No exige sacrificios humanos.

c) El dios negociante, exitoso: esta imagen me exige obras, cultivar las apariencias, como si fuera algo que se puede ofrecer en el mercado para comercializarse. El tipo de relación que se establece con este dios es mercantilista: “te doy para que me des, ofrezco mis obras para que Dios me bendiga grandemente…”. En cambio, la relación auténtica con Dios es libre y la iniciativa es siempre de Dios. A Dios no lo podemos comprar con nuestras buenas obras, las acciones son respuesta al don que Dios nos da al ofrecernos su Reinado. La única manera de relacionarnos con Dios es con una actitud humilde confiando en su gratuidad. Lo que a Dios le agrada es una relación auténtica y desinteresada.

d) El dios personalista e intimista: es una proyección de dios que hago a mi imagen y semejanza, un dios a mi medida y de mi propiedad. Nosotros somos semejantes a Dios, pero no podemos condicionarlo para que él sea semejante a nuestra imagen. Dios es esencialmente libre, no se deja manipular, ni lo podemos hacer a nuestro antojo.

e) El dios manipulable, abarcable: es un tipo de imagen que muestra un dios que se puede manipular con ritos, oraciones, conocimientos filosóficos-teológicos, o con el uso de la razón. Dios es más grande que mi propia inteligencia. El Dios del Evangelio es siempre mayor sin olvidar que “el Dios maior es el Dios minor”. La grandeza de Dios se muestra naciendo en un pesebre.

f) El dios juez implacable: es una imagen que pone el énfasis en el juicio y el castigo de dios…sobre todo en temas del cuerpo y la sexualidad… Esta imagen es la antítesis del Evangelio. Jesús nos enseña que Dios se acerca para salvar, para perdonar, no para condenar, ni castigar.

g) Un dios hedonista: nos presenta un dios del puro placer, un dios facilitón, producto de la imagen del niño con sus miedos. Nos ofrece la dimensión positiva de la vida sin la carga de negatividad de la misma, un dios de la sola resurrección, que no sufre, que no pasa por la muerte, que no asume las consecuencias del compromiso. Una cosa que no podemos olvidar es que Dios sufre con los crucificados y las víctimas de la historia. El Dios crucificado del Evangelio es el Dios resucitado. Dios se identifica con los que padecen la injusticia, las consecuencias del mal y el pecado de las idolatrías del poder, la riqueza y la violencia institucional.

h) Un dios todopoderoso: esta imagen es la cristalización del poder proyectada en la divinidad, que todo lo puede, es prepotente, no se acepta que el dolor, ni el mal afecte a Dios, pues todo lo puede…Desde el Gólgota, se cuestiona esta imagen distorsionada de un Dios, que no asume la vulnerabilidad humana, mientras que su hijo muere en la cruz. Desde otro punto de vista, la imagen del dios todopoderoso muchas veces lo entendemos como un espíritu que ha perdido la carne del Jesús del Evangelio, del Jesús histórico.

i) El dios del poder: la fascinación por el poder puede resultar la forma más sutil para conculcar la dignidad humana. Es suficiente adorar al dios poder para arrollar a los demás, conspirar contra los otros, convertirse en un dictador, en un tirano o en un genocida. Esta es la triste historia de la humanidad. El final de la tragedia es que quien adora al poder termina no solo destruyendo la vida de los demás, sino que también vive el infierno de la soledad, del vacío y del sin sentido de la vida. Pues el dios poder es una fuente del mal que convierte un don tan precioso, como lo es “el poder” que serviría para hacer el bien y realizar la justicia, en un arma destructiva de los demás y de la propia vida e incluso puede ser una arma genocida. Al adorar el poder se hipoteca la propia vida en el mundo de las apariencias de una felicidad efímera que al final lleva a la muerte de los demás e incluso puede conducir al suicidio. Es imposible adorar el poder y vivir en la presencia de Dios. Recordemos las tentaciones de Jesús en el desierto: “No tentarás al Señor tu Dios” (Mt 4,6-7).

j) El dios dinero: cuando se confunde la felicidad con el dinero, esto nos arrastra a la vanagloria y a buscar el prestigio, se comienza a andar por el camino de los vicios que llevarán a la ruina de la propia vida, pero también a la injusticia universal. No en vano hay una gran miseria en el mundo; habiendo tantos recursos, hoy vivimos el drama de la más grande desigualdad en la historia universal. Rendir culto al dios dinero engendra pobreza, miseria, desigualdad y muerte. Cuando se rinde culto al dios dinero, esto arrastra a la corrupción, al engaño, a la incertidumbre perenne, y a la ingratitud como ocurrió con el rico Epulón y el pobre Lázaro en el Evangelio (Lc 16,19-31). Al final seremos juzgados en el amor, y quienes acumulan tesoros en la tierra que los ciegan y les impiden ver el drama del pobre Lázaro, tienen garantizado el pasaje al castigo eterno (Mt 25,42-46). No olvidemos la relación dialéctica de la riqueza y la pobreza, cuanto más acumulas más empobreces a los demás…

k) El dios de la falsa conciliación y de la falsa paz: ofrece una visión de un dios conciliador, de paz sin justicia, que no exige compromiso, sino que busca el bienestar sin conflicto…Esta visión es totalmente equivocada, pues la tradición profética nos enseña que el Shalom (la paz y la plenitud del bienestar) es fruto de la justicia (Cfr. Jr 50,7; Is 41,2.10), de los actos de bondad (Cfr. Jc 5,11; 1S 12,7; Mi 6,5), el derecho  (Cfr. Is 1,17, Am 2,6-8; 4,1-3; 5,7-17; Is 1,17.21-25; Jer 11,20), el amor y la compasión (Cfr. Mi 6,8; Os 12,7; Za 7,9). Tal como constatamos en la realidad, existen muchas otras falsas imágenes de Dios que nos hacen ser infelices (Cfr. Brackley, D. (1995). Ética Social Cristiana. San Salvador, El Salvador, C.A.: UCA Editores, 275-278).

3) El reto de tener una verdadera experiencia y descubrir el rostro auténtico de Dios

En efecto, ninguna de estas imágenes antes descritas representa el Dios de Jesucristo, ni del Evangelio. Sin embargo, es fácil encontrar cristianos o personas que practican su fe proyectando una imagen de Dios semejante a alguna o a varias de las expuestas en esta reflexión.

Ante tantas imágenes que están tan distanciadas del Dios de la salvación, del Dios de Jesús, del Dios de los pobres y del Reino… Nos da mucha desolación, nos suscita una angustia desesperante… Todas estas imágenes falsas de Dios son cuestionadas desde distintas perspectivas. Desde la perspectiva de la historia de la salvación se desenmascara su falsedad, pues Dios se acerca para salvar, no para provocar el mal o la angustia existencial perenne. Desde la óptica cristológica estas imágenes niegan radicalmente el Dios que muestra Jesucristo en los Evangelios, el Dios Padre con entrañas de Madre que acoge, perdona y libera (Cfr. Lc 4, 14-22). Desde la opción fundamental por el Reinado de Dios estas imágenes son obstáculos latentes y patentes que desmovilizan y frenan para asumir un auténtico compromiso por los empobrecidos, los excluidos y las víctimas de la historia.

Las imágenes desfiguradas de Dios, de Jesucristo, de la salvación, han estado definida en su formalidad por la moral rigorista, que es promovida por tendencias fundamentalistas. Esto plantea una urgente necesidad de realizar un proceso de deconstrucción de estos imaginarios para reconstruir nuevos imaginarios: “La reconstrucción del imaginario no es tarea de un solo individuo. Pero es fácil adivinar que, en la medida en que vaya siendo vivida, esa experiencia irá generando un paradigma nuevo (con un lenguaje nuevo), unas actitudes nuevas (con una praxis nueva) y una simbólica nueva” (Faus, J. I. (1995), “El fin del imaginario católico”, Iglesia Viva, N° 180, 537).

En nuestro contexto nos damos cuenta que la crisis de la imaginación nos lleva a separar el Dios real de nuestra propia biografía, pero esta separación también ocurre con la historia universal. No relacionamos a Dios con el desarrollo de la historia ni la finalidad hacia dónde ésta se orienta. Resultando de esta manera una imagen totalmente distorsionada de la realidad misma de Dios. Los dioses imaginarios son los que me construyo y me sumergen en la desesperación y la infelicidad. El rostro de Dios personificado lo encontramos en Jesucristo que aparece claramente en los cuatro Evangelios. Vivir un encuentro auténtico y real con el Dios verdadero, y no con los dioses imaginarios de los que hemos hablado, te libera y te hace ser feliz.

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