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El discurso presidencial

José M. Tojeira

Los discursos iniciales de los presidentes marcan generalmente las dinámicas y las intenciones políticas de los mismos. Pero suelen ser muy generales. La realidad se encarga casi inmediatamente después de pronunciado el discurso, sovaldi de ir matizando y mostrando avances y dificultades. Lo interesante es que la ciudadanía seleccione algunas de las frases más programáticas y las desarrolle lo más posible. En este artículo nos limitaremos a hacer ese ejercicio, sovaldi desde la propia visión del articulista, que no tiene por qué ser la de todos.

El “no a la corrupción” del discurso es una consigna apta para todos los que seguimos con mayor o menor pasión la política. El Salvador ha ido desarrollando en los últimos años instrumentos para luchar contra la corrupción. El Instituto de Transparencia, el Tribunal de Ética Gubernamental, la devolución de sus facultades a la oficina de Probidad de la Corte Suprema facilitan la participación ciudadana y la auditoría popular de la honestidad política. Convencidos de la honradez personal con la que el nuevo presidente dijo esa frase, a los ciudadanos nos toca observar a los políticos, sean gobiernistas u opositores, y denunciar cualquier abuso de poder, cualquier tendencia al nepotismo y a la facilitación de trabajo a familiares o correligionarios sin las cualidades necesarias para el puesto, cualquier mal uso de los recursos del Estado, incluido la utilización de carros oficiales para hacer las compras en el Súper, y por supuesto cualquier negocio en el que el dinero sea parte del aceite que engrasa las voluntades. La corrupción sigue siendo un problema en El Salvador y si bien es cierto que no se debe perdonar la del pasado, también es cierto que se debe luchar con fuerza contra la actual.

Durante su discurso Sánchez Cerén mencionó en repetidas ocasiones  el término “justicia social”. De nuevo este par de palabras debe convertirse en bandera ciudadana. Para muchos, incluido el que esto escribe, es una alegría que el Presidente haya utilizado este concepto varias veces en su discurso. La justicia social es escasa en El Salvador. Lo que más brilla es la injusticia social de dobles y desiguales sistemas de protección social evidentes en salud, educación, vivienda, salarios mínimos, etc. Mediante ellos se divide a los salvadoreños en dos sectores: El sector de los que tienen futuro dentro del país, y el sector de los que carecen del mismo, a no ser que emigren. Aunque los subsidios a diversas actividades y personas puedan ser necesarios en algunos casos o durante algún tiempo, la justicia social, que hoy pasa siempre por la universalización de servicios públicos de calidad, empleo digno y salario decente, resultan indispensables para un desarrollo armónico, solidario y fraterno.

En su invocación religiosa inicial, Mons. José Luis Alas, Arzobispo de San Salvador y Presidente de la Conferencia Episcopal, pedía “acuerdos de nación” que nos ayudaran a caminar hacia situaciones de mayor justicia y paz. El novel presidente diría poco después que se comprometía a buscar “grandes acuerdos de nación”, que implicaran progresos en el campo de la ética, así como transformaciones estructurales. La coincidencia de dos liderazgos importantes en el país, orientados ambos en la misma dirección, debe sensibilizarnos  respecto a la necesidad urgente de que este país nuestro se encamine definitivamente hacia un desarrollo equitativo que destierre las todavía abundantes señales de marginación de los pobres y de humillación de los débiles. El bien común, el invertir en nuestra propia gente, el universalizar derechos sociales y culturales básicos, debe permear la política y conducirnos a acuerdos nacionales básicos.

Si algo pudiéramos echar en falta en el discurso, es una mayor concreción en los cambios estructurales que el país necesita. Ya la afirmación, hecha en varias partes del discurso, de que necesitamos cambios estructurales, es positiva. Pero hubiera resultado esperanzador concretar más ese compromiso en el campo educativo o de la salud, crediticio y de vivienda, donde las estructuras y la institucionalidad existente son demasiado clasistas y excluyentes. Si es ahí donde el Presidente quiere concentrar los grandes acuerdos de nación, deberá presentar pronto propuestas para el afinamiento, debate y concreción. Sin duda tendrá un gran apoyo si logra concentrar en estos puntos su deseo de cambio. Salvador Sánchez Cerén, aun en medio de las dificultades objetivas del país y del berrinche arenero por la derrota, ha comenzado bien su Presidencia. Su estilo personal, su honestidad austera y su talante de hombre con cercanía humana y capacidad de diálogo, conecta bien con los deseos de una gran mayoría de los salvadoreños. Ahora es tiempo de acción. Dadas las tensiones y problemas objetivos existentes, que no desaparecen por buenas que sean las cualidades presidenciales, conviene que pronto se advierta que hay pasos hacia ese futuro integrador que quedó reflejado en este primer discurso presidencial.

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