Álvaro Rivera Larios
Escritor
Esta perspectiva no puede aislarse tampoco de la filosofía social del escritor. Por un lado, health Roque hace suyo el legado de la vanguardia literaria, physician pero, por otro, su concepción dialéctica de la sociedad subsume el lenguaje de la vanguardia en el proyecto de la construcción de una cultura nacional, popular y revolucionaria. Al menos en el Dalton maduro, esto supuso una tensión irónica entre la lírica vanguardista y la intencionalidad retórica. En lo que atañe al Dalton maduro, estamos ante uno de los escritores más auto-conscientes de nuestra tradición literaria. Era un poeta intelectual. Y este rango de creador intelectual, de creador con una perspectiva estratégica, ha tenido escasos seguidores lúcidos entre los poetas salvadoreños posteriores, a pesar de “la gran influencia” que se atribuye a Roque.
Cuando afirmo que fue un poeta intelectual, no señalo que, además de crear textos líricos, Dalton escribiese una monografía sobre la historia de El Salvador y ensayos sobre literatura y política etcétera, etcétera. Me refiero a otra cosa. Todos esos trabajos le ayudaron al militante y al escritor a formarse una imagen (equivocada o no) de la cultura salvadoreña y él acabó “situando su voz literaria” dentro del marco de dicha visión cultural. En un momento determinado, los materiales y las conclusiones de su ensayística fueron objeto de un trasvase literario como puede verse en ciertas zonas de “Taberna y otros lugares” y en las “Historias prohibidas del Pulgarcito”. Podría ampliar con más ejemplos cómo las facetas intelectuales de Roque pasaron a formar parte de su poesía (en “Los hongos”, por ejemplo), pero basten estas palabras para hacernos una idea de la complejidad del escritor que presuntamente ha influido tanto en nuestra lírica moderna.
Este poeta “que tanto nos ha influido” ha sido ya objeto de estudio para varias generaciones de escritores salvadoreños. Uno de los mecanismos a través de los cuales se realiza la influencia es la lectura. A un lírico joven se le podría decir “Dime cómo lees a los poetas dominantes y te diré cómo te influyen”. En la cultura moderna, que tanto aprecia la novedad y la originalidad, una lectura inteligente –hecha por un escritor– debe hermanar la comprensión y la traición necesaria porque en el acto creativo repetir al modelo dominante es síntoma de falta de talento y originalidad. Las lecturas modernas, si son inteligentes, se mueven entre la comprensión admirativa y el rechazo. Las lecturas modernas, cuando son hechas por los escritores lúcidos, resultan parciales. En esas lecturas creativas hay parcialidades superficiales y parcialidades profundas.
La asunción creativa de determinadas características de un poeta puede ser superficial o profunda. La asimilación superficial de los rasgos literarios de un autor puede ser el producto de una lectura limitada que al desembocar en la imitación creativa se aleja del entendimiento de la complejidad del poeta modélico. Un escritor inteligente no se desvía de un buen modelo recurriendo a la treta de caricaturizarlo. Quien se desvía de un gran poeta simplificándolo de forma tramposa lo que hace es perder una riqueza.
Como hipótesis, podría aventurarse, que entre los poetas salvadoreños, si acaso, lo que han predominado son las lecturas cegatas de Dalton. Unas lecturas que, por lo general, no se han apropiado ni distanciado críticamente, desde la plena comprensión, de las complejas estrategias del lenguaje que articularon la poética del Dalton maduro. Esta recepción limitada del Roque más complejo quizás fue el producto de lecturas hechas en un contexto de insurrección armada.
Muchos lectores y, entre ellos, muchos poetas interpretaron la obra literaria de Roque a través de una lectura superficial de los Poemas Clandestinos. Leyeron ese poemario póstumo e inconcluso confundiendo su naturaleza de táctica retórica con un rasgo estratégico y esencial de la poesía de Dalton. La sencillez metafórica de ese poemario obedecía a un criterio de oportunidad, no fue impuesta por la ideología sino que por una circunstancia comunicativa. Algunos entendieron que esa sencillez era una licencia que legitimaba el descuido y el desprecio estilístico. Pero tal como decía Cicerón: la sencillez estilística puede ser una adecuación retórica a un tema o una situación y esa sencillez no es necesariamente ausencia de estilo, es un estilo. Y, en este caso, en el caso de los “Poemas Clandestinos”, el estilo fue adoptado para un instante determinado de la movilización política y armada.
He dicho que la recepción parcial del Roque más creativo quizás fue el producto de lecturas hechas en un contexto de insurrección armada. Y he dicho “quizás” porque lo cierto es que, acabada la guerra, la mayoría de poetas salvadoreños siguió teniendo dificultades para interpretar al poeta y para apropiarse creativamente de su legado más complejo.
Durante la guerra civil, en la década de los 80, se escribió y se leyó bajo unas circunstancias muy difíciles. La incorporación de muchos escritores a la lucha los confinó en las vivencias y las dinámicas ideológicas del conflicto. Eso medió la relación de bastantes creadores con la literatura y sus posibles destinatarios. En lo que se refiere al público lector, su relación con los textos también se vio condicionada por una situación dramática. Creadores y lectores se vieron atrapados en el más acá de una guerra y en las prioridades éticas y las orientaciones de valor que ésta impuso al lenguaje y su interpretación. Poco se ha investigado el funcionamiento de la institucionalidad literaria a lo largo de ese período, pero es de suponer, como hipótesis, que estuvo sometida a presiones y que su condición quizás fue precaria. Una imagen idealista de las influencias literarias invisibiliza el contexto en el que estas operan. La lectura parcial y simplificadora de Dalton que tuvo lugar en esa década remite a una circunstancia en la cual la comunicación política impuso la exigencia de la claridad retórica. Esa mirada selectiva que dominó el marco social y el horizonte de la época no cabría atribuírsela por entero a las ideas de Roque, salvo que uno pretenda mitificarlo.
Algunos críticos han convertido a Dalton en una especie de sinécdoque y han entendido que dejar atrás su obra era dejar atrás el contexto de aquella época, como si la obra del poeta y el horizonte de los años 80 fuesen lo mismo. “Es cierto que una y otra guardan relación, pero no son equivalentes. No cabe confundir una circunstancia histórica con una obra literaria. Ese contexto que presuntamente fue dominado por la lírica de Roque fue el contexto que volvió difícil la socialización de una lectura compleja de su obra”.
He dicho que la recepción parcial del Roque más creativo quizás fue el producto de lecturas hechas en una situación de levantamiento armado. Y he dicho “quizás” porque lo cierto es que, acabada la guerra, la mayoría de poetas salvadoreños siguió teniendo dificultades para interpretar al poeta y para apropiarse creativamente de su legado más complejo.
El mismo horizonte de los años 80 –que presuntamente gobernó la lírica de Roque– impuso unas condiciones que dificultaron la socialización de una lectura compleja de su obra. Era de esperar que el cambio de circunstancias y perspectivas operado en la última década del siglo XX facilitara una interpretación más profunda de la compleja trayectoria literaria del poeta, pero no fue así, al menos en el mundo de la opinión pública literaria.
Las complejidades históricas del panorama cultural de los 80 y el cambio de escenario en los 90 se han querido explicar acudiendo a una variante simplista y maniquea de los enfrentamientos generacionales. De esa forma, un Roque que no había sido leído ni asimilado de forma compleja se convirtió en el enemigo del pluralismo literario y en el obstáculo para la aparición de nuevos caminos en nuestra lírica. Cuando el terreno era propicio al fin para una apropiación creativa y crítica del legado más complejo del poeta, lo que algunos hicieron fue levantarle una leyenda negra y maniquea que se vistió con los ropajes de la desacralización posmoderna. Para que esa desacralización maniquea funcionase como rito de paso había que convertir a Dalton en el nefasto Rey de la lírica salvadoreña de los años 70 y 80.
El enfoque generacional, si es mal utilizado, permite manejar con tres variable simples las tortuosas sendas del cambio literario. Solo necesita un rey viejo y su corte de figuras literarias momificadas. Bajo la tiranía literaria de tales ancianos se haya sometido un pueblo de escritores y lectores. Ante ese panorama se alza un grupito de jóvenes príncipes en cuyas espadas redentoras brilla el filo de lo nuevo. Así de sencilla es la leyenda con la que algunos jóvenes críticos intentan explicar el cambio acaecido en el panorama de nuestra lírica a partir de la última década del siglo XX. La caída del muro de Berlín y su impacto ideológico en nuestra intelectualidad, el final de la guerra civil, la generalización de una conciencia posmoderna que atacó los grandes relatos históricos y culturales de la izquierda, etcétera.; todo esto carece de importancia explicativa, cuando aparecen en escena los príncipes poetas que decapitan simbólicamente al viejo rey de nuestra lírica. Para que este relato funcione hay que silenciar la complejidad de nuestra historia literaria, hay que dar por supuesta la gran influencia de Roque y hay que visualizar esa influencia de una forma lineal y mecanicista. Para que este relato funcione hay que ignorar la trayectoria de los escritores jóvenes de los años 70 y 80 y silenciar el hecho fácilmente demostrable de que ellos también han participado activamente en la desacralización de Roque y en el ensanchamiento posmoderno del horizonte de nuestra lírica.
Si no podemos referirnos a la influencia de un autor, sin definir previamente un “modelo” de su poética; tampoco podemos esclarecer su impacto, si no proponemos una visión dialéctica de la influencia literaria. A esta última, entre nosotros, se le da un alcance generacional. Así se dice que los creadores de una determinada generación fueron moldeados por las figuras tutelares de estos o aquellos poetas. A los receptores de tal influjo suele vérseles como sujetos pasivos que hacen suya la voz de otros y permanecen prisioneros de ella durante toda su trayectoria creativa. En algunos casos esta imagen puede ser cierta; en otros, la historia demuestra que no es una nueva generación la que juzga a los poetas dominantes sino que son sus hijos directos quienes acaban cuestionándolos. Si entre el gran maestro y sus presuntos discípulos puede darse una dialéctica interna, hay que proponer una visión menos lineal y mecanicista de la influencia literaria. En nuestro caso, si no hacemos esto, no podremos explicar con rigor los cambios literarios de los años noventa. Críticos como Rafael Lara Martínez y Ricardo Roque Baldovinos y escritores como Miguel Huezo Mixco y Horacio Castellanos Moya iniciaron en la última década del siglo pasado una revisión desacralizadora de la figura de Dalton. Todos ellos, a principios de los 80, eran jóvenes admiradores del “poeta” y todos ellos con el curso del tiempo, el estudio y la experiencia fueron adoptando posiciones más complejas e irónicas frente al ejemplo moral e ideológico de Roque. Dado que las influencias literarias son un proceso en el que pueden gestarse la crítica, el desvío creativo y la mala interpretación, lo más sensato es concebirlas de modo dialéctico. El maestro influye sobre el discípulo, pero las creaciones y las ideas del discípulo con talento pueden acabar alterando la percepción que se tiene del maestro.
La dialéctica entre el maestro y el discípulo, por mucho que tenga cierta lógica generacional, no explica del todo los cambios literarios. El cambio en la percepción de la obra de Roque Dalton en los años 90 del siglo pasado también se debió, como ya dije, a transformaciones de orden local e internacional que se vivieron en esa época. En los últimos años del siglo XX se puso de moda la desacralización de los símbolos de la izquierda.
Las tesis de los hagiógrafos y los detractores del poeta que le imputan una gran influencia en nuestra lírica, como ya lo hecho dicho, carecen de fundamentación teórica y no han sido verificadas por la investigación literaria y, en esa medida, son una continuación de las leyendas que rodean a la figura de Dalton. El asunto es que nuestro poeta siempre ha estado rodeado de mitos. Los mitos de los 80 fueron destronados por los mitos de los 90. A una leyenda radiante le sucedió una leyenda negra que visualizó a Roque como el único gran culpable del estancamiento de nuestra poesía. Él ha sido el gran culpable, por supuesto, de nuestras grandes limitaciones como lectores suyos. Nuestra proverbial dificultad para apropiarnos creativamente de su legado más complejo también es culpa suya, solo suya.
En resumidas cuentas, aun no estamos en condiciones de presentar un juicio seguro y matizado acerca de cuáles han sido el alcance y las modalidades de la influencia del presunto rey de los poesía moderna salvadoreña. Si esto es así, gran parte de la crítica que se ha hecho en las últimas décadas sobre la centralidad de Roque en la lírica de los años 70 y 80 se apoya en premisas que aún no están demostradas en el terreno de la investigación literaria. Todo lo que podamos decir al respecto pertenece al ámbito de las hipótesis, a pesar de que nuestras intuiciones o leyendas nos digan lo contrario.